jueves, 16 de octubre de 2014

Dimensión desconocida

Nicanor, mi padre, caminaba delante por unas calles de Lince. Yo conozco este lugar, le dije, pero no me hizo caso. Pasamos por Francisco Lazo como quien viene de La Victoria, volteamos a la derecha, cruzamos la pista, siempre  adelante papá. Se acercó a un pasaje, ahí había una afiladora. Papá  conocía al dueño, se  saludaron, ¡Hola! , dijo mi padre y aquél, ¡Que tal don Nicanor, tanto tiempo sin verle! ¿Salud buena?

Después de las formalidades mi padre saca de una fajina,  y dice, ¿Podría afilarme estos chuchillos?

(Caigo en cuenta que en mi casa actual la cocinera sufre con los cuchillos bromo  que no cortan ni mantequilla y en el barrio, quería ayudarle, no hay una afiladora y el  amolador con su tarazana que rueda y su chifle de silbo  tampoco  pasa)

Luego, de regreso en la esquina de Castañeda y Segura donde vendía fruta mi papá en un mercadillo  entramos, es hora de venta, los compradores atiborran  mostradores.

Mi padre conoce a los conductores  porque él ha trabajado ahí. A una señora que vende ajíes, limones y pimiento le llama por su nombre y le saluda.  ¡Don Nicooo, que alegría verle!, responde ella con efusividad, ¡Después de cuanto tiempo! Y conversan buen rato.  Al costado con Pajarito, el que vende papas, también; con le que vende carne… Todos lo conocen. Otra le dice: ¡Nicanor, después de diez años...!

En esta parte del sueño parece que opto dejarle departir con sus antiguos compañeros.

 En el siguiente plano estoy caminando solo por la calle Montero Rosas como quien  va al Estadio Nacional,  calles largas,  calles solitarias. Encuentro en una esquina una fonda  y veo un joven alto, cabello pintado de castaño que se le cruza, recuerdo  es la marica que había conocido en la cola del hospital hacía poco. ¡Hola viejo!, me dice, y yo, ¡Hola cómo estas! ¿Por aquí vives? Y como estamos ya casi en el cotarro   le digo: ¿Te invito algo de comer? No, no se preocupe, responde,  recapacita, Ya pues, dice. Nos sentamos.  Vendían chilcano. Pedí dos, y conversamos nimiedades. Es la marica tranquila nada de malcriada  que me hizo reír en la cola del hospital cuando ante la interpelación  de un fulano que comentaba en voz alta la noticia del diario que decía que en el transporte del metropolitano iban diferenciar los buses para hombres y otro para mujeres. Y la marica preocupada dijo, ¿Ay no, y para nosotras? Terminado el chilcano me despido y sigo mi camino.

Discierno, ¿Cómo hago para ira a mi casa de San Luis? Esta calle me lleva al Parque La Reserva, el Estadio Nacional, y por ahí tendría que subir hasta la plaza Manco Cápac para tomar mi carro. Es muy lejos, reniego, mejor regreso y lo tomo en la av. México. Entonces subo por Alejandro Tirado hacia el Paseo de la República y agarrar México.

Entonces, en mi sueño entra a tallar la dimensión desconocida.  Vi hacia mi izquierda un parque  rodeado de casonas antiguas, de jardines frondosos,  ramas de los árboles estremecidas por  el viento, susurra; canales de regadío antiguos circunda al parque; mas allá, extensos  corrales  de adobe. En una boca calle una anticuchera saca con la mano de un costal tiras de tripa, ve las que están en mal estado las bota al riachuelo y las comestibles  las corta en pequeños pedazos y las fríe en la parrilla ante la mirada  indiferente de  hambrientos comensales sentados en una banca que conversan.

Reparo hacia abajo del parque, por una calle que viene a éste hay una fila de iglesias, una tras otra, inmensas, majestuosas, a ambas veredas de la calle se alinean majestuosos portales y sus bóvedas, pináculos campanarios y torres compiten una de otra por su portento. Parecían los templos de Ángor  de Camboya  todos juntos. Sin embargo no veo ningún feligrés en sus puertas o turista camino a él. Me acerco, saco mi celular y tomo fotos. Me lamento no haber traído mi cámara especial o una filmadora. Tiene el horizonte, sin embargo, una impresión  a viejo , a oro viejo; al fondo del pasaje lo cierra una majestuosa catedral. Todas juntas, me sorprende que haya  tantas en un sola calle.  Había caminado por estas calles siempre y nunca había reparado en el, me pregunto, absorto.

Estoy por adentrarme pero me detiene la curiosidad  un estilete de bronce  a la orilla del parque, sobre él una placa que reza: Aquí estuvo acantonado el general don José de San Martin acopiando reclutas  para la lucha por la independencia.

Entonces reparo que el frio que siento es  porque no tengo pantalones, solo llevo una camisa azul doble X, larga Hay por ahí un mercadito y busco un puesto de ropas pero no hay solo venden productos perecibles

Voy caminando medio desnudo por esas calles tan antiguas desprovisto de transeúntes buscando un bazar para comprar un pantalón.

 Zeli, tú que estás allá ¿qué significa este sueño?

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