Después de las formalidades mi padre saca de una fajina, y dice, ¿Podría afilarme estos chuchillos?
(Caigo en cuenta que en mi casa actual la cocinera sufre con los cuchillos
bromo que no cortan ni mantequilla y en
el barrio, quería ayudarle, no hay una afiladora y el amolador con su tarazana que rueda y su chifle
de silbo tampoco pasa)
Luego, de regreso en la esquina de Castañeda y Segura donde vendía
fruta mi papá en un mercadillo entramos, es hora de venta, los compradores
atiborran mostradores.
Mi padre conoce a los conductores
porque él ha trabajado ahí. A una señora que vende ajíes, limones y
pimiento le llama por su nombre y le saluda.
¡Don Nicooo, que alegría verle!, responde ella con efusividad, ¡Después
de cuanto tiempo! Y conversan buen rato.
Al costado con Pajarito, el
que vende papas, también; con le que vende carne… Todos lo conocen. Otra le
dice: ¡Nicanor, después de diez años...!
En esta parte del sueño parece que opto dejarle departir con sus
antiguos compañeros.
Discierno, ¿Cómo hago para ira a mi casa de San Luis? Esta calle me lleva
al Parque La Reserva, el Estadio Nacional, y por ahí tendría que subir hasta la
plaza Manco Cápac para tomar mi carro. Es muy lejos, reniego, mejor regreso y
lo tomo en la av. México. Entonces subo por Alejandro Tirado hacia el Paseo de
la República y agarrar México.
Entonces, en mi sueño entra a tallar la dimensión desconocida. Vi hacia mi izquierda un parque rodeado de casonas antiguas, de jardines
frondosos, ramas de los árboles estremecidas
por el viento, susurra; canales de regadío antiguos circunda
al parque; mas allá, extensos corrales
de adobe. En una boca calle una anticuchera saca con la mano de un
costal tiras de tripa, ve las que están en mal estado las bota al riachuelo y
las comestibles las corta en pequeños
pedazos y las fríe en la parrilla ante la mirada indiferente de hambrientos comensales sentados en una banca
que conversan.
Reparo hacia abajo del parque, por una calle que viene a éste hay una
fila de iglesias, una tras otra, inmensas, majestuosas, a ambas veredas de la
calle se alinean majestuosos portales y sus bóvedas, pináculos campanarios y
torres compiten una de otra por su portento. Parecían los templos de Ángor de Camboya
todos juntos. Sin embargo no veo ningún feligrés en sus puertas o turista
camino a él. Me acerco, saco mi celular y tomo fotos. Me lamento no haber traído
mi cámara especial o una filmadora. Tiene el horizonte, sin embargo, una impresión a viejo , a oro viejo; al fondo del pasaje lo
cierra una majestuosa catedral. Todas juntas, me sorprende que haya tantas en un sola calle. Había caminado por estas calles siempre y nunca
había reparado en el, me pregunto, absorto.
Estoy por adentrarme pero me detiene la curiosidad un estilete de bronce a la orilla del parque, sobre él una placa que
reza: Aquí estuvo acantonado el general don José de San Martin acopiando
reclutas para la lucha por la independencia.
Entonces reparo que el frio que siento es porque no tengo pantalones, solo llevo una
camisa azul doble X, larga Hay por ahí un mercadito y busco un puesto de ropas
pero no hay solo venden productos perecibles
Voy caminando medio desnudo por esas calles tan antiguas desprovisto de
transeúntes buscando un bazar para comprar un pantalón.
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