viernes, 31 de octubre de 2014

La marinera


 El donaire que le ponía a sus pasos
Se prestaba a sus años maduros
Cierta finura, y hacia mí  avanzaba

Pisando albardas me parecía
sus pies, compás perfecto dibujaba

Venía serpenteando el pañuelo
figurillas en al aire haciendo

Los espectadores de la gradería

No veían la fuerza de su mirada
Por rozarnos tan cerca, aun, la sentía

Su forma de bailar me gustaba
El pañuelo con soltura flameaba

Y lo hacía pasar por mi espalda
Su coraza varonil  me acechaba

Al seno mío , luego, con garbo huía

No debía amarlo apenas veinte tenía

Un hijo en desamparo, un marido ido
Tal vez, si  diez años menos tuviera

Un giro fácil a mi vida atrevería
Como el vuelo de tondero que hacía

Todo eso pensaba mientras bailaba.
La sonrisa enigmática que le mostraba

Por más que intuía el caballero no atinaba
Aunque sus ojos de los míos no apartaba

Intensa , amable, dócil, fácil de gobernar.

 
Esta es mi pequeña historia, un baile que cambio mi suerte, joven soltera, amar a un hombre mucho mayor. Era  inadmisible en mí pero esta vida, comprendo, no es como una pronostica.
Vivía en un edificio,  en un apartamento del segundo piso. Luego subí con mi novio al cuarto piso donde su mamá tenía otro apartamento más grande. Nunca lo vi a mi novio como mi esposo  sino que resultó siendo producto de una travesura de un sábado por la noche después de ir a una discoteca y terminar en un hostal y, para mi suerte, empezó la vida  un embrión que en mi germinó, y a las semanas me vi  enfrentada a un embarazo y confinado por mis padres al destierro. Subí piso arriba, como dije, pero bajé emocionalmente todos mis proyectos. Tenía 18 años, el 20.

No tuve baby shower, matrimonio, alumbramiento en clínica. Mi marido no tenía trabajo. Salía por horas indistintamente, a veces, de día,  a veces de noche y no decía a donde iba; y el dinero mayormente lo gastaba  en el billar, el casino, en la ronda de cervezas que celebraban en la puerta del edificio con sus amigos y que yo veía tristemente desde mi ventana. No podía decirle nada porque su madre le apañaba en todo y esperaba que acabara mi convalecencia pos parto para ponerme a trabajar en una carreta vendiendo anticuchos como ella. Esto no era para mí.
Mario, mi marido,  era muy pendenciero.  Me enteré que andaba en mala junta, hasta que en un problema de sangre y muerte  fue involucrado, preso y sentenciado  por varios años. Fue una hecatombe para mi familia y la de él porque al fin y al cabo nuestras familias eran vecinos en el edificio.
 
En el primer piso había una factoría que regentaba un señor de edad, lo conocí de vista desde que llegamos a vivir a este edifico hace cinco años, un señor más o menos de cincuenta años, pero las veces que salía a comprar a la bodega del costado me saludaba amablemente  pero no le respondía, seguía de frente pero notaba que la mirada de sus ojos me seguía.
Era gentil, alguna veces ayudó a mamá llevar los bultos de la plaza por la escalera. Somos vecinos y estamos para ayudarnos, decía, pero yo intuía que lo hacia por mí. Aunque nunca me faltó el respeto ni nunca me propuso nada indecente, solamente me saludaba y yo a partir de ese gesto a mamá ahora le respondía solamente el saludo y aceleraba el  paso.
Incluso cuando Mario fue mi enamorado, el señor nos saludaba a los dos y con gestos amables nos deseaba parabienes.

Cuando sucedió la hecatombe vino la policía y se llevó a mi marido y se armó una trifulca tremenda en el edificio: mis padres contra mi suegra por la irresponsabilidad que se acusaban. No sabia qué hacer, me puse mal esos días. No sabia si regresar a mis padres  y mis hermanos que uno de ellos se había apoderado de mi cuarto, o seguir con mi suegra, ahora, sin su hijo, vendiendo víceras.  Pasaba por una depresión, me tuvieron  que internar en un hospital psiquiátrico por un colapso mental que me aturdió un día. Una semana después cuando salí del hospital regresé a la casa de mi madre pero necesitaba interactuar con alguien que no fuera mi familia.
Entonces  acepté salir el señor de la factoría que intuía mi problema y quería hablar conmigo. Me llevó a un café por el jirón Lampa y pude ahí desahogarme  todo lo que sufría. Sus ojos, su mirada, su atención a mis palabras, me interrumpía solo en el momento preciso para apostillar un consejo, un consuelo como que no lo viera tan trágico y me revelaba problemas parecidos en su familia y cómo lo remontaron.

Me ayudaron mucho sus palabras. Y nos fuimos acostumbrando  a salir una vez por semana a tomar un lonchecito por el centro.  Me gustaba su delicadeza, oírle, era inteligente, sabia mucho y, por supuesto, me contó su historia.  Era viudo tenía dos hijos profesionales y su pasión por la mecánica, se especializaba en autos computarizados. Pero con el transcurrir de las semanas mi pensamiento decía que no podía ir más Era demasiado viejo para mi que solo tenía 20 años, parece mi padre pero por algo que no puedo explicar cuando pasaba por su local y me insinuaba para salir le acepaba. Era diferente, no, como otros jóvenes que en primera quieren follar con una.  Nunca me propuso nada parecido. Conocí con el otro mundo. Me llevaba a museos, a charlas educativas de diversa índole, a exposiciones fotográficas, a eventos culturales, a ver película escogidas que no daban en el circuito acostumbrado, a pasear en bote y con su mercedes antiguo nos íbamos por lugares  alejados de la ciudad, algunas veces , con mi hijo en brazos que él le tomó cariño y le compraba su ajuar y su ropita.
Vivía, a pesar de todo indecisa, sobre todo porque mis padres sospechaban algo.
Hasta que una noche  que volvíamos del cafecito del jirón Lampa que le habíamos tomado cariño, subiendo por el parque universitario recalamos en un ronda de muchas personas en  corro  observaba el pequeño anfiteatro circular bajo el nivel del piso donde habían artistas criollos que se presentaban.  Era víspera de la canción criolla y esa noche en todos los parques y plazuelas diversos conjuntos e intérpretes  alegraban las plazas asignadas . Entonces me dijo ¿bailamos? Yo no acudía a bailar  hace tiempo  pero sí me gustaba pero, la marinera que en ese momento algunas parejas habían salido a bailar no lo bailé sino cuando era adolecente y ensayamos para una presentación en el colegio.
Bueno, le dije  y su manera de bailar, su elegancia que, a mi manera, escribi y aperturó esta página termino por decidirme. Cuando terminamos le dije abruptamente: Buscame un cuarto para mí y mi hijo, quiero estar siempre contigo.

 

 

 

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