domingo, 4 de mayo de 2014

La parada

Un día antes que cerraran definitivamente La Parada estuve allí junto con mi hermana haciendo compras de verduras, papas , yucas y otros víveres  para un almuerzo que íbamos a tener con  la familia al día siguiente,  a propósito  del segundo  onomástico de mi padre fallecido.
La Parada había sido trasladado el contingente de locatarios antiguos  a otro mercado, al de  Santa Anita   pero la municipalidad había dejado físicamente los puestos y depósitos tal como estaba antes.  Y poco a poco otros nuevos comerciantes  comenzaron  a suplantantarlos hasta que en pocos meses se llenó de nuevo y  estaba, casi, funcionando como antes.
 Era un revés para la alcaldía  que, esta vez, hizo caso a sus asesores y a los locatarios que se habían trasladado a Santa Anita que aducían que el nuevo mercado no había acogida de clientes porque La Parada antigua  seguía funcionando , entonces,  en ese mismo día que fuimos de compra ,por la noche  , sorpresivamente, un contingente de policías de  asalto    desalojaron a los pocos guardianes del mercado y con varios cargadores frontales empezaron a tumbar los puestos de material noble quedando en pocas horas un cementerios de piedras, no importándoles la mercadería que había y  la protesta y el llanto de sus propietarios que veían tras el cordón policial.
Ya no cruzaría  como todas las mañanas sus pasajes interiores para llegar a mi trabajo. Cuando perdí   mi tienda tuve que trabajar en otra  que estaba en la parte posterior La Parada, casi, al pie del cerro San Cosme y necesariamente tenía que cruzar el mercado por la parte de la prominencia del reloj que no funcionaba años pero que aun permanecía.
Ya no  sortearé la  cantidad de camiones que no avanzaban,  atorados  esperando descargar los sacos de vainita, papas, ollucos, etc. que llegaban de diferentes valles del país; filas de camionetas estacionadas alrededor de La Parada que, a su vez, esperaban a los comerciantes minoristas  hacer sus compras para llevarlos, luego, a diferente mercadillos de Lima Metropolitana. Un mercado , La Parada, que abasteció y nutrió a su pueblo ahora demolido a malas. Donado por un particular pero que sus beneficiarios no asentaron en los Registros Públicos de lo que aprovechó el municipio irrogarse ser poseedor.
El cerro San Cosme, eterno vigía, cerro poblado y hacinado por gente pobre , pero donde hay pobreza también está la escoria y el lumpen, éstos sentados en sus escaleras o apostados a sus ventanas a la expectativa de peatones desprevenidos, o usuarios de taxis abiertos las ventanas  detenidos por el atolladero  cosa que aprovechan  para desembolsillar el  dinero de la compra, a los primeros, y arranchar  de las faltriqueras  algún contenido presumido de valor, y ,veloz,  guarnecerse  en los vericuetos  ensortijados del apu cholo, y el cerro  San Cosme, testigo y avergonzado de tanto latrocinio de sus hijos ¿Con el Parque del Migrante que piensa construir el municipio en el lugar eliminará   los rufianes y sabandijas  del cerro? ¿O, éstos se volcaran a otros módulos que están cerca: Tacora, emporio de las cosas en desuso y robadas de todo Lima, San Jacinto, autopartes robadas, Jorge Chávez y otros mercados que anhelaran imitar a La Parada? Solo para recordar, el meretricio de la Lima de los años 50 y 60 funcionaban en las últimas cuadras de la avenida Méjico, por lo que  esos prostíbulos llevó ese mismo nombre, Méjico. Un alcalde  planeó y ordenó  cerrar  los burdeles (había varios pero estaban juntos) ¿Qué sucedió?, que en efecto se cerró el lupanar pero se esparció la prostitución por  las calles de Lima y Callao.
El cerro San Cosme fue invadido por los años cuarenta, antes que existiera La Parada por  gente  provinciana que venía a torrentes de la provincia y no hallaba alojamiento en la urbe limeña, limitada en ese tiempo, por lo que se aventuraron a invadir los cerros circundantes.  Al punto, también se invadió el Cerro El Agustino (era de los monjes agustinos) y Piedra Liza, parte  del cerro San Cristóbal, al otro lado del rio Rímac, esto como detalle.
Había perdido, pues, mi tienda, entonces,  volví a  trabajar  en otro local  que había adquirido hacia muchos años  y, en ese tiempo, al no poder dividirme había dejado la administración a mi hermana con mi madre, casado después de unos años mi hermana se independizó y  dejó la posta a  mi ultimo hermano, y éste, después, casado  e independizado también, llegué justamente y rogué a mi madre que me tomara como  empleado para poder tener un ingreso para llevar a mi casa. Debió ser  muy triste para ella dar apoyo a un hijo fracasado, no lo dijo pero lo vi en sus ojos.
Ya no cruzaría la Parada como todas las mañanas sus pasajes interiores , no vería los recursos que hace la gente ,demasiado pobre, para sobrevivir (allí se juntan todos los estratos de  la pobreza:) asentados en cubículos  precarios alrededor de la Parada ofrecían disimiles cosas,   tendiendo un mantel sobre la vereda …montoncitos de papas, pepinos, limones que recogían de los trasvases y de los camiones para clientes pobres que bajaban de los cerros … Otros ambulantes, simplemente deambulando, llevando en manos  coladores, cepillos , jarras  o taper de plástico  vociferando para venderlos.   Un morenito alto cenizo voceaba  ofreciendo  pequeños recetario de cocina mas o menos así: ¡la mujer que no sabe cocinar está proclive a perder su matrimonio, por eso, señora, compre a solo tres soles estos recetario de cocina!  Otro moreno chato y  bembón gritaba ¡Cola… cola… cola! y cuando uno daba la vuelta imaginado que era una bebida eran unos esquineros de metal que se clavaban en el taco de los zapatos  para evitar sus desniveles. Otro gritaba ¡Cuidado con el televisor!, y al dar uno la vuelta se daba con una bacinica de plástico que ofrecía. Todo era griterío, extrañaré eso: el carretillero que halaba sacos de papas para  evita arrollar al de adelante, llenadores de camionetas, canillitas vendiendo periódicos, silbatos de policías a la  incontrolable parsimonia de vehículos, el parlante del mercado irradiando un bolero de Leo Marini, el grito destemplado de una mujer que ha perdido su hijo, otro lastimero alarido de otra mujer que le han rasgado con un guillete la bolsa de rafia y le han hurtado la cartera con el que iba hacer las compras, gramputeadas, conchas sus madres, era la música proterva  que profería las bocas no santas.
Afuera de La Parada, alrededor  de  las cuatro puertas grandes, en carretones se adosaban  ollas inmensas de aluminio mote sancochado con lengua, mondongo, y otras partes de res; caldo de gallina con presa y sin presa; patache serrano (sopa de trigo con pellejo de chancho), servidos en  platos de loza hondos  sobre una tabla atornilladla al mismo carretón que fungía de mesa ,  pocillos con yerbabuena, cebollita china,  perejil picado ,  limón cortados, de a cuatro, que se atiborraban  los clientes sentados sobre una banca larga, consumiendo el buen plato de caldo de doña Panchita o el patache de doña Tiburcia, caldo con su porción de yuca que el yuquero freía sobre una sartén caliente de aceite  en una mesa anexa , acompañaba tal bacanal comelona.
 Y todo en la calle. Ahí comían los estibadores que habían trabajado desde las tres de la mañana (ya habían hecho su día) y antes de regresar a su casa  se zampaban su buen caldo para reponer fuerzas; o, los que recién ingresaban a trabajar, aun era las ocho de la mañana, estos comerciantes mejor ponderados,   iban  a reemplazar a los locatarios de los puestos y se quedaban regentando los mismo todos el día  recibiendo a partir del mediodía la renovación de carga de los camiones para el día siguiente; e ,incluso, comían, ahí también, ladronzuelos que habían  cumplido la faena de robar desde las tres de la mañana (ladrones que también madrugan  y dios les ayuda), a éstos se les conocía por su lenguarada, su mirada torva , dura y penetrante que disimulaba mal con una risa burda que se intercambiaban  entre ellos pero nadie se aventuraba  darse un encontrón con ellos porque bajo la chaqueta podía tener un puñal o pistola.
 En otras carretas se expendía sopa verde con olluco rayado aderezado con  queso y una  miscelánea de hierbas molidas que le daban gusto y color a la sopa, llamado sopa verde; en otra carreta freían hígado de res y la servían con yuca frita y lechuga aderezada en sal y limón; en otra venta cebiche de pescado trozado recién curtido a limón y ajíes exhibido en  fuente grande   de porcelana  cubierto  con cerrito de cebollas y  frescas lechugas tendida junto a camotes morados, camotes amarillos que, al pedido  del cliente, la cevichera  prolijamente adornaba con cada ingrediente en pequeño plato de loza. Y si uno quería tomar un desayuno frugal un cafecito de caracolillo humeante y  pan con camote.
Todas estas vianderas ocupaban desde muy temprano su espacio conocido y reservado cerca o en las puertas de los bancos (alrededor de La Parada ), en las puertas de las tiendas comerciales que recién abrían a  partir de las diez de la mañana , a esa hora, habían vaciado sus fuentes  y ollas ,y como dicen, ya habían hecho su día.
Ya no cruzaré, como todas las mañanas, sus pasajes interiores oliendo un plato exquisito, olor a  seco de cabrito, por ejemplo , que alguna hermosa muchacha  llevaba, delivery, de la  carreta a los puestos ; también, la fragancia del  limón norteño exhibido en baláis o cajones abiertos, olor a culantro , yerba buena en atados que se arrumaban para el expendio,  aromas de ajíes, rocotos y pimientos.
 Y cuando llovía, al formarse  el barro en las calzadas, en  los pasajes (La Parada carecía de techo cerrado)  formábanse surcos de légamo  que emanaba  humedad   aunado al rancio de verduras podridas,  no recogidas para el botadero,y  sumado al olor de axilas de estibadores… Todo se entretejía y eso era La Parada.
Cuando trabaja en la tienda de mi madre tenia  que entrar por uno de esos pasajes para cortar camino.  Pero no pisaba la calle pegada al cerro porque ahí estaba los salteador, entraba al mercado contiguo, mercado minorista, el público para cruzar era inmenso. Había que tener cuidado, aparte de las rateras  que cortan  mochilas y bolsillos, con las ruedas de las carretas cargadas y arrastradas manualmente por carretilleros que solamente jalan y gritan mentando la madre, allá aquél que no escuche y sea pasado por las ruedas, no responden, había que tener cuidado  de los estivas  que llevaban la carga sobre sus hombros :un cajón de tomate, un gordinflón   zapallo , un talega de limón, corrían éstos como  chasquis gritando y pobre de aquel atropellado, no paraba , seguía corriendo con la talega encima, y por atrás se veía  la dueña del bulto, también corriendo, muchas veces llevando un crio en la espalda, corriendo para que el estiba no se le escape por algunos vericuetos y se pierda,  y el mal estiba solía vender a cualquier comerciante el cajón de tomate a mitad de precio, por ejemplo.

 Era las ocho de la mañana y el barullo es infernal, unos entran, otros salen, nadie está quieto en los pasajes, al quedo lo levantan.
Ya no cruzaré, como todas las mañanas, sus pasajes interiores, o, ya no las evitaré por el gentío y tampoco orillaré sus veredas contiguas donde charlatanes tendía sobre   la vereda en una tela plástica sus pócimas  y encantos para ofrecer a los curiosos que formaban un corro y  escuchaban al chaman perorar:
 ¿Por qué hay tanta maldad?…  ¿Por qué hay tantos vicios que no podemos abandonar? ¿Por qué no podemos confiar  en el compañero de tragos  con quien empinamos codo a codo  en una cantina celebrando, por ejemplo , -señalaba a cualquiera-, su cumpleaños?
Porque ,se respondía, hay maldad ,hay cochinada , en este último  caso, el mal hombre espera al amigo  se vaya al baño y cuando vuelve no se da cuenta que en el  medio vaso servido  hay cigarro  molido que si lo toma le volverá tonto,  o vidrio refinado ,- lo tiene preparado- y si lo toma le irá matando de a poco.  ¿Por qué hace esto, amigos, que me están escuchando?, grita desaforado y responde él mismo: Porque  ese  sujeto que creías tu amigo, en el que tanto confiabas  tus pesares, ese desgraciado- aumenta la voz-  quiere quedarse con tu mujer, tu casa,  tu esfuerzo, o tu hija para desahogar sus instintos malévolos y bajos.

Por eso, querido amigo, continuaba, yo te revelaré quién es ese amigo diablo que te acompaña con un simple juego de naipes pero con la clarividencia que dios ha depositado en mi para beneficio del prójimo. Reluce su periplo en países vecinos con recortes de periódicos amarillentos, muestra en unas fotos socializando con  personajes de la política nacional.
Y ¿Cuánto me han pagado esos congresistas por una sesión?, se pregunta, ¿Cuánto? No menos  de quinientos dólares por sesión Pero hoy, condescendiente con ustedes, considerando que la mayoría son de clase modesta, económicamente, y por  sentido humanitario y social voy a cobrarle la consulta en la ínfima cantidad de quince soles. Por quince soles voy a descubrir quien a tu alrededor tuyo quiere hacerte daño. Los que desean que me acompañen a mi estudio, -señalaba los altos de un vetusto edificio  al otro lado de la Parada- e , inusitadamente,  dos personas  se alienaron para ser los  primeros de la cola y éstos animaban a otros indecisos a plegarse.

Y para los que no pueden ir, continuaba el chamán, porque están apurados,   aquí tengo un amuleto bendecido y sagrado, -y sacaba de su maletín varios frascos  de vidrio  transparente y pequeños con una cruz minúscula dentro, un par de semillas de  huairuro y otras piedrecitas de diferente color , y , además, un ramito de hierbas secas -y decía, ¡al precio de cinco soles podrás evitar la presencia maligna delos que te quieren hacer daño  e, incluso, el daño le girará hacia él. Y nombraba sus atributos, sus milagros, solamente llevando en su bolsillo o cartera, o ungirlo  en la mesa de noche en su casa. ¡Tengo pocas unidades!, apremiaba  y decía: ¡ A ver, los que desean protección contra la maldad  y las enfermedades levanten la mano, por favor! Y los que levantaban  eran los mismos que estaban formando la cola y algún otro de la  rueda de curiosos que argüía a los vecinos: ¡Compren, es bueno, es cierto, a mi me curó de la próstata, es milagroso! Y los incautos compraban varios pomitos milagrosos.

Ya no cruzaré  como todas las mañanas sus pasajes interiores  y , como yo, no irán tampoco los  ambulantes naturistas ofreciendo las bondades de sus jarabes en  pomos grandes con tapones de corcho  y a voz estridente ofrecían   para bronquios,  asma,  cólico, menstruación abundante, hígado pesado,  males de riñón, ¡A sol la copita –gritaban- y si quieres en frasco grande a cinco soles! Si uno se empujaba una copita por el gaznate y levantaba la cabeza veía  sobre el techo del kiosko, colgado,  monos  disecados,  ranas secas,  criadilla  de toros secándose, cadenetas de hierba de diferente clase, y  en su estantería se veía frascos etiquetado con capsulas de diferente  composición para males más diversos ; en la trastienda  podía sentirse el calor de  un perol grande donde se cocía a fuego  semillas de maca y otras especies, y al pedido de un cliente de un preparado para la anemia, por ejemplo, la doña que regentaba el negocio, en una cocinita extra, sobre una cacerola, echaba una jarra chica del jugo de maca y sobre él agregaba  una rana seca que estaba colgada previamente lavada en agua fresca y lo ponía a  hervir  y agregaba  una cuchara de miel, algarrobina ,  alfalfa , un par de huevos de codorniz, luego del cocido en unos minutos lo vaciaba a la licuadora para hacer un extracto , luego  lo colaba y servía.

Pero algunos querían  rana viva y éstos estaban debajo de la mesa en una tina grande con agua nadando y pujando por salir; no era raro que una rana saltara y tomara  desprevenido  la pierna de una clienta que gritaba con pavor...

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