miércoles, 14 de noviembre de 2012

El espejo de uno

Nací  pocos años antes que irrumpiera en el país la televisión en blanco y negro, aunque, en el tío sam,  ya funcionaba con éxito
Tendría catorce años cuando la noticia que Leo Dan, el cantante argentino de Santiago de Estero se iba  a presentar  en Lima por televisión  en vivo.
Todos  los jóvenes del cerro ya sabían  y agolparon  las dos únicas viviendas que alquilaban televisión, don Poncho, en la parte alta junto a la capilla y, abajo, don Melchor el que arreglaba y alquilaba pickup  para reuniones sociales y en su cuarto del fondo alquilaba televisión en tres funciones: matinee, vermut y noche Empezaba la primera a las cuatro, el otro a las siete, y la ultima función a las diez hasta que acabara Dimensión Desconocida, o Hawai five-0, o Los intocables, etc
Cuando fui no había cupo para entrar, Entradas agotadas. Estuve
exprimido por otros en el alfeizar de la ventana  para ver a mi artista favorito
Dando paso el presentador a Leo Dan, primero,  la cámara ponchó la mano del cantante cuyo brazo  tenia extendido y  muy lento  discurría a él: iba apareciendo el antebrazo, el brazo, el hombro,  por fin, su estampa, cara ovalada, faz que irradiaba lozana juventud, cabello negro profuso  y, luego,  esbelto talle Era, sin duda, un joven apuesto Traje azul, corbata roja(los colores los vi después en una revista)
Luego se puso a cantar temas tan boga: Celia, Fanny, Norma, Estelita,  nombres de mujeres  En el ranking de las emisoras de Lima, seis o siete temas(de diez) eran de  Leo Dan
Muchos años después  en Mega Plaza, Tienda por departamentos, mientras hacia mis compras me topé  frente a él y ¡qué calamidad! calvo, gordo ¡ay dios! Nadie escapa a la vejez pensé y concluí con una frase no sé de quién:
El mejor espejo nuestro es, luego de tiempo, volver a ver a un amigo viejo.

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