Quizás
el más perfecto ególatra que nos ofrece la literatura es el Peer Gynt de Ibsen.
Adoptando éste de joven la enseña de Ser
yo mismo, se lanza al mundo en busca de fortuna. Tras una serie de peripecias
por países extranjeros, en el curso de los cuales ha hecho y perdido varias veces ingentes fortunas,
vuelve siendo hombre ya de barbas blancas, a su tierra natal.
Camino
de su aldea, entra en una vieja huerta conocida. Alza en la mano una cebolla y
empieza sacarle las telas. A cada tela
que sale le da el nombre de algún papel que ha desempeñado en su vida… el de
naufrago arrojado al mar sobre playa americana, de un cazador de focas en la bahía de Hudson,
el de buscador de oro en California… hasta llegar por fin a lo que debía ser el
corazón de la cebolla. Pero..¡Nada!, la
cebolla es pura tela.
Como
cebolla, dice, ha sido mi vida, toda
tela, apariencia…
Sobre
mi lápida escúlpanse en letras de molde estas palabras: Aquí yace nadie
___
Peer Gynt era don Nadie, por
no haber consultado nunca en toda su larga vida sino su Yo y sus intereses. No se había puesto a sí mismo al servicio de
nada que beneficiara a los demás. En ninguna corazón agradecido sobreviviría su
nombre inmarcesible. El ególatra ha de resultar a la larga, o un loco, o nadie,
pero un hombre, jamás.
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