…Enfrentarnos
a la tremenda disyuntiva de decidir si los valores, la generosidad, la bondad,
el amor, la amistad que hay en nosotros, o la maldad, el egoísmo, la
mezquindad, lo rencoroso y perverso que también nos habita, resultan de un
fatídica operación químico neurológica de nuestro cerebro, o si detrás de todo
ello hay lo que los existencialistas llamaban una elección, un actuar deliberado, decidir por
una conciencia no condicionada biológicamente, que es libre y , por lo mismo,
nos hace responsable de aquello que hacemos o dejamos de hacer…
Porque
lo que está en juego, en el fondo de aquel duro problema, no es si Dios existe
o no existe, sino si somos libres o no.
Si
las cien millones de neuronas que por los visto vibran en nuestro cerebro
decide nuestros afectos y defectos, nuestra virtudes y vicios, no lo somos; aparentamos
una libertad que no tenemos, pues nuestra conducta está dirigida fatídicamente
por aquellos microscópicos organismos que pululan por nuestro cuerpo.
No nos conviene que así sea, aunque lo fuera. La
libertad, aunque parezca que mimamos, termina por emanciparse así mismo de toda
forma de conductismo, y, aunque dicho así resulta una cacofonía, practicándola
nos hace libres.
¿La
larga historia de la humanidad no es, acaso, una testaruda lucha
por escapar a esos condicionamientos físico, natural, en que ha quedado
atrapado los animales y de los que los seres humanos hemos ido liberándonos luego
de innumerables aventuras, caídas y levantadas?
Como
todas las buenas obras de teatro, The Hard Problem, de Tomas Stoppard, empieza de verdad solo después de que termina el espectáculo.
Mario
Vargas Llosa
(1)
titulo original: La piedad de los murciélagos
No hay comentarios:
Publicar un comentario