Igual suerte
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En esta sala del
Museo de Arte de Lima también está la fotografía -exhibe muestra retrospectiva
de Martín Chambi- del hacendado y poeta Andrés Alencastre Gutiérrez, “Kilkuk
Waraka , rodeado de su familia. Un poeta qué, José María Arguedas celebró
y que la tragedia lo devoró. Cuando Andrés era un niño de doce años, observó,
desde su escondite, como los peones en una protesta de 1921 le arrancaron los
ojos, la lengua y el miembro viril a su
padre. Años después, en 1984, el moriría de igual manera.
Web
Poesía y TragediaRetorno bilingüe de un clásico, cuyo autor fue, como su padre, ajusticiado por los campesinos.
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Alencastre era una paradoja viviente: amaba a los indios y escribió en un quechua ejemplar; pero al final revivió en él la codicia del gamonal. |
Escribe CESAR LEVANO
CREO la más hermosa -tierna y bronca- poesía en quechua y murió a manos de campesinos que le arrancaron los ojos, la lengua y el miembro viril. Tal es la historia de Andrés Alencastre Gutiérrez, que escribía con el seudónimo de Kilku Warak'a y de quien se acaba de publicar una antología que es una resurrección por partida doble: en español y en quechua.
Vida trágica la del poeta. A los 12 años, en 1921, vio morir a su padre, Leopoldo Alencastre, también ajusticiado por los indios.
La publicación ahora casi completa de
Taki Parwa, Canción en Flor, su libro mítico, constituye un acontecimiento de la cultura peruana.
No se puede olvidar lo que José María Arguedas escribió respecto a ese libro, publicado en 1952: "Este poemario puede ser considerado como la contribución más importante a la literatura quechua desde el siglo XVIII. Es comparable al
Ollantay en cuanto al dominio del autor sobre el idioma. Creíamos que tal dominio era ya inalcanzable para el hombre actual de habla quechua."
La edición de
Taki Parwa se debe al poeta cusqueño Odi Gonzales, ganador en 1993 del Premio Nacional de Poesía César Vallejo en concurso convocado por el diario El Comercio. La publicación auspiciada por la Biblioteca Municipal del Cusco y Editorial Navarrete, fue presentada en la Casa de España.
En la presentación del libro, Rodrigo Montoya definió a Kilku Warak'a con palabras memorables: "Era un hacendado implacable que se sentía indio. Una extraña criatura producida por un país tan doloroso y tan fracturado como es el nuestro. Era como el Don Bruno de Arguedas, un hacendado como los otros, educado en la distancia y el desprecio de los indios. El mundo andino sigue produciendo esos hombres y esas mujeres que no lograron unir esos dos mundos."
Su poema
Makupikcu (Machupicchu), escrito antes que los cantos de Pablo Neruda y Martín Adán, nos permite captar toda la fuerza atávica, histórica, que este hombre ponía en sus versos. Empieza así: "Antigua urbe, morada de los patriarcas/Ciudad erigida/Con la sangre y el sudor de los que revuelven el mundo"
"Tiznado gato, crío de la niebla", llama al puma, y uno ve al animal presto para el salto, con los ojos de oro y la garra de piedra. Terrible es su maldición al lago Layo, pero dulcísimo el canto para su primogénita: "Grácil avecilla mía/Desprendiéndote de mi ser/Con quién todavía habrás de irte".
El poeta, quechuólogo de renombre internacional, profesor de la Universidad Nacional del Cusco, llevaba en las entrañas el recuerdo de su padre sacrificado en una de las rebeliones indias de comienzos del siglo XX. Al final de su vida, ya jubilado, decidió volver a su región natal, en la hacienda Parq'o, en Canas, Cusco. Pero la tierra estaba entonces en manos de sus "ahijados", a quienes la había vendido. Revivió en él la ambición gamonalesca, y decidió negar la compraventa y entablar juicio a los campesinos, juicio que, por supuesto, el poeta y dramaturgo en quechua, el ex profesor universitario, el indigenista, indigenista él mismo, ganó.
Entonces los campesinos decidieron formar una ronda y atacarlo. Al ver la masa enfurecida, Andrés Alencastre se refugió en una choza, escopeta en mano. La masa incendió la choza y luego cometió el castigo horrible.
Warak'a murió el 2 de agosto de 1984, víctima de nuestra esquizofrenia social, derribado por la honda de nuestra historia. En su último libro había escrito: "El Ausanqati y el Salkantay son mis antenas receptivas. Yo escucho en sus cimas la queja de los hombres que sufren y que piden, pero esta petición, justa y tenaz, recibe en respuesta solamente lluvia de sangre y ríos de lágrimas."
Desventurado país el que empuja a tanta distancia entre las palabras y los hechos. Bienaventurado país el que puede preservar el idioma quechua y la poesía de Kilku Warak'a.