La vieja pateó el ataúd.
La gente que asistía al velorio de doña Robustiana, comía arroz con
pollo que ofrecía los deudos, casi se atragantaron del susto.
La vieja volvió a patear el féretro.
Muchos dejaron los platos sobre
la silla y volaron de esa casa
empavorecidos.
Pero algunos valientes se quedaron y se atrevieron abrir la cajuela
Doña Robustiana se sentó sobre sus posaderas y vio los aderezos de un
funeral y en la puerta unos curiosos que no salían de su asombro, gritó:
¡Fuera de mi casa!
Y a su marido que estaba embobado en un rincón, amenazó:
¡A ti te voy a enterrara en este cajón!
Hora mas tarde, ya más tranquila, con los visitantes desaforados y solo
con su familia, doña Robustiana reveló:
- Un ángel se me acercó y me dijo, tú no, todavía, regresa a tu cuerpo.
Pasaron los meses y, efectivamente doña Robustiana enterró a su marido
en el mismo cajón.
Sucedió en Junín, centro del país
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