¿Oiga señor, porqué no nos deja salir? ¿Estamos
encerrado, o qué? Decía la joven al vigilante de la discoteca que, a un cuarto
para las tres de la madrugada la puerta la tenía cerrada.
Y preguntó a Carlos Consentido, su enamorado ¿O no has pagado el consumo? Este aclaró Si
pagué, y le mostró la boleta de consumo,
al guardián también le enseñó, éste un
moreno de mediana edad mostraba una
modorra tremenda pero dijo: No es necesario señor, mostrando sus dos palmas
blancas. Presionó un botón y la reja automática se abrió.
¡Ya ves, don moreno, no tenemos cara de tramposos! Dijo
la joven, un poco mareada por el licor que había ingerido. Carlos, con la
mirada, rogó al vigilante que no tomara en cuenta las palabras de ella.
¡No se preocupe! respondió el moreno, y pase Ud. una
buenas noche, dijo, sonriendo el moreno no
sin antes dar una pasada olímpica por el derrier
de la simpática joven como si dijera sus ojos saltones: ¡Ta bueno la hembra, provecho!
aunque sin una voz de por medio. Y así se despidieron.
Carlos Consentido le abrazaba tanto por el amor que le
profesaba a Lali, como se llamaba, tanto
porque era la primera vez que la veía en ese estado y podía caerse, parecía que el aire de la calle le había perjudicado
más. La vereda amplia y lustrosa por algunas
gotitas de verano y el airecillo, en cambio, a él le despabilaron.
Habían, desde
las diez de la noche, tomado y bailado
en la discoteca, la última noche del año viejo y las primeras horas del nuevo
año. Aunque Carlos ya le he había
propuesto ir a un hostal, ella le había
rechazado en más de una oportunidad. No pasaba por su cabeza aprovecharla por
su estado. Había resuelto llevarla y dejarla
en su casa y luego ir a la suya. Había bastante taxis en las calles pero
pedían tres veces más de lo que usualmente es la tarifa por lo que Carlos no
quiso darles gusto y aprovechó el último
bus que se aproximaba, lo pararon y subieron.
Ya en el bus, sentados, ante la facha de ella con sus alardes provocaba que le miraran los escasos pasajeros del último bus, Lali dijo a uno ¿Porqué me mira tanto? ¡Imbécil! Lo
dijo con voz fuerte que el aludido se puso
en guardia y quiso reaccionar a lo que Carlos con gesto amigable le apaciguó el
ánimo y le pidió disculpa y compresión.
¡Por favor Lali compórtate! Le dijo Carlos ¡Pero yo no
hago nada! Respondió Lali con sus ojos brillandole y agregó: ¡Es que aquel
tipejo me ve como si con los ojos me
quisiera comer! La culpa no lo tiene el que
contempla, dijo Carlos, sino tú que estas
apetitosa.
Ape… ape…
apestosa, dirás, le contrarió Lali y agregó ¡Oye Carlos, no te permito
que me insultes! Lali retiró sus brazos de él y los puso sobre su seno y ladeó
la mirada teatralmente de desprecio y
miró hacia el otro lado del salón. Carlos también cruzó los brazos imitándole a
ella pero de buena fe y comenzó a tararear una balada que habían bailado
recientemente en la discoteca. Ella
volvió la mirada a él, quemó su enfado, abrió sus brazos y zalamera dijo: Mi
cachetoncito, mi cachetoncito (por los cachetes de Carlos). Y le abrazó y le
dio un beso y, melindrosa dijo: No te
molestes ¿ya? Sabes que estoy mareada, comprende pe, hic…
-Comprendido, dijo Carlos
Luego de un rato de viajar y como estaban cerca al conductor del bus apuntó
Lali ¿Por qué el señor chofer en este noche tan especial, no está con su mujer e hijos? El chofer que había oído le llegó a boca de jarro el comentario,
vio por el retrovisor a la muchacha y se demoró en reaccionar, o no encontraba
las palabras exactas por lo que Carlos dijo: Es que le señor chofer esta noche
trabaja para beneficio de
nosotros pero, más tarde, aprovechará el
feriado para reunirse con los suyos. ¡Claro! Corroboró el chofer, Salí sorteado
en trabajar hoy pero la navidad tuve tres días de franco, así es la chamba.
Después, Carlos y Lali estuvieron cuchicheando muchas incoherencias por el estado azaroso de ésta.
Estando por llegar al paradero de la casa de Lali,
Carlos le toma un poco fuerte el brazo para levantarla y Lali, de repente, reacciona refiriéndose a Carlos
así: ¿Quién es usted señor? ¿A dónde me lleva? ¡Es que ya tenemos que bajarnos!
Le dice Carlos, apremiado porque tenían que bajar y el cambio de actitud de su
enamorada.
-¿Quién es usted? Volvió a preguntar Lali, tiesa,
seria.
-¿No me reconoces?
-No
-¡No te hagas, apúrate, bajémonos!
-¡A ver, a ver…!
Probó Lali, aun sentada, abrió la palma de la mano y dijo ¿Quién eres,
Marcos? Y se respondió: No eres Marcos.
Y bajaba un dedo, él es bigotón ¿Roberto? No, el es medio achinado ¿Jorge?
Tampoco. Comenzó a nombrar más nombres que abrió la otra palma. Carlos exasperado porque ya se habían pasado
varias cuadras exigió al chofer que se detuviera y dijo así, molesto, con estas palabras
¡Por favor, ayúdeme bajar esta borracha!
-¡Yo no estoy borracha!, corrigió Lali,¡ yo no estoy borracha!, tú estarás.
Y para que sepas, a mí no me baja nadie.
Pero entre chofer y Carlos la apearon del bus.
Se pasaron cinco cuadras y frente al lugar Lali vio la
luz de neón en la marquesina de un hostal
y gritó:
¡Me están raptando! ¡ Me van a violar!, fuera de si. Y
no quiso dar un paso más, el bus ya se había ido.
Estuvieron como diez minutos sin dar un paso.
En todas las esquinas había grupos de jóvenes festejando el primer día del año
alrededor de una caja de cerveza y con
la radio a todo volumen que salía del equipo del auto que tenía la
puerta abierta o, simplemente, de un parlante conectado a una extensión que salía de una casa
fiestera. ¡Me están raptando!¡ Me van a violar! Gritó nuevamente Lali,
entonces, unos muchachos oyeron, vieron a la pareja y se acercaron. Uno de
ellos, mareado, le dio un empellón a Carlos que parcialmente evitó y con un
brazo le asestó al metiche que le hizo rodar. ¡Para que hizo eso! Los otros sin
mediar palabra en un santiamén le dieron un apanado de golpes a Carlos.
Entonces a Lali le llegó la cordura y dijo: ¡Qué hacen por dios! ¡Qué hacen! ¡Es
mi enamorado! ¡Déjenlo!
¡Yo vivo en la calle …!(Nombró la calle) ¡Déjenlo por
favor! Entonces lo dejaron.
Lali se acuclilló en el piso, apoyó la cabeza de
Carlos en su regazo, le abrazó y dijo:
¡No te mueras mi cachetoncito! ¡no me mueras, es mi culpa!
Carlos no se iba morir, solo tenía magullones y el
labio roto.
Estaba en el regazo de su Lali y veía que las lágrimas
le manaban y repetía: ¡Es mi culpa, es mi culpa!
¿Qué puedo hacer para reparar el daño que te hicieron?
¿Qué puedo hacer?, preguntaba aturdida Lali. La luz de la marquesina del
hotel refulgía sobre la cara de Carlos y
éste arqueó y la señaló con la ceja. Lali volteó y recogió la faz y dijo: ¿Quieres
ir al hotel conmigo? ¿Verdad, mi
cachentoncito?¿Si? Carlos asintió. ¡Vamos
pues levántate! Dijo Lali.
Fue el mejor regalo de año, valía la pena los golpes.
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