domingo, 29 de diciembre de 2013

Año nuevo: valía la pena los golpes

¿Oiga señor, porqué no nos deja salir? ¿Estamos encerrado, o qué? Decía la joven   al vigilante de la discoteca que, a un cuarto para las tres de la madrugada la puerta la tenía cerrada.
Y  preguntó a  Carlos Consentido, su enamorado  ¿O no has pagado el consumo? Este aclaró Si pagué, y  le mostró la boleta de consumo, al guardián también le enseñó, éste  un moreno de mediana edad  mostraba una modorra tremenda pero dijo: No es necesario señor, mostrando sus dos palmas blancas. Presionó un botón y la reja automática se abrió.
¡Ya ves, don moreno, no tenemos cara de tramposos! Dijo la joven, un poco mareada por el licor que había ingerido. Carlos, con la mirada, rogó al vigilante que no tomara en cuenta las palabras de ella.
¡No se preocupe! respondió el moreno, y pase Ud. una buenas noche, dijo,  sonriendo el moreno no sin antes dar una  pasada olímpica por el derrier de la simpática joven como si dijera sus ojos saltones: ¡Ta bueno la hembra, provecho! aunque sin una voz de por medio. Y así se despidieron.
Carlos Consentido le abrazaba tanto por el amor que le profesaba a Lali, como se llamaba,  tanto porque era la primera vez que la veía en ese estado y podía caerse,  parecía que el aire de la calle le había perjudicado más.  La vereda amplia y lustrosa por algunas gotitas de verano   y el airecillo, en cambio, a él le despabilaron.
Habían,  desde las diez  de la noche, tomado y bailado en la discoteca, la última noche del año viejo y las primeras horas del nuevo año.  Aunque Carlos ya le he había propuesto ir a un hostal,  ella le había rechazado en más de una oportunidad. No pasaba por su cabeza aprovecharla por su estado. Había resuelto llevarla y dejarla  en su casa y luego ir a la suya. Había bastante taxis en las calles pero pedían tres veces más de lo que usualmente es la tarifa por lo que Carlos no quiso darles gusto y  aprovechó el último bus que se aproximaba, lo pararon y subieron.
Ya en el bus, sentados,  ante la facha de ella con sus alardes  provocaba que le miraran  los escasos pasajeros del último bus, Lali  dijo a uno ¿Porqué me mira tanto? ¡Imbécil! Lo dijo con voz fuerte que el aludido  se puso en guardia y quiso reaccionar a lo que Carlos con gesto amigable le apaciguó el ánimo y le pidió disculpa y compresión.
¡Por favor Lali compórtate! Le dijo Carlos ¡Pero yo no hago nada! Respondió Lali con sus ojos brillandole y agregó: ¡Es que aquel tipejo me ve  como si con los ojos me quisiera comer!  La culpa no lo tiene el que contempla, dijo  Carlos, sino tú que estas apetitosa.
Ape… ape…  apestosa, dirás, le contrarió Lali y agregó ¡Oye Carlos, no te permito que me insultes! Lali retiró sus brazos de él y los puso sobre su seno y ladeó la mirada teatralmente  de desprecio y miró hacia el otro lado del salón. Carlos también cruzó los brazos imitándole a ella pero de buena fe y comenzó a tararear una balada que habían bailado recientemente en la  discoteca. Ella volvió la mirada a él, quemó su enfado, abrió sus brazos y zalamera dijo: Mi cachetoncito, mi cachetoncito (por los cachetes de Carlos). Y le abrazó y le dio un beso  y, melindrosa dijo: No te molestes ¿ya? Sabes que estoy mareada, comprende pe, hic…
-Comprendido, dijo Carlos
Luego de un rato de viajar  y como estaban cerca al conductor del bus apuntó Lali ¿Por qué el señor chofer en este noche tan especial,  no está con su mujer e hijos?   El chofer  que había oído le llegó a boca de jarro el comentario, vio por el retrovisor a la muchacha y se demoró en reaccionar, o no encontraba las palabras exactas por lo que Carlos  dijo: Es que le señor chofer  esta noche  trabaja  para beneficio de nosotros pero, más tarde,  aprovechará el feriado para reunirse con los suyos. ¡Claro! Corroboró el chofer, Salí sorteado en trabajar hoy   pero la navidad  tuve tres días de franco, así es la chamba.
Después, Carlos y Lali estuvieron cuchicheando  muchas incoherencias por el estado azaroso de ésta.   
Estando por llegar al paradero de la casa de Lali, Carlos le toma un poco fuerte el brazo para levantarla y Lali,   de repente, reacciona refiriéndose a Carlos así: ¿Quién es usted señor? ¿A dónde me lleva? ¡Es que ya tenemos que bajarnos! Le dice Carlos, apremiado porque tenían que bajar y el cambio de actitud de su enamorada.
-¿Quién es usted? Volvió a preguntar Lali, tiesa, seria.
-¿No me reconoces?
-No
-¡No te hagas, apúrate, bajémonos!
-¡A ver, a ver…!  Probó Lali, aun sentada, abrió la palma de la mano y dijo ¿Quién eres, Marcos? Y se respondió: No eres Marcos.  Y bajaba un dedo, él es bigotón ¿Roberto? No, el es medio achinado ¿Jorge? Tampoco. Comenzó a nombrar más nombres que abrió la otra palma.  Carlos exasperado porque ya se habían pasado varias cuadras  exigió al chofer que se detuviera  y dijo así, molesto, con estas palabras
¡Por favor, ayúdeme bajar esta borracha!
-¡Yo no estoy borracha!,  corrigió Lali,¡ yo no estoy borracha!, tú estarás. Y para que sepas, a mí no me baja nadie.   Pero entre chofer y Carlos la apearon del bus.
Se pasaron cinco cuadras y frente al lugar Lali vio la luz de neón en la marquesina de un hostal  y gritó:
¡Me están raptando! ¡ Me van a violar!, fuera de si. Y no quiso dar un paso más, el bus ya se había ido.
Estuvieron como diez minutos sin dar un paso.
En todas las esquinas había grupos de  jóvenes festejando el primer día del año alrededor de una caja de cerveza y con  la radio a todo volumen que salía del equipo del auto que tenía la puerta abierta o, simplemente, de un parlante conectado  a una extensión que salía de una casa fiestera. ¡Me están raptando!¡ Me van a violar! Gritó nuevamente Lali, entonces, unos muchachos oyeron, vieron a la pareja y se acercaron. Uno de ellos, mareado, le dio un empellón a Carlos que parcialmente evitó y con un brazo le asestó al metiche que le hizo rodar. ¡Para que hizo eso! Los otros sin mediar palabra en un santiamén le dieron un apanado  de golpes a Carlos. 
Entonces a Lali  le llegó la cordura   y dijo: ¡Qué hacen por dios! ¡Qué hacen! ¡Es mi enamorado! ¡Déjenlo!
¡Yo vivo en la calle …!(Nombró la calle) ¡Déjenlo por favor! Entonces lo dejaron.
Lali se acuclilló en el piso, apoyó la cabeza de Carlos en su regazo, le abrazó y dijo:
¡No te mueras mi cachetoncito! ¡no me mueras, es mi culpa!
Carlos no se iba morir, solo tenía magullones y el labio roto.
Estaba en el regazo de su Lali y veía que las lágrimas le manaban y repetía: ¡Es mi culpa, es mi culpa!
¿Qué puedo hacer para reparar el daño que te hicieron? ¿Qué puedo hacer?, preguntaba aturdida Lali. La luz de la marquesina del hotel  refulgía sobre la cara de Carlos y éste arqueó y la señaló con la ceja. Lali volteó y recogió la faz y dijo: ¿Quieres ir al hotel  conmigo? ¿Verdad, mi cachentoncito?¿Si?  Carlos asintió. ¡Vamos pues levántate! Dijo Lali.

Fue el mejor regalo de año, valía la pena los golpes.

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