El rey Leopoldo II de Bélgica es una de
esas personalidades históricas que debemos recordar cada cierto tiempo para que
su memoria no caiga en el olvido. Sin lugar a dudas estamos ante uno de los
mayores genocidas de la historia,
comparable a los peores asesinos de masas del siglo XX. Durante el período
histórico conocido como el Imperialismo, destacó el nefasto reparto de África,
oficializado en la Conferencia de Berlín (1884-85), convocada por el Canciller
de Hierro, Otto Von Bismarck para aclarar y resolver, entre otros el caso del
Congo Belga, un inmenso territorio en el centro de África que el rey de Bélgica
administró como si de una finca particular de su propiedad se tratase.
Leopoldo, contando en un principio con la
complicidad del aventurero y explorador Henry Morton Stanley, organizó y
dirigió una persecución y exterminio de seres humanos difícilmente comparable
con ningún otro genocidio contemporáneo. Las cifras no pueden ser exactas pero
fueron muchos los millones de seres humanos asesinados sin piedad, no menos de
diez millones de almas, esquilmadas por incendios, deportaciones en masa,
esclavitud, violencia extrema, secuestros, amputaciones y torturas de todo tipo
perpetradas por una milicia, la Force Publique, cuya sádica criminalidad era
legendaria.
Los indígenas picaron en el anzuelo y
aceptaron de buen grado la presencia del hombre blanco que venía a ayudar, a
“civilizar” a unas poblaciones en unas precarias condiciones. De esta manera vio la luz la Asociación
Internacional del Congo, organización que era una simple tapadera de las
ambiciones del malvado rey belga.
Además de crear su propia empresa para la
extracción del caucho y la explotación del marfil , concedía tierras a empresas
privadas a cambio de un porcentaje sobre el beneficio que obtuviesen. Fue este
el caso de la Compañia de Katanga o de la Unión Minera del Alto Katanga que a
partir de 1905 comenzaron a extraer el mineral de cobre con la contrapartida
del pago de jugosas comisiones a Leopoldo.
Todo se reducía a que los nativos
consiguiesen obtener en un tiempo determinado la cuota de caucho que tenían
asignada. La explotación del caucho, ligada a la pujante industria del
automóvil y los neumáticos, además de otras riquezas naturales del corazón de
África fueron la moneda de cambio mediante la que el rey de Bélgica consiguió
amasar una inmensa fortuna. La administración colonial empleó sistemáticamente
la violencia para obligar a trabajar a la población nativa aterrorizando a las
poblaciones nativas. El procedimiento
habitual consistía en tomar rehenes, casi siempre mujeres y niños, que sólo
podían ser rescatados mediante la entrega de determinadas cantidades de caucho.
Los rehenes morían con frecuencia de inanición o a causa de los malos tratos
recibidos.
Como castigo por no haber cumplido las
expectativas en la recolección del caucho eran frecuentes los asesinatos
masivos por parte de la Force Publique. Como prueba de que estos asesinatos se
habían llevado a cabo, los soldados de la Force Publique amputaban una mano a
los cadáveres. En otras ocasiones se les cortaba la cabeza, o, para demostrar que
los asesinados eran varones, los genitales.
Las manos eran ahumadas y entregadas a los
jefes de puesto como prueba de que la Force Publique había hecho su
trabajo. Además de las matanzas, se
empleaban asiduamente castigos físicos contra la población nativa. El
instrumento de uso más extendido era la llamada chicotte, una especie de látigo
que desgarraba las carnes del reo. Las primeras noticias de su uso se remontan
a 1888.
¿Cómo es posible que nadie hiciese nada contra
Leopoldo?
Uno de los primeros testimonios del horror fue el del periodista británico Edmund
D. Morel, antiguo agente de una compañía naviera de Caucho y conocedor de las
rutas comerciales en el África negra. Morel obtuvo pruebas sobre los crímenes
cometidos y las presentó a la opinión pública. Sin embargo no fue hasta 1903
cuando el parlamento británico se mostró crítico sobre la situación del Congo.
Es entonces cuando encargó al diplomático Sir Roger Casement, cónsul inglés en
el Congo, la investigación de las denuncias. El informe Casement, público al
año siguiente, tuvo un impacto considerable a
nivel mundial.
Escritores y periodistas comenzaron a
denunciar en sus obras las atrocidades que se estaban perpetrando en el
interior de África. Destacan autores de la talla de Mark Twain, en su
“soliloquio de Rey Leopoldo“, Arthur Conan Doyle, y, especialmente, el novelista Joseph Conrad
en una de sus obras más importantes: el corazón de la tinieblas. Conrad hablaba
en esta ocasión en primera persona: había remontado el río Congo y presenciado
las desastrosas consecuencias del colonialismo belga. Cuando se destapó el escándalo el parlamento
belga obligó al rey a ceder la propiedad del Congo, no sin recibir el dirigente
una importante suma económica.
Ese fue su único “castigo”. Este genocida
murió sin ser molestado por sus acciones y todavía se levantan estatuas en su
honor y tiene un museo dedicado a su memoria, que es una especie de pequeño
Versalles, si bien gran parte de la población belga está en contra.
Autor: Luis Pueyo para revistadehistoria.es
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