domingo, 8 de octubre de 2017

Leopoldo II y su genocidio en El Congo



El rey Leopoldo II de Bélgica es una de esas personalidades históricas que debemos recordar cada cierto tiempo para que su memoria no caiga en el olvido. Sin lugar a dudas estamos ante uno de los mayores genocidas de la  historia, comparable a los peores asesinos de masas del siglo XX. Durante el período histórico conocido como el Imperialismo, destacó el nefasto reparto de África, oficializado en la Conferencia de Berlín (1884-85), convocada por el Canciller de Hierro, Otto Von Bismarck para aclarar y resolver, entre otros el caso del Congo Belga, un inmenso territorio en el centro de África que el rey de Bélgica administró como si de una finca particular de su propiedad se tratase.

Leopoldo, contando en un principio con la complicidad del aventurero y explorador Henry Morton Stanley, organizó y dirigió una persecución y exterminio de seres humanos difícilmente comparable con ningún otro genocidio contemporáneo. Las cifras no pueden ser exactas pero fueron muchos los millones de seres humanos asesinados sin piedad, no menos de diez millones de almas, esquilmadas por incendios, deportaciones en masa, esclavitud, violencia extrema, secuestros, amputaciones y torturas de todo tipo perpetradas por una milicia, la Force Publique, cuya sádica criminalidad era legendaria.
Los indígenas picaron en el anzuelo y aceptaron de buen grado la presencia del hombre blanco que venía a ayudar, a “civilizar” a unas poblaciones en unas precarias condiciones.  De esta manera vio la luz la Asociación Internacional del Congo, organización que era una simple tapadera de las ambiciones del malvado rey belga.

Además de crear su propia empresa para la extracción del caucho y la explotación del marfil , concedía tierras a empresas privadas a cambio de un porcentaje sobre el beneficio que obtuviesen. Fue este el caso de la Compañia de Katanga o de la Unión Minera del Alto Katanga que a partir de 1905 comenzaron a extraer el mineral de cobre con la contrapartida del pago de jugosas comisiones a Leopoldo.

Todo se reducía a que los nativos consiguiesen obtener en un tiempo determinado la cuota de caucho que tenían asignada. La explotación del caucho, ligada a la pujante industria del automóvil y los neumáticos, además de otras riquezas naturales del corazón de África fueron la moneda de cambio mediante la que el rey de Bélgica consiguió amasar una inmensa fortuna. La administración colonial empleó sistemáticamente la violencia para obligar a trabajar a la población nativa aterrorizando a las poblaciones nativas.  El procedimiento habitual consistía en tomar rehenes, casi siempre mujeres y niños, que sólo podían ser rescatados mediante la entrega de determinadas cantidades de caucho. Los rehenes morían con frecuencia de inanición o a causa de los malos tratos recibidos.
Como castigo por no haber cumplido las expectativas en la recolección del caucho eran frecuentes los asesinatos masivos por parte de la Force Publique. Como prueba de que estos asesinatos se habían llevado a cabo, los soldados de la Force Publique amputaban una mano a los cadáveres. En otras ocasiones se les cortaba la cabeza, o, para demostrar que los asesinados eran varones, los genitales.

Las manos eran ahumadas y entregadas a los jefes de puesto como prueba de que la Force Publique había hecho su trabajo.   Además de las matanzas, se empleaban asiduamente castigos físicos contra la población nativa. El instrumento de uso más extendido era la llamada chicotte, una especie de látigo que desgarraba las carnes del reo. Las primeras noticias de su uso se remontan a 1888.

 ¿Cómo es posible que nadie hiciese nada contra Leopoldo?
Uno de los primeros testimonios del  horror fue el del periodista británico Edmund D. Morel, antiguo agente de una compañía naviera de Caucho y conocedor de las rutas comerciales en el África negra. Morel obtuvo pruebas sobre los crímenes cometidos y las presentó a la opinión pública. Sin embargo no fue hasta 1903 cuando el parlamento británico se mostró crítico sobre la situación del Congo. Es entonces cuando encargó al diplomático Sir Roger Casement, cónsul inglés en el Congo, la investigación de las denuncias. El informe Casement, público al año siguiente, tuvo un impacto considerable a  nivel mundial.

Escritores y periodistas comenzaron a denunciar en sus obras las atrocidades que se estaban perpetrando en el interior de África. Destacan autores de la talla de Mark Twain, en su “soliloquio de Rey Leopoldo“, Arthur Conan Doyle,   y, especialmente, el novelista Joseph Conrad en una de sus obras más importantes: el corazón de la tinieblas. Conrad hablaba en esta ocasión en primera persona: había remontado el río Congo y presenciado las desastrosas consecuencias del colonialismo belga.  Cuando se destapó el escándalo el parlamento belga obligó al rey a ceder la propiedad del Congo, no sin recibir el dirigente una importante suma económica.

Ese fue su único “castigo”. Este genocida murió sin ser molestado por sus acciones y todavía se levantan estatuas en su honor y tiene un museo dedicado a su memoria, que es una especie de pequeño Versalles, si bien gran parte de la población belga está en contra.


Autor: Luis Pueyo para revistadehistoria.es

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