viernes, 27 de octubre de 2017

La ruana

 Aquella manta  que solía cubrir  mi espalda en la madrugada fría cuando me ponía a escribir  me abrigaba magnífico los hombros,  el cuello y el centro neurológico de la espalda donde, pienso, se inicia el frío. De tal manera que cuando mi mujer tocaba y abría la puerta de mi cuarto  por la mañana me encontraba con aquella ruana sobre la espalda. 
Por ese tiempo en que nos faltaba el dinero odiaba ella mi parsimonia por conseguirlo, odiaba también mi máquina de escribir  y esa  colcha-ruana  que había sido de uno de nuestros hijos.
Tanto fue su odio por mis cosas que  utilizó esa ruana para trapear  la cocina y, sucia y percudida, la encimó sobre mis enseres en medio del jardín esperando que me las llevara a otro sitio.
Cuando llegó ese  día de recoger mis enseres, en efecto, recogí mis libros, cuadernos, ropa y aquel sucio cobertor, contraté un taxi y los llevé a la casa de mi madre. En vez de botarlo, esa mantilla, lo he lavado varias veces  con  lejía tratando recuperar su brío anterior. Me gusta esa prenda, lana suave que abriga bien en cada invierno cíclico que vuelve a empezar como ahora.

Ella no esta aquí para que me vea pero si estuviera y me viera con esa misma manta sobre mi espalda le diría con la mirada que a mi árbol-mi ser-ni forma de ser- nadie  lo bota, en todo caso me iría con ella. Ella me abriga, tú no.

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