LA MAYOR CATÁSTROFE NAVAL DE
LA HISTORIA
EDUARDO MARTÍN DE POZUELO
Nos hundíamos. A través de los gruesos
vidrios de las escotillas llegué a escuchar los gritos de los pasajeros y tomé
conciencia del drama que se estaba desarrollando bajo la cubierta en la que me
encontraba. La gente estaba hacinada y el puente inferior ya estaba medio
sumergido. Entonces vi los fogonazos. Eran disparos. Los oficiales estaban
matando a sus propias familias”, relató Johann Smrczek, ingeniero jefe del
transatlántico Wilhelm Gustloff, el buque que padeció la mayor catástrofe naval
de la historia, ocurrida el 30 de enero de 1945 en aguas del Báltico. Smrczek
sobrevivió en una balsa y recordó después que la mayoría de las personas que
caían al agua morían casi de inmediato, heladas, rígidas. “Tras hundirse, no
había movimiento en el mar. No se oía nada”. Sólo imperaba el silencio de gran
tragedia. La del Wilhelm Gustloff .
El 12 de abril de este año se conmemoró el
centenario del naufragio del Titanic y todos los medios del mundo le dedicaron
un emotivo recuerdo. Las peculiares circunstancias de su hundimiento han
convertido al Titanic en un mito inolvidable. De hecho, si las catástrofes
tuvieran categorías, la del célebre transatlántico de la naviera White Star
sería el punto de referencia de los dramas imborrables. Es un hecho. El Titanic
ocupa la cúspide de la particular mitomanía que generan las tragedias en el mar
y es frecuente suponer que su hundimiento constituye la mayor tragedia marítima
de la historia. Pero no es así, ni de lejos.
Si el interés mediático por la pérdida de
un barco se basara sólo en el número de muertes, el Titanic dejaría su puesto
de honor en la memoria colectiva para dar paso, abrumado, al buque alemán
Wilhelm Gustloff, que se alzaría indiscutible a la cima de los desastres en el
mar. Así lo acreditan los casi 10.000 muertos en esa calamidad producida por el
impacto de tres torpedos soviéticos disparados cuando la II Guerra Mundial
tocaba a su fin y el mismo día que Hitler se dirigió a los alemanes por última
vez.
En contraste con el bullicio histórico que
rodea al Titanic, detrás del Wilhelm Gustloff sobrecoge el silencio de las
víctimas alemanas anónimas, sacrificadas por la guerra en las gélidas aguas del
mar Báltico. Se trata de las muertes habidas en el curso de una serie de
matanzas sucesivas, acaecidas en el contexto bélico de la denominado operación
El naufragio olvidado del "Wilhelm
Gustloff"
Aníbal, nombre clave del operativo ordenado
por el almirante Karl Dönitz para la evacuación de Prusia Oriental y del
corredor polaco de los dos millones a dos millones y medio de alemanes que en
1945 huían aterrados del avance de los ejércitos de Stalin.
El Wilhelm Gustloff era un lujoso crucero
civil diseñado para viajes de placer, pensado para albergar a 1.880 personas
entre tripulantes y pasajeros. En sus travesías en tiempo de paz pasó por
España, pero en 1936, al comienzo de la guerra civil española, trajo hasta aquí
parte dela Legión Cóndor y material bélico para los nacionales.
Apenas tres años después, en los
prolegómenos de la Segunda GuerraMundial, fue reconvertido en buque hospital.
Hizo este trabajo en las campañas de Polonia y Noruega para luego dirigirse a
la mayor bahía del Báltico, en Szczecin, Polonia, (Stettin en alemán). Allí lo
convertirían en residencia de entrenamiento de la gran base germana de
instrucción de guerra antisubmarina ubicada en aquel lugar. Le añadieron unas
ametralladoras antiaéreas sin que ese detalle lo convirtiera en un barco de
guerra. Y así pasó su tiempo, con más pena que gloria, hasta enero de 1945,
cuando a los alemanes les llegó la hora de abandonar el frente del este
empujados a sangre y fuego por el avance soviético. Todos los buques germanos
disponibles en el Báltico, mil cien contando botes y pesqueros, fueron
destinados a la evacuación. Entre los barcos de mayor desplazamiento se
encontraba el Wilhelm Gustloff, que fondearon en el puerto de Gotenhafen, hoy
Gdynia (Polonia), a unos30 kilómetros al norte de Gdansk, una zona que había
sido ocupada porla Wehrmacht en 1939.
Las crónicas hablan de decenas de miles de
refugiados agolpados junto al puerto en busca de un barco en el que huir hacia
Kiel. El desorden era tan tumultuoso que sólo algunos disparos al aire parecían
calmar la situación unos minutos, pero luego vencían de nuevo el miedo y un
caos que explica por qué las cifras que se barajan sobre personas embarcadas en
cualquiera de aquellos barcos son forzosamente aproximadas. Un testigo afirma
que la mañana del 30 de enero, cuando habían embarcado unos 3.000 pasajeros,
dejaron de contar. De este modo en el Wilhelm Gustloff se agolparon casi 11.000
personas. No había cubierta, camarote, pasillo o bodega practicable sin ocupar.
Y esta vez los pasajeros no eran veraneantes disfrutando del placer de navegar
por cálidas aguas. Esta vez embarcaron el miedo, el frío y la muerte.
Heinz Schön, sobrecargo del barco y
principal estudioso del suceso, calcula que a bordo iban 173 tripulantes, 918
oficiales, suboficiales y marinos de una división de guerra antisubmarina, 373
mujeres del Cuerpo Femenino Auxiliar dela Kriegsmarine, 162 soldados heridos,
8.956 civiles, de los que se estiman que 4.000 eran niños. En total, 10.582
personas a bordo, de las que fallecerían 9.343, cifra que deja unos 1.200
supervivientes. Pero la verdad, nadie pudo contar con rigor a todos los que
embarcaron.
En esas condiciones y con los submarinos
soviéticos al acecho, el Wilhelm Gustloff zarpó de Gdynia a las 12.30 horas del
mediodía del 30 de enero de 1945 al mando de dos capitanes: Friedrich Petersen,
civil, y Wilhelm Zahn, dela Kriegsmarine. El tiempo era malo. Mucho viento,
nieve y10ºC bajo cero. El barco se hizo a la mar y oscureció. Había luna nueva
y hacía frío, mucho frío.
La derrota que tomaron fue la decidida por
el veterano capitán civil Petersen. Aguas profundas y luces de posición
apagadas en busca de la protección de otro convoy armado que suponían navegaba
más al norte rumbo a Kiel. Creyeron encontrarlo y encendieron las luces de
navegación para evitar un abordaje ante la nula visibilidad. Con esa acción y
para su desgracia se pusieron a la vista de periscopio del capitán Alexánder
Marinesko, al mando del submarino soviético S-13 . Fue la perdición del
Gustloff, que en ese instante se encontraba entre la bahía de Danzig y la isla
danesa de Bornholm con Stolpmünde (hoy Ustka) por el través. Dieron las nueve
de la noche.
El S-13 armó cuatro torpedos, cada uno con
su lema escrito sobre el casco: “por la madre patria”, “por Stalin”, “por el
pueblo soviético” y “por Leningrado”. Disparó tres que hicieron blanco. El
transporte acusó los impactos y escoró rápidamente a estribor recuperando la
verticalidad, pero poco después, volvió a escorar hacia babor. El suboficial
Karl Hoffman relató que el primer torpedo hizo blanco en la proa debajo de la
línea de flotación; el segundo, en la sección media, a la altura de la piscina,
y mató a casi todas las mujeres auxiliares de la Kriegsmarine, y el tercero
impactó a mitad del buque por delante de la sala de máquinas. En pocos minutos,
el castillo de proa se encontraba casi bajo las aguas. El Gustloff se hundió en
menos de 50 minutos llevándose consigo entre 9.200 y 10.000 mujeres, niños y
hombres.
Sólo 1.239 personas (otras fuentes señalan
poco más de 900) pudieron ser rescatadas vivas por los buques alemanes que se
encontraban en las cercanías. El mar, relataron los testigos, aparecía como un
tenebroso paisaje cubierto de cadáveres con salvavidas.
La mayoría de los supervivientes grabaron
en el recuerdo una misma imagen: el momento en que el barco se hundió. El
Gustloff hizo una pausa en su viaje al fondo del mar, y todas las luces se
encendieron en el instante en que se iba a pique. Nadie ha podido explicar el
fenómeno, probablemente causado por un grandioso cortocircuito. Pero por un
momento el navío se convirtió en brillante y gigantesco ataúd de cegadoras
luces. Al mismo tiempo, como si de un ser vivo se tratara, una de sus sirenas
lanzó un tremendo quejido que se fue silenciando a medida que el barco
desaparecía bajo las aguas, tan frías como el hielo.
Detrás del hundimiento del Wilhelm Gustloff
no hay glamur, icebergs ni historias de amor o de heroísmo universalmente
reconocibles; ni multimillonarios de sonoro apellido con una copa en la mano,
impertérritos mientras su vida se acaba; ni valientes músicos tocando hasta la
muerte inspirando relatos, leyendas y películas aunque Günter Grass haya
escrito sobre el buque alemán en A paso de cangrejo. El drama de este barco es
el amigo paupérrimo del recuerdo, pues en su haber mediático apenas cuenta con
una película estrenada 1955, Nacht fiel über Gotenhafen, y media docena de
libros, prácticamente todos alemanes (no traducidos) y una serie de televisión
emitida en Alemania en marzo del 2008. El Gustloff reposa hoy a42 metros de
profundidad, clasificado como “tumba de guerra” por las autoridades polacas.
Lo sucedido fue tan espantoso y
contradictorio que hoy lo cubre un manto de olvido, sin duda por expreso
interés de los implicados. No en vano, el hundimiento del Wilhelm Gustloff, que
por cierto llevaba el nombre de un detestable cabecilla nacionalsocialista
suizo asesinado en 1936, se debió al ataque, quizás un tanto alevoso, del
capitán de un submarino soviético S-13 que disparó sus torpedos contra un
transatlántico civil, se puede imaginar con benevolencia que confundido por su
gran tamaño desdibujado por la bruma y la noche báltica invernal.
Pero lo que añade más consternación a lo ya
pavoroso es que, aunque ciertamente el Wilhelm Gustloff protagoniza la mayor
tragedia náutica de todos los tiempos, su drama sólo es una pieza más de la
desorbitada calamidad que se desarrolló durante cinco meses en aquellas aguas
europeas a partir del 23 de enero de 1945, cuando comenzó la retirada alemana
de aquella zona de Europa. Buques de todo porte, repletos de seres humanos,
fueron hundidos uno tras otro en un remedo de un cruel tiro de feria
apocalíptico. Su saldo total en muertes estremece: 30.000 ahogados como cifra
mínima probable, en su mayoría refugiados civiles alemanes y también
prisioneros aliados y judíos.
Nazis y aliados convirtieron la operación
de retirada con nombre clave de general cartaginés en una matanza de
proporciones colosales. En total se calcula que la escapada se saldó con
300.000 muertes generadas por tierra, aire y mar, en este último caso
caracterizado por un sinfín de barcos echados a pique entre los que destacan el
Wilhelm Gustloff, el General Von Steuben , el Goya, el Thielbeck y el
extrañísimo crimen del que fueron víctimas el 3 de mayo de 1945 los 4.500
ocupantes del Cap Arcona.
El nazismo agonizante no quiso desmoralizar
aún más al atormentado pueblo alemán divulgando la escabechina que estaba
sufriendo en el Báltico. Y a los aliados no les apeteció explicar al mundo
libre que andaban hundiendo barcos civiles repletos de refugiados y
prisioneros. Por eso, un silencio cómplice envolvió en la niebla de la historia
lo sucedido durante la operación Aníbal.
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