miércoles, 25 de octubre de 2017

LA MAYOR CATÁSTROFE NAVAL DE LA HISTORIA

LA MAYOR CATÁSTROFE NAVAL DE LA HISTORIA

EDUARDO MARTÍN DE POZUELO
Nos hundíamos. A través de los gruesos vidrios de las escotillas llegué a escuchar los gritos de los pasajeros y tomé conciencia del drama que se estaba desarrollando bajo la cubierta en la que me encontraba. La gente estaba hacinada y el puente inferior ya estaba medio sumergido. Entonces vi los fogonazos. Eran disparos. Los oficiales estaban matando a sus propias familias”, relató Johann Smrczek, ingeniero jefe del transatlántico Wilhelm Gustloff, el buque que padeció la mayor catástrofe naval de la historia, ocurrida el 30 de enero de 1945 en aguas del Báltico. Smrczek sobrevivió en una balsa y recordó después que la mayoría de las personas que caían al agua morían casi de inmediato, heladas, rígidas. “Tras hundirse, no había movimiento en el mar. No se oía nada”. Sólo imperaba el silencio de gran tragedia. La del Wilhelm Gustloff .

El 12 de abril de este año se conmemoró el centenario del naufragio del Titanic y todos los medios del mundo le dedicaron un emotivo recuerdo. Las peculiares circunstancias de su hundimiento han convertido al Titanic en un mito inolvidable. De hecho, si las catástrofes tuvieran categorías, la del célebre transatlántico de la naviera White Star sería el punto de referencia de los dramas imborrables. Es un hecho. El Titanic ocupa la cúspide de la particular mitomanía que generan las tragedias en el mar y es frecuente suponer que su hundimiento constituye la mayor tragedia marítima de la historia. Pero no es así, ni de lejos.

Si el interés mediático por la pérdida de un barco se basara sólo en el número de muertes, el Titanic dejaría su puesto de honor en la memoria colectiva para dar paso, abrumado, al buque alemán Wilhelm Gustloff, que se alzaría indiscutible a la cima de los desastres en el mar. Así lo acreditan los casi 10.000 muertos en esa calamidad producida por el impacto de tres torpedos soviéticos disparados cuando la II Guerra Mundial tocaba a su fin y el mismo día que Hitler se dirigió a los alemanes por última vez.

En contraste con el bullicio histórico que rodea al Titanic, detrás del Wilhelm Gustloff sobrecoge el silencio de las víctimas alemanas anónimas, sacrificadas por la guerra en las gélidas aguas del mar Báltico. Se trata de las muertes habidas en el curso de una serie de matanzas sucesivas, acaecidas en el contexto bélico de la denominado operación
El naufragio olvidado del "Wilhelm Gustloff"
Aníbal, nombre clave del operativo ordenado por el almirante Karl Dönitz para la evacuación de Prusia Oriental y del corredor polaco de los dos millones a dos millones y medio de alemanes que en 1945 huían aterrados del avance de los ejércitos de Stalin.

El Wilhelm Gustloff era un lujoso crucero civil diseñado para viajes de placer, pensado para albergar a 1.880 personas entre tripulantes y pasajeros. En sus travesías en tiempo de paz pasó por España, pero en 1936, al comienzo de la guerra civil española, trajo hasta aquí parte dela Legión Cóndor y material bélico para los nacionales.

Apenas tres años después, en los prolegómenos de la Segunda GuerraMundial, fue reconvertido en buque hospital. Hizo este trabajo en las campañas de Polonia y Noruega para luego dirigirse a la mayor bahía del Báltico, en Szczecin, Polonia, (Stettin en alemán). Allí lo convertirían en residencia de entrenamiento de la gran base germana de instrucción de guerra antisubmarina ubicada en aquel lugar. Le añadieron unas ametralladoras antiaéreas sin que ese detalle lo convirtiera en un barco de guerra. Y así pasó su tiempo, con más pena que gloria, hasta enero de 1945, cuando a los alemanes les llegó la hora de abandonar el frente del este empujados a sangre y fuego por el avance soviético. Todos los buques germanos disponibles en el Báltico, mil cien contando botes y pesqueros, fueron destinados a la evacuación. Entre los barcos de mayor desplazamiento se encontraba el Wilhelm Gustloff, que fondearon en el puerto de Gotenhafen, hoy Gdynia (Polonia), a unos30 kilómetros al norte de Gdansk, una zona que había sido ocupada porla Wehrmacht en 1939.

Las crónicas hablan de decenas de miles de refugiados agolpados junto al puerto en busca de un barco en el que huir hacia Kiel. El desorden era tan tumultuoso que sólo algunos disparos al aire parecían calmar la situación unos minutos, pero luego vencían de nuevo el miedo y un caos que explica por qué las cifras que se barajan sobre personas embarcadas en cualquiera de aquellos barcos son forzosamente aproximadas. Un testigo afirma que la mañana del 30 de enero, cuando habían embarcado unos 3.000 pasajeros, dejaron de contar. De este modo en el Wilhelm Gustloff se agolparon casi 11.000 personas. No había cubierta, camarote, pasillo o bodega practicable sin ocupar. Y esta vez los pasajeros no eran veraneantes disfrutando del placer de navegar por cálidas aguas. Esta vez embarcaron el miedo, el frío y la muerte.

Heinz Schön, sobrecargo del barco y principal estudioso del suceso, calcula que a bordo iban 173 tripulantes, 918 oficiales, suboficiales y marinos de una división de guerra antisubmarina, 373 mujeres del Cuerpo Femenino Auxiliar dela Kriegsmarine, 162 soldados heridos, 8.956 civiles, de los que se estiman que 4.000 eran niños. En total, 10.582 personas a bordo, de las que fallecerían 9.343, cifra que deja unos 1.200 supervivientes. Pero la verdad, nadie pudo contar con rigor a todos los que embarcaron.

En esas condiciones y con los submarinos soviéticos al acecho, el Wilhelm Gustloff zarpó de Gdynia a las 12.30 horas del mediodía del 30 de enero de 1945 al mando de dos capitanes: Friedrich Petersen, civil, y Wilhelm Zahn, dela Kriegsmarine. El tiempo era malo. Mucho viento, nieve y10ºC bajo cero. El barco se hizo a la mar y oscureció. Había luna nueva y hacía frío, mucho frío.

La derrota que tomaron fue la decidida por el veterano capitán civil Petersen. Aguas profundas y luces de posición apagadas en busca de la protección de otro convoy armado que suponían navegaba más al norte rumbo a Kiel. Creyeron encontrarlo y encendieron las luces de navegación para evitar un abordaje ante la nula visibilidad. Con esa acción y para su desgracia se pusieron a la vista de periscopio del capitán Alexánder Marinesko, al mando del submarino soviético S-13 . Fue la perdición del Gustloff, que en ese instante se encontraba entre la bahía de Danzig y la isla danesa de Bornholm con Stolpmünde (hoy Ustka) por el través. Dieron las nueve de la noche.

El S-13 armó cuatro torpedos, cada uno con su lema escrito sobre el casco: “por la madre patria”, “por Stalin”, “por el pueblo soviético” y “por Leningrado”. Disparó tres que hicieron blanco. El transporte acusó los impactos y escoró rápidamente a estribor recuperando la verticalidad, pero poco después, volvió a escorar hacia babor. El suboficial Karl Hoffman relató que el primer torpedo hizo blanco en la proa debajo de la línea de flotación; el segundo, en la sección media, a la altura de la piscina, y mató a casi todas las mujeres auxiliares de la Kriegsmarine, y el tercero impactó a mitad del buque por delante de la sala de máquinas. En pocos minutos, el castillo de proa se encontraba casi bajo las aguas. El Gustloff se hundió en menos de 50 minutos llevándose consigo entre 9.200 y 10.000 mujeres, niños y hombres.

Sólo 1.239 personas (otras fuentes señalan poco más de 900) pudieron ser rescatadas vivas por los buques alemanes que se encontraban en las cercanías. El mar, relataron los testigos, aparecía como un tenebroso paisaje cubierto de cadáveres con salvavidas.

La mayoría de los supervivientes grabaron en el recuerdo una misma imagen: el momento en que el barco se hundió. El Gustloff hizo una pausa en su viaje al fondo del mar, y todas las luces se encendieron en el instante en que se iba a pique. Nadie ha podido explicar el fenómeno, probablemente causado por un grandioso cortocircuito. Pero por un momento el navío se convirtió en brillante y gigantesco ataúd de cegadoras luces. Al mismo tiempo, como si de un ser vivo se tratara, una de sus sirenas lanzó un tremendo quejido que se fue silenciando a medida que el barco desaparecía bajo las aguas, tan frías como el hielo.

Detrás del hundimiento del Wilhelm Gustloff no hay glamur, icebergs ni historias de amor o de heroísmo universalmente reconocibles; ni multimillonarios de sonoro apellido con una copa en la mano, impertérritos mientras su vida se acaba; ni valientes músicos tocando hasta la muerte inspirando relatos, leyendas y películas aunque Günter Grass haya escrito sobre el buque alemán en A paso de cangrejo. El drama de este barco es el amigo paupérrimo del recuerdo, pues en su haber mediático apenas cuenta con una película estrenada 1955, Nacht fiel über Gotenhafen, y media docena de libros, prácticamente todos alemanes (no traducidos) y una serie de televisión emitida en Alemania en marzo del 2008. El Gustloff reposa hoy a42 metros de profundidad, clasificado como “tumba de guerra” por las autoridades polacas.

Lo sucedido fue tan espantoso y contradictorio que hoy lo cubre un manto de olvido, sin duda por expreso interés de los implicados. No en vano, el hundimiento del Wilhelm Gustloff, que por cierto llevaba el nombre de un detestable cabecilla nacionalsocialista suizo asesinado en 1936, se debió al ataque, quizás un tanto alevoso, del capitán de un submarino soviético S-13 que disparó sus torpedos contra un transatlántico civil, se puede imaginar con benevolencia que confundido por su gran tamaño desdibujado por la bruma y la noche báltica invernal.

Pero lo que añade más consternación a lo ya pavoroso es que, aunque ciertamente el Wilhelm Gustloff protagoniza la mayor tragedia náutica de todos los tiempos, su drama sólo es una pieza más de la desorbitada calamidad que se desarrolló durante cinco meses en aquellas aguas europeas a partir del 23 de enero de 1945, cuando comenzó la retirada alemana de aquella zona de Europa. Buques de todo porte, repletos de seres humanos, fueron hundidos uno tras otro en un remedo de un cruel tiro de feria apocalíptico. Su saldo total en muertes estremece: 30.000 ahogados como cifra mínima probable, en su mayoría refugiados civiles alemanes y también prisioneros aliados y judíos.

Nazis y aliados convirtieron la operación de retirada con nombre clave de general cartaginés en una matanza de proporciones colosales. En total se calcula que la escapada se saldó con 300.000 muertes generadas por tierra, aire y mar, en este último caso caracterizado por un sinfín de barcos echados a pique entre los que destacan el Wilhelm Gustloff, el General Von Steuben , el Goya, el Thielbeck y el extrañísimo crimen del que fueron víctimas el 3 de mayo de 1945 los 4.500 ocupantes del Cap Arcona.


El nazismo agonizante no quiso desmoralizar aún más al atormentado pueblo alemán divulgando la escabechina que estaba sufriendo en el Báltico. Y a los aliados no les apeteció explicar al mundo libre que andaban hundiendo barcos civiles repletos de refugiados y prisioneros. Por eso, un silencio cómplice envolvió en la niebla de la historia lo sucedido durante la operación Aníbal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario