viernes, 6 de octubre de 2017

La Leyenda de la Fontana di Trevi



A eso de medianoche aquel tren infestado de gente me arrojó en Termini. Sentí miedo al salir de la estación. Malas pintas por todas partes. Me había avisado aquella amiga de gafotas que hice en Pisa. La salida mala. Así que di media vuelta y encaré la salida contraria a través de la ahora vacía estación.

Una vez fuera, caminé a lo largo de la calle. No había mucho tráfico, ni el bullicio de gente del otro lado de la estación. La calle estaba bien iluminada, y yo me sentía segura. Poco más adelante, divisé un hotel.

La entrada era pequeña, y las luces de su cafetería estaban apagadas. Italia duerme temprano. El recepcionista espabiló la pampera al verme, y me encontró un hueco, aunque me dio la impresión que había habitaciones libres y que me vendió un favor que no necesitó hacerme.

Era joven, y de sonrisa bonita. Bonita, y fácil. Se esforzaba en iniciar una conversación. Y en ese punto perdió todo su atractivo. Pasaba de media noche, y yo cargaba con una maleta. Y sí, soy española, y sí, España es bonita, y comemos paella. El tipo no tenía ni idea. Sin embargo acepté su ayuda, no quería parecer desagradecida, y cargó la maleta hasta el ascensor.

Al poco rato, volví a recepción. La habitación estaba bien, no había ningún problema, pero no me había alcanzado el sueño, mi mente pensaba en aquella imagen que me había pintado la chica de Pisa con sus palabras.

No me podía quitar esas palabras de la cabeza. Si la chica tenía razón, la imagen sería un recuerdo imborrable, sería mi primer recuerdo cuando pensase en Roma. Y no era yo tan bohemia como ella. El caso es que era algo sencillo de hacer, y valía la pena vivir la experiencia.

Le puse caritas al chico de la sonrisa para que me vendiese un par de birras. Sin birras, no sería lo mismo.

Después de un poco de conversación irrelevante, al menos para mí, me marcó una dirección en el mapa de Roma que me regaló cuando pagué por la llave de una habitación. Supongo que el hotel lo regalará a todos los clientes, aunque volvió a venderlo como un favor especial.

Se esforzaba demasiado, y no me conocía de nada. Podría ser una sicópata, y sentía tantas ganas de estrangularlo como él de hacerme otras cosas. Una calle romana, a una manzanas del Monumento de Victor Manuel
No había dormido mucho, pero Roma me esperaba. Enfilé una calle, la misma calle que había tomado por la noche.

Al fondo podía ver algo colosal que había dejado a un lado de noche. Había hecho bien. A plena luz del día imponía su grandeza.

Me faltaban dos manzanas para llegar a la zona, sin embargo podía ya verlo. Era el  Monumento de Víctor Manuel II. Llegada al hotel. Mañana visitaré Roma

Una nube blanca me transportó hasta la habitación del hotel.

Me acurruqué entre las sábanas. Podía sentir una sonrisa tonta marcada en mi boca. El día había acabado más tarde de lo que había planificado, pero con una imagen de postal. Un día largo, cargado de emociones.

El tren y el ajetreo del viaje me habían dejado sin fuerzas. La chica de Pisa hizo que me saliese del plan. Una vez más el viaje no había salido como lo había calculado. Es una de las cosas bonitas de viajar.

Me había pasado lo mismo en Francia, y seguía marcando guías y trazando mapas, creo que más por la emoción, el ansia del viaje. Imposible pensar en otra cosa. Y mis planes eran sosos. No cabía duda. Ver esto y aquello y lo otro. Puro ajetreo.

Y entonces se me ocurrió. Superé la pereza y salté de la cama. Cogí la guía y el mapa, y los lancé por el aire. Me gustó verlos allí, asomar en la papelera.

En esos pensamientos me dormí. Como cinco horas, no mucho más, hasta que la luz solar se coló por las rendijas de las contraventanas.

Me gustó la sensación de despertarme con el amanecer, aunque recuerdo que en algún momento de mi estancia en Italia pensé en qué coño les pasaba, que no ponían persianas.

Aquella mañana, la emoción de visitar Roma superaba el sueño por haber trasnochado frente al Coliseo. Un viaje a Italia de fin de estudios

Aquel viaje había empezado bien para Alabama. Una fiesta Erasmus en París. Amigos, música, y eso de España entera se va de borrachera. Pero no nos contará esa historia. No quiere.

Alabama había terminado la carrera, y se encontraba en un cruce de pensamientos que no era capaz de entender. Además no encontraba trabajo de ingeniera. Así que se piró de viaje por media Europa. Bueno, por París y Roma. Para aclarar ideas, y eso.

No era tiempo aún de escribir artículos, Ala no era reportera A Quemarropa, y no sabía muy bien lo que sería, le faltaba algo. Ese viaje que realizó una vez terminados sus estudios la marcó, y la convirtió en lo que es hoy. No cabe duda. Por eso se decidió por escribir este artículo.

En el siguiente artículo de Crónicas del Paraíso, Alabama nos cuenta sus experiencias en Roma, en especial en la Fontana de Trevi, donde aprendió una leyenda que le quedó grabada a fuego en el corazón.

Sin embargo antes de llegar a Victor Manuel, me giré, tal como había hecho la noche anterior. Bajé una cuesta pronunciada, que vino a ser la Via del Fornari, aunque yo recordaba del Formaggio (Queso) y siempre la llamaré así.

Y me dije a mi misma: He llegado. Delante el Foro Traiano, con una columna imponente. Había llegado, allí estaba la Roma antigua. Me gustaron los acabados de las dos Iglesias. Y después, encarando la Via Imperiali, lo veía, allá al fondo, imponiendo su presencia, El Coliseo a la luz del día.

El Monumento de Victor Manuel me impresionó, su color blanco y su tamaño, pero El Coliseo es una de las maravillas antiguas. Alabama con una mochila rosa y un jersey verde. Tiene cara de cansada A las puertas de la Roma antigua

Aquella mañana había dormido poco y necesitaba un café. Lo tomé tranquila en una cafetería cercana a la Piazza della  Repubblica, y estaba lista. Roma me esperaba.

La verdad es que no había podido evitar ver algo por la noche, y por ello sabía llegar a la zona que había pensado.

Me gustó no tener que abrigarme, ya que el día era claro y soleado, de muy buena temperatura para encontrarme en la Semana Santa. Dibujo de la silueta de Alabama Divagaciones sobre Roma

Y al final entré en una nueva basílica. Más por un poco de conversación con las chicas que por verla. Me gustaba la torre, curiosamente porque rompía la armonía del resto del edificio.

Me hubiese gustado sacar una foto desde allí arriba. Ahora le hecho más morro a la vida que por aquel entonces. Una va aprendiendo.

Además uso eso de una foto para un reportaje A Quemarropa. Luego de ver la basílica,  tomamos un café en una terraza. Roma 2008 Roma 2008. Fontana llena de gente. Media Tarde. Un helado en La Fontana

Había llegado a un sitio que quería ver despacio. Lo primero sería pillar un helado para ver la Fontana di Trevi. Seguía en mi búsqueda de recuerdos, añadir valor a las imágenes recordando lo que había hecho.

En fin, cosas mías. Seguro que había una heladería cerca, los italianos saben ubicar sus negocios.  Ya con mi helado me coloqué apoyada en la muralla un poco a la izquierda.  Neptuno parecía mirarme a mí. Un poco enfadado. Permanecí admirando la fuente el rato que me duró el helado.

Después fui acercándome como quien no quiere la cosa, mi idea era sentarme y el borde de la fuente estaba atestado de gente. No esperé mucho, una pareja decidió pasear su amor por otro lado. Amor en La Fontana di Trevi

La mañana siguiente me desperté tarde. Empleé las horas previas a la comida para hacer unas compras. Unos complementos y unos trapitos para sentirme mona.

La comida fue pesce con frutti di mare. Sí, me cuidé. Después tomé un café con hielo mientras hacía una pequeña sobremesa. Leía el periódico, la Corriere della Sera, supongo, ya que es el único periódico italiano que recuerdo del viaje.

Entendí bastante, para las cuatro palabras que chapurreaba de italiano. Tampoco hubiese apostado a que allí escrito ponía lo que entendí.

Me sentía con fuerzas. El camarero me indicó la dirección que debía tomar, y dirigí mi paseo a la Fontana de Trevi.

Ingenua yo, pensaba que tendría la fuente para mí sola. Aquello estaba abarrotado. Bueno, no importaba, no había pensado darme un baño, ni nada parecido.

Después de esperar un rato saboreando un helado de fresa y nata, conseguí un hueco en el borde de la Fontana. Y tiré la moneda hacia atrás para volver a Roma. No porque me lo creyese, pero el dinero recaudado lo destinan a obras benéficas.

La Fontana era bonita, el ruido de la gente una mierda. Era un hervidero de voces. Allí sentada, sí me hubiese gustado la fuente para mí, o al menos un poco de soledad.

Mil parejas de enamorados. Turistas, fotos. ¿No podían desaparecer?

Me pasé el pelo hacia delante, sobre mi hombro derecho. Seguía sentada. Me agarré fuerte al borde de la fuente, y me eché hacia atrás, para acercarme al agua y sentir su sonido. Estaba a un palmo del agua, y podía sentir como se mojaban los pelos que se escapaban de mi hombro. Así pude aislarme del ambiente de turistas y llenarme de la historia de la fuente.

- Dicen que si te caes, te absorbe la fuente hacia su interior.

¿Eh? Me erguí. De golpe. Por su reacción, debió de pensar que me había asustado, y fue más una sorpresa. El chico italiano de mi lado me hablaba.

No había reparado en él antes. Y no lo entiendo. Debí haberme fijado. El caso es que tanto intentar grabar sentimientos a imágenes, me había apartado un poco de la realidad. Vamos, me gustaba el rollo ese, pero me había pasado de cuerda.

- Dentro hay cientos de amantes despechados, mitades de corazones rotos. Te absorberá hacia el interior de la tierra. Lo dice la leyenda. Pero tú misma.

Eso dijo. O eso intuí que decía. Tuve que decirle que más despacio, que no era italiana. Eso rompió un poco la magia del momento. Qué se le iba a hacer.

- ¿Sí? No lo sabía.
No tardó en presentarse. Entonces se rio. Luca tenía esas cosas.

-Voy a ser sincero contigo. Es mentira. Lo de la fuente. Se me ocurrió porque me estabas dando una sensación de “se va a caer a la fuente” que no podía soportarla. De todos modos La Fontana sí tiene una leyenda.

Me quedé mirándolo sin saber qué decir.
- Siento haberte interrumpido, me cuesta estar callado.

Y se levantó. Entonces me di cuenta. Él se iba y el ruido de la gente volvía. Me había quedado atrapada mientras me hablaba, y era como si sólo estuviese él.

- Espera. No puedes irte sin contarme la leyenda.
- Quizás otro día. Hay mucho ruido aquí. No me apetece. No aquí.

Lo seguí. Quería la leyenda. Y volver a ver su sonrisa de niño. Agarré su brazo.

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