Había
dejado el bus interprovincial hacía como tres cuartos de hora. Desde arriba veía el pueblo serrano de mi padre. Llevaba mi mochila e iba solo, la segunda vez
después que mi padre hubo fallecido. Bajar
al pueblo: daría unas vueltas que poco a poco descendía. Había un tramo directo, casi vertical, acopio
de guijarros, balaustrada de piedras lajas.
Preferí el camino manso, tendido, rodeando la hoyada ¿qué apuro?
aun era temprano.
En eso oigo a mi espalda:
¡Chendo, Chendo, don Chendito...! Y se quiebra la voz. Era
la hija de David Vidal, mi
amigo, el que tenía su imprenta y me hacía las facturas
-¿No
has visto a mi hijo, don Chendo? pregunta Yesenia
-¿Tu
hijo?... No entiendo. Lleva de la mano a
un niño de cinco años
-Este
no –aclara-, mi hijo de quince días recién nacido ¿No lo ha visto usted?
-No,
respondo y me parece extraño:¿ Cómo puede descuidar una criatura de quince
días?
Sorprendido
verle con un hijo de cinco años, cuando
la conocí a Yesenia apenas tenía catorce, más sorprendido aún, el
extravió de su neonato de pocos días...
-No,
no he visto, estoy seguro –repito-
Mientras
conversamos, su niño se desprende de la mano y corre hacia el camino empinado y
agreste de piedras. Yesenia le sigue al niño que baja las gradas y
al ver mi parsimonia me grita:
-¡Don
Chendooo, voy adelantando, nos vemos en el pueblooo!
- ¡Yaaa
-le digo- Me esperas en el portaaal!
Pronto
adelgaza su figura y se pierde entre los
quiebres del camino. Desciendo por el
mismo lugar, crece mi curiosidad ¿Que hacía Yesenia en lo alto del cerro? Pregunta por su hijo, yo ni sabía que
se había casado ¿Y qué es de su esposo? ¿Es de este pueblo? Estamos a ocho horas de Lima –en carro- ¿Qué
hace aquí? ¿Me seguía en él?
¡Imposible!
Me hubiese dado cuenta, Debí preguntarle por su mamá que era esposa de mi amigo
David Vidal quien falleció y quedó viuda con cuatro niños menores siendo
Yesenia la segunda. Tres mujercitas y un varón, el último, agraciado de faz que parecía una hermana más.
Entonces,
el diablo despertó en mí. Tengo aquí la casa de mi padre, vacía , le daría
posada a Yesenia siempre en cuando se quede esta noche en el pueblo, mañana,
no importaría que siga buscando su hijo donde quiera. Mi plan, después de
almorzar en la plaza iremos por la viña que rodea al pueblo. La vamos a
pasar bien y que me responda las preguntas mientras la consuelo.
Estoy
en la portada. Hay unos cuantos mercaderes de artesanía y de productos lácteos
en el portal del pueblo. Pasan minutos, medias horas, horas, y
nada. No aparece el niño ni Yesenia.
Levantan sus enseres los pequeños comerciantes y quedo solo.
El pueblo es pequeño apenas tiene una plaza , voy a buscarla.
Ella es de cabellos rizados y tez blanca,
lleva un niño de cinco años. Nadie
me da razón ¡Es imposible que no la hayan visto bajar del camino directo al
portal?
O,
será que la he visto en
una dimensión desconocida.
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