El borrachín ha caído por tercera vez, recién han reparado en él. La gente que compra en los almacenes, dueños y empleados de éstas, algunos transeúntes pasan riéndose cuando lo ven tratando levantarse para luego volverse a caer; a otros les da pena pero nada hacen.
El borrachín, talla un poco alto, decrépito, barbado se levanta
otra vez, da unos pasos como si estuviera dibujando una S. Al menos no cae esta
vez, se afirma apoyándose al poste de luz y se mantiene sostenido
pero no erguido, un largo minuto. El asunto, sus cachivaches está en una talega en el
piso, la vez anterior que intentó recogerlo le ganó el cuerpo y se cayó de
bruces, de eso se reía la gente.
Esta vez, un muchacho le
ayudó al fardel y, aun más, le puso sobre la espalda para abreviar el trabajo,
el borrachín aprieta con sus escasos dientes la boca de la talega mientras se ajusta la
correa del pantalón y, en ese preciso momento, le da un acceso de
tos, abre la mandíbula y se le cae el atado y, por inercia, cae de espalda
que le hace sentarse y golpearse la nuca contra el poste de luz.
Algunos quieren ayudarle pero prefieren dejarle así porque se cae.
En una de sus caídas se ha reventado el labio inferior y después de manar la
sangre un momento se ha detenido pero su
cara es un sello ensangrentado.
Quiere volver a empinarse pero definitivamente no puede, se
echa en la vereda apoyando la nuca en el costal de cacharros esperando se le pase la embriaguez y
continuar recogiendo botellas de plástico. Tiene abierto los ojos, mira
uno de los establecimientos y luego, al cielo, le parece indiferente a él, ve las nubes corredizas
¿A dónde van, de quién huyen?, pregunta ¡quién no quisiera ser una! Causa –ahora- ráfagas de aire en la calle, lleva puesto un saco roído, una camisa
percudida por la sangre y suciedad.
Todos los curiosos vuelven a sus tarea y se olvidan del borrachín,
además no es el primero ni será el último chispo del día en esa
zona, cerca a La Parada,* infestada de cantinas , por lo general, hay ante
un mercado de abastos grande en cuyas
calles aledañas como ésta hay también negocios de embalaje, acopio, agencias, expendio
de mayor y diversos que le dan una apariencia pujante y activa, sin embargo,
hay detalles desabridos como el que nos ocupa.
La señora Solina Portocarrero, a la risa de sus
empleados había salido al frontis de su negocio y ver de qué reían, vio la
ultima caída del borrachín. No le causo risa estaba acostumbrada a ver esas
escenas y le fastidiaba de alguna manera porque sus acreedores y amistades que
le visitaban tenían que ver por fuerza
esa degradación del hombre. Había intentado cambiar de lugar su negocio
a otro lugar de Lima presentable pero definitivamente el tipo de negocio que
administraba estaba en La Parada. Había vuelto.
Es dueña del mejor negocio de la zona: Cia Importadora
Exportadora Soli-Mass. Solina volvió a su tarea, estaba apurada en cuadrar sus
cuentas en una planilla adosada a un tablero que llevaba en la mano
porque ya iba cerrar su negocio, tenía que encontrarse con su
marido en el centro para una firma notarial, justamente, uno de sus hijos había
venido en el auto de la familia a recogerla y se había cuadrado frente al
almacén.
En ese momento, suena el timbre de su celular, responde ella y se
entera que está por llegar un contenedor de la aduana con fruta seca
importada. Maldice en silencio aunque no es culpa del proveedor, mira la hora, es menos de las cuatro de la tarde, hora de
recibir y se molesta consigo misma no haberles advertido a la proveedora
para postergar el envío.
Pregunta por el celular ¿En cuántos minutos llegará al almacén? Por
la línea le dicen que está el camión frente a ella pero que van dar
la vuelta en U para cuadrar mejor el camión. La señora Solina dice
a sus empleados: ¡Saquen ese borracho de la vereda, se va cuadrar el camión! ¡rápido! Y se mete a la antesala de su establecimiento y ordena a su otro hijo
que está en la oficina forme una cuadrilla de hombres para
descargar lo más rápido.
La señora Solina, manos en jarras, calcula el tiempo que va
demorar en descargar, piensa: Si el camión viene con sus propios estibadores,
más los nuestros entonces se podrá aligerar la descarga. Por un
momento quiere dejar a sus hijos el negocio e irse en un taxi pero sus
hijos son jóvenes, el que ha venido, el mayor, estudia arquitectura y no sabe
nada del negocio y el otro, el de la oficina, aun tiene 22 años y es muy joven
para quedarse con la responsabilidad de atender los estibadores que vienen de
la aduana del Callao para lo cual hay que ser vivaz y cautos con
ellos. ¡No ,me quedo! Determina. Su marido, ya se había adelantado,
esperaría su llamada para explicarle .
Ensimismada en sus pensamientos, nota que el borracho estorbaba el parqueo del camión que está por llegar.
Esta gente, reniega Solina,
refiriendo al borrachín, debieran matarlos a todos, dan mal aspecto
a la ciudad ¿Para que están?¡ Para dar pena, nada mas!
Luego, recapacita, asiste los sábados a una
comunidad cristiana y no debería estar hablando así ¡Ay dios, dice, que estoy
diciendo! Perdón, perdóname diosito Pero luego endereza su posición En
realidad, esos borrachos son escoria ¿Que hacen? ¿Para qué sirven?
¡Quitan el pan de otros, y son tantos…!
Uno de los empleados que trataba botar al borracho llega a
la señora y le pregunta:
-Disculpe señora Solina
-Si ¿qué pasa?
- ¿Su nombre completo es Solina Alcidia Portocarrero del Valle?
-Si… Y en un segundo Solina quedó sorprendida, a nadie haba confiado
su segundo nombre Alcidia, excepto su familia cercana, además
era su nombre de soltera.
-Si, repitió tibiamente, ¿Por qué?
-El borracho dice que le conoce a usted
-¿Qué? ¡Está loco! Yo no tengo ni un amigo menesteroso, espetó y
se quedó extrañada cómo así el borracho sabía su nombre…
Solina se acercó a paso vacilante y curiosa a la explanada, frente
a su almacén. El borracho ahora está sentado sobre la orilla de la vereda,
Solina le mira acuciosa sin descubrirle, gira en torno a él y le es difícil
desenmascararle tras enmarañada barba, más aun, con sangre coagulada en la
ceja y cristalizada en el rostro, tiene,
además, la nariz algo torcida producto de una pelea o una caída anterior, no lo
conoce y pregunta:
- ¿Tú me conoces?
El borracho no responde, asiente la cabeza.
No es tan viejo, deduce, en la frente no tiene arrugas formadas, a
lo más debe tener 48 o 50 años, entonces, Solina recala en su labios, a pesar
de estar lastimado de ingerir licor son
finos y largos; entonces el borracho suplica con la mirada y el humo de
sus ojos y pide que no le acucie más y le olvide.
Y, Solina, al notar sus ojos, al oír su voz, le dicen algo más pero
que no puede dar crédito aun . Entonces el borracho pronunció: ¡Alsi… Alsi…! (por
Alcidia!)
A Solina se le cayó el mundo. Era él, pronunció su nombre, era él.
Se le cayó el tablero, el celular y las piernas le flaquearon En un segundo su
memoria rebobinó hechos tan distantes: Era aquel hombre que había sido su
primer hombre, aquel por quién estuvo a punto de suicidarse cuando le
descubrió con otra mujer, aquél, con quien vislumbraba –de casarse- un porvenir
mejor y, ella, aun, en ese tiempo, no se consideraba digna mujer de él ¡Oh dios
mío, no puede ser! Dijo y repitió excitada varias veces. Las
piernas no le resistían y se dejó vencer, se sentó a su lado, a la orilla
de la vereda, fuera de sí, sumamente conmovida, lo abrazó, mesó su
sucio cabello y gritaba: ¡Porqué, porqué dios mío! ¿Qué pasó…! –dijo su nombre- Llevó la
cabeza del borrachín a su regazo y puso la suya sobre él y desparramó tal
llanto que lavó la sangre adherida de él.
Se oyó decir que los hijos de Solina no lo pudieron separar.
__
* esta narración
corresponde al año 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario