domingo, 14 de febrero de 2016

El borrachin (una triste historia de amor) Rev./V16



 El borrachín ha caído por tercera vez, recién han reparado en él. La gente que compra en los almacenes,  dueños y empleados de éstas, algunos transeúntes pasan riéndose cuando lo ven tratando levantarse para luego volverse a caer; a otros les da pena pero nada hacen.
El borrachín, talla un poco alto, decrépito, barbado se levanta otra vez, da unos pasos como si estuviera dibujando una S. Al menos no cae esta vez, se afirma  apoyándose al poste de luz  y se mantiene sostenido pero no erguido, un largo minuto. El asunto,  sus cachivaches está en una talega  en el piso, la vez anterior que intentó recogerlo le ganó el cuerpo y se cayó de bruces, de eso se reía la gente.
 Esta vez, un muchacho le ayudó al fardel y, aun más, le puso sobre la espalda para abreviar el trabajo, el borrachín aprieta con sus escasos dientes la  boca de la talega mientras se ajusta la correa  del pantalón y, en ese preciso momento, le da un acceso de tos,  abre la mandíbula y se le cae el atado y, por inercia,  cae de espalda que le hace sentarse y golpearse la nuca contra el poste de luz.
Algunos quieren ayudarle pero prefieren dejarle así porque se cae. En una de sus caídas se ha reventado el labio inferior y después de manar la sangre un momento se ha detenido  pero su cara es un sello ensangrentado.
Quiere volver a empinarse pero definitivamente  no puede, se echa en la vereda apoyando la nuca en el costal de cacharros  esperando se le pase  la embriaguez y continuar recogiendo botellas de plástico. Tiene abierto los ojos,  mira uno de los establecimientos y luego, al cielo,  le parece indiferente a él, ve las nubes corredizas ¿A dónde van, de quién huyen?, pregunta ¡quién no quisiera ser una! Causa –ahora-  ráfagas de aire en la calle, lleva puesto un saco roído, una camisa percudida por la sangre y suciedad.
Todos los curiosos vuelven a sus tarea y se olvidan del borrachín, además no es el primero  ni será  el último  chispo del día en esa zona, cerca a La Parada,* infestada de cantinas , por lo general, hay  ante un mercado de abastos grande  en cuyas calles aledañas como ésta hay también negocios de embalaje, acopio, agencias, expendio de mayor y diversos que le  dan una apariencia pujante y activa, sin embargo, hay  detalles desabridos  como el que nos ocupa.
La señora Solina Portocarrero, a  la risa  de sus empleados había salido al frontis de su negocio y ver de qué reían, vio la ultima caída del borrachín. No le causo risa estaba acostumbrada a ver esas escenas y le fastidiaba de alguna manera porque sus acreedores y amistades que le visitaban tenían que ver por fuerza  esa degradación del hombre. Había intentado cambiar de lugar su negocio a otro lugar de Lima presentable pero definitivamente el tipo de negocio que administraba estaba en La Parada. Había vuelto.

Es dueña del mejor  negocio de la zona: Cia Importadora Exportadora Soli-Mass. Solina volvió a su tarea, estaba apurada en cuadrar sus cuentas en una planilla adosada  a un tablero que llevaba en la mano porque  ya iba cerrar su negocio,  tenía que encontrarse con su marido en el centro para una firma notarial, justamente, uno de sus hijos había venido en el auto de la familia a recogerla y se había cuadrado frente al almacén.
En ese momento, suena el timbre de su celular, responde ella y se entera que está por llegar  un contenedor  de la aduana con fruta seca importada. Maldice en silencio aunque no es culpa del proveedor, mira la hora,  es menos de las cuatro de la tarde, hora de recibir y se molesta consigo misma no haberles  advertido a la proveedora para postergar el envío.

Pregunta por el celular ¿En cuántos minutos llegará al almacén? Por la línea  le dicen que está el camión frente a ella pero que  van dar la vuelta en U para cuadrar mejor el camión.  La señora Solina dice  a sus empleados: ¡Saquen ese borracho de la vereda, se va cuadrar el camión! ¡rápido! Y se mete a la antesala de su establecimiento y ordena a su otro hijo que está en la oficina  forme  una cuadrilla de hombres para descargar lo más rápido.
La señora Solina,  manos en jarras, calcula el tiempo que va demorar en descargar, piensa: Si el camión viene con sus propios estibadores, más los nuestros  entonces se podrá aligerar la descarga.  Por un momento quiere  dejar a sus hijos el negocio e irse en un taxi pero sus hijos son jóvenes, el que ha venido, el mayor, estudia arquitectura y no sabe nada del negocio y el otro, el de la oficina, aun tiene 22 años y es muy joven para quedarse con la responsabilidad de atender los estibadores que vienen de la aduana del Callao  para lo cual hay que ser  vivaz y cautos con ellos. ¡No ,me quedo! Determina.   Su marido, ya se había  adelantado, esperaría su llamada para explicarle .
Ensimismada en sus pensamientos, nota que el borracho estorbaba  el parqueo del camión que está por llegar. 
Esta gente, reniega Solina, refiriendo al borrachín,  debieran matarlos a todos,  dan mal aspecto a la ciudad ¿Para que están?¡ Para dar pena, nada mas!
Luego, recapacita,  asiste  los sábados  a una comunidad cristiana y no debería estar hablando así ¡Ay dios, dice, que estoy diciendo! Perdón, perdóname diosito Pero luego endereza su posición En realidad, esos borrachos son  escoria  ¿Que hacen? ¿Para qué sirven? ¡Quitan el pan de otros, y son tantos…!
Uno de los empleados que trataba botar al borracho  llega a la señora y le pregunta:
-Disculpe señora Solina
 -Si ¿qué pasa?
- ¿Su nombre completo es Solina Alcidia Portocarrero del Valle?
-Si… Y en un segundo Solina  quedó sorprendida, a nadie haba confiado su  segundo nombre Alcidia,  excepto  su familia cercana, además era su nombre de soltera.
-Si, repitió tibiamente, ¿Por qué?
-El borracho dice que le conoce a usted
-¿Qué? ¡Está loco! Yo no tengo ni un amigo menesteroso, espetó y se quedó extrañada cómo así el borracho sabía su nombre…
Solina se acercó a paso vacilante y curiosa a la explanada, frente a su almacén. El borracho ahora está sentado sobre la orilla de la vereda, Solina le mira acuciosa sin descubrirle, gira en torno a él y le es difícil desenmascararle tras enmarañada barba, más aun, con sangre coagulada en la ceja y cristalizada en el rostro,  tiene, además, la nariz algo torcida producto de una pelea o una caída anterior, no lo conoce y pregunta:
- ¿Tú me conoces?
El borracho no responde, asiente la cabeza.
No es tan viejo, deduce, en la frente no tiene arrugas formadas, a lo más debe tener 48 o 50 años, entonces, Solina recala en su labios, a pesar de estar lastimado de ingerir  licor son finos y largos; entonces el borracho  suplica con la mirada y el humo de sus ojos y pide que no le acucie  más y le olvide.
Y, Solina, al notar sus ojos, al oír su voz, le dicen algo más pero que no puede dar crédito aun . Entonces el borracho pronunció: ¡Alsi… Alsi…! (por Alcidia!)
A Solina se le cayó el mundo. Era él, pronunció su nombre, era él. Se le cayó el tablero, el celular y las piernas le flaquearon En un segundo su memoria rebobinó hechos tan distantes: Era  aquel hombre que había sido su primer hombre, aquel  por quién estuvo a punto de suicidarse cuando le descubrió  con otra mujer, aquél, con quien vislumbraba –de casarse- un porvenir mejor y, ella, aun, en ese tiempo, no se consideraba digna mujer de él ¡Oh dios mío, no puede ser! Dijo y repitió   excitada varias veces. Las piernas no le resistían y  se dejó vencer, se sentó a su lado, a la orilla de la vereda, fuera de sí, sumamente conmovida, lo abrazó,  mesó  su sucio cabello y gritaba: ¡Porqué, porqué dios mío! ¿Qué pasó…! –dijo su nombre- Llevó la cabeza del borrachín a su regazo y puso la suya sobre él y desparramó tal llanto que lavó la sangre adherida de  él. 

Se oyó decir que los hijos de Solina no lo pudieron separar.
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* esta narración corresponde al año 2011  


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