Trabajaba
como administradora en un salón de billar ubicado en un sótano. Acostumbraba
salir aproximadamente a las dos de la
mañana.
Esa
noche era sábado y había quedado con mis amigas para ir a una fiesta para lo
cual quedé con ellas para que me recogieran.
En efecto, así fue.
Me despedí
del guardián apodado Condorito, más o
menos de 50 años
Era
el último que quedaba en el local.
El tenía
que ordenar los tacos y las bolas de marfil dejar en su lugar. Luego subía a su cuarto pequeño que estaba en
la entrada del local a nivel de la
vereda de la calle. En eso estaba porque cerró la reja.
Yo
y mis amigas en el carro de una de ellas conversábamos un momento
cuando
Condorito nos hizo señas que creyó oír el murmullo y el ruido característico de
impulsar con el taco las bolas sobre la baranda elástica, en el sótano.
Condorito
bajó a ver y volvió a subir por la escalera con una cara de espanto que no
podía hablar. Y no podía salir a la calle por el nerviosismo de no encontrar la
llave de la reja.
-¿Qué
pasó Condorito?, le preguntamos .Teníamos que espera un rato para que se recompusiera
- ¡Abajo.. abajo…- balbuceó-, están jugando los fantasmas!
Nosotras
nos quedamos lelas
Nos
silenciamos para oír mejor y en efecto
oíamos el taconeo de billas
Condorito,
por fin, encontró las llaves, salió y no volvió más.
Llamamos
al dueño y con vigilantes descendimos pero no encontramos nada, solo las bolas
desperdigadas sobre la mesa.
Al
dueño no le inmutó, parece que no era la primera vez, solo dijo:
Los
fantasmas también recuerdan sus momentos gratos de ocio.
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