jueves, 11 de febrero de 2016

Salón de billar



Trabajaba como administradora en un salón de billar ubicado en un sótano. Acostumbraba salir aproximadamente a las  dos de la mañana.
Esa noche era sábado y había quedado con mis amigas para ir a una fiesta para lo cual quedé con ellas para que me recogieran.   En efecto, así fue.
Me despedí del guardián apodado Condorito, más o menos de 50 años
Era el último que quedaba en el local.
El tenía que ordenar los tacos y las bolas de marfil dejar en su lugar.  Luego subía a su cuarto pequeño que estaba en la entrada del local a nivel de la  vereda de la calle. En eso estaba porque cerró la reja.
Yo y mis amigas en el carro de una de ellas conversábamos un momento
cuando Condorito nos hizo señas que creyó oír el murmullo y el ruido característico de impulsar con el taco las bolas sobre la baranda elástica, en el sótano.

Condorito bajó a ver y volvió a subir por la escalera con una cara de espanto que no podía hablar. Y no podía salir a la calle por el nerviosismo de no encontrar la llave de la reja.
-¿Qué pasó Condorito?, le preguntamos .Teníamos que espera un rato para que se recompusiera 
- ¡Abajo..  abajo…- balbuceó-,  están jugando los fantasmas!
Nosotras nos quedamos lelas
Nos silenciamos  para oír mejor y en efecto oíamos el taconeo de billas

Condorito, por fin, encontró las llaves, salió y no volvió más.
Llamamos al dueño y con vigilantes descendimos pero no encontramos nada, solo las bolas desperdigadas sobre la mesa.

Al dueño no le inmutó, parece que no era la primera vez, solo dijo:
Los fantasmas también recuerdan sus momentos gratos de ocio.


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