Me acuerdo de algo que había dicho Bruno: siempre es terrible
ver a un hombre que se cree absoluta y
seguramente solo, pues hay en él algo trágico, quizá hasta de sagrado, y a la vez de horrendo y vergonzoso. Siempre, decía Bruno,
llevamos una máscara, que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los lugares que
tenemos asignado en la vida. La del profesor, la del amante, la del intelectual,
la del héroe, la del hermano cariñoso. Pero ¡que máscara nos ponemos o qué máscara
nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie, nos observa,
nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima o nos ataca? Acaso
el carácter sagrado de ese instante se
deba a que el hombre está entonces frente a la Divinidad, o por lo menos ante
su propia e implacable conciencia?
Ernesto Sabato del libro
La resistencia
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