miércoles, 24 de febrero de 2016

El hijo de comanche (Rev).


Camino por la vereda que me lleva  a mi tienda. Se me acerca, por atrás, ( me doy cuenta porque en La parada hay que caminar con un ojo atrás) un conocido, el flaco comanche, tan flaco como si fuera la mitad  que conocí . Apodo en honor- o deshonor-  a su padre que acuñó Alfredo, nuestro primer empleado.
  El papá, estibador, venía de su natal Huancavelica a trabajar en la cuadra,  adosado con una vincha a su cabello lacio y largo, cierta vez, dormido sobre una silleta, Alfredo le pegó una pluma a la vincha: ¡Pareces un comanche! le dijo cuando se despertó quedándose con el mote el viejo, y, sucesivamente, sus cuatro hijos que trabajaban también el mismo oficio.
-¡Qué tal! me dice, ahora, el hijo mayor de comanche  y después de unos preámbulos me pregunta por Solina.
- No sé nada de ella, le miento, reconociendo que él fue testigo del romance que tuve con ella hace varios años y qué, ahora,  se de ella por terceras personas:  una honorable señora casada con hijos  con hartas propiedades y un buen negocio.
-Yo la veo, insiste, ¿no quieres que le diga algo?
-¡Nooo, ya pasó!, le digo, gracias de todos modos
Caminamos un par de cuadras   y nos despedimos, y va cada uno por su rumbo
-¡Cuídate! le digo apuntando  su  salud resquebrajada
Y se despide con una sonrisa cadavérica.

 *
 Cuando despierto caigo  en cuenta que el hijo de comanche ha muerto hace muchos  años de tuberculosis; y yo ya no tengo tienda.

Últimamente estoy soñando con personas muertas…incluso, con Solina, muerta para mi.

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