domingo, 28 de febrero de 2016

Isabel Sarli /V16 /El viejo barbado



Fui a comprar cd antiguos, películas clásicas por la esquina de Abancay y  Piérola, al mercado El Hueco , en realidad, literalmente, es un hueco, más o menos  cinco mil m2 de área. Se excavó  para hacer el cimiento y  un edificio similar al que está al frente: el antiguo edificio del ex Ministerio de Educación –hoy sede del poder judicial con más de veinte pisos-, pero se quedó en cimiento,  vano que ha estado  decenas de años solo protegido por una valla de madera perimétrica a ras de la vereda pública. Por los años ochenta, creo, el municipio consintió  la instalación  de una galería con material ligero en  el vacío  para dar abasto a  ambulantes que ocupaban  e interrumpían  el tráfico de la avenida Abancay.

 Bueno,  para bajar al cóncavo  hay que descender  por una rampa  y encontramos varios pasajes de diferente rubro de ventas de artículos en un cúmulo de puestos pequeños donde se encuentran desde copias no autorizadas de libros, cd,  ropa deportiva marca adulterada , imitación de zapatillas adidas, etc, etc,
Allí compran por mayor a menos de un sol las películas de estreno los pequeños comerciantes que llegan de diferentes lugares de Lima para revenderlos a  dos por cinco soles pero, generalmente,  estas copias a menos de un sol son de mala calidad por eso hay que conocer algunos puestos , pagar dos soles o más  por una copia muy cercana al original. Eso es lo que hago,  prefiero pagar dos soles por cada CD, que de todas maneras es mucho más barato de lo que expenden en las tiendas de autoservicio.

Vi la carátula de un cd de Isabel Sarli. No soy de comprar cd pornográficos que allí ofrecen por montones, incluso, hay puestos con una ambiente interior reservado para que uno pueda seleccionar en una pantalla los triple equis más voluptuosos. Pero ésta de Isabel Sarli, ahora, no se le puede llamar pornográfico y, más bien, relieva recordar  parte de mi adolescencia y juventud que hoy me ocupa:

Isabel Sarli, la bomba argentina, el sueño nocturno de los adolescentes de mi generación, años sesenta y picos. Tendría  14 años, estudiaba en Labarthe, turno tarde,  segundo año de secundaria, segundo N; eran tanto los salones en ese colegio que la letra N me tocó ocupar como aula, era la G.U.E Pedro A. Labarthe el colegio con más alumnado del país. Tenía un amigo,  Cara` e chancho le apodaban,  cuyo tío trabajaba de boletero en el cine Mundo. Cara` e chancho solía traer cuatro o cinco boletos sin romper  y los repartía a sus amigos que estaban dispuestos a  Tirar  pared, escapar del colegio, y yo estaba entre ellos porque Cara` e chancho se sentaba atrás de mi carpeta.

Nos apuntábamos para escapar del cole, yo, Caballo, Sandro (el que imitaba al cantante de moda), Quevedo, Baldeón.  Después del único recreo -3 y 15 de la tarde- , cuando todos regresaban a sus aulas nosotros nos escondíamos tras las tribunas del estadio que estaba al fondo del colegio, por allí, estaba la casa de los guardianes  del colegio por lo cual teníamos que ver hacia atrás donde estaba la casa de éstos que tenían orden de avisar a la dirección si veían alumnos merodeando cerca a las paredes, y adelante, donde estaban los auxiliares en el patio soplando sus pitos pugnando hacer ingresar a los alumnos a sus salones y dejaran vacío patio y corredores.
 La única forma de trepar  era por la pared lateral, la que daba  a las primeras cuadras de la av. San Luis, por allí había unos árboles que actuaban como mampara . Esperábamos un momento  para que se despoblara los dos patios y que los auxiliares preocupados en hacer reingresar a las aulas descuidaran  la vigilancia de las paredes.  Entonces uno por uno corría y trepaba la pared y nuestro uniforme caqui color tierra se acomodaba al color  amarillo gastado de la pared. Era el lugar señalado para trepar y engastado por huidas anteriores se había hecho la pared como una seguidilla de estribos. Una vez arriba,  el primero en subir daba una vista general y rápida   a la calle y veía si por mala suerte  había un patrullero o el empeñoso auxiliar Camote –apodo- que merodeaba afuera avispado seguramente por la carajeada que recibía de la dirección  de poner coto a los escaperos.
El que subía primero alentaba: no hay peligro.  La técnica para  bajar la pared hacia la calle era prendernos con las dos manos del borde de la pared a la vez que soltábamos el cuerpo al vacío pero aun sin desprender los dedos,  luego, empinar las punteras del zapato para no caer de talón y soltarnos, ahora sí, del todo.  Caíamos de pie y raudo corríamos por lo largo de la avenida San Luis hacia atrás del colegio donde en ese tiempo había chacras y hoy es la avenida Arriola. Si por un caso nos toparíamos con el auxiliar Camote  lo que nos quedaba era correr y correr porque una entrevista  en la dirección era factible, primera vez, careo con el padre del alumno y suspensión de una semana, segunda vez,  expulsión del colegio.
Entre matorrales  esperábamos a  todo el equipo, nos quitábamos camisa corbatín insignia y todo añadido  y nos poníamos las poleras o camisas de otro color.
Luego, enfilábamos felices las pocas calles hacia el  cine Mundo (jirón Huánuco, a la altura de Méjico- a una cuadra-) Por ese tiempo, era raro ver a estudiantes fuera de hora de clase, entonces, estábamos convenidos que si alguna patuto  (  patrullero , auto policial)  sospechara de nuestro grupo y se nos presentaba y nos exhortaba detenernos cada uno corriera por calle diferente y al que la suerte no le ayude se aguante y no nos delate.

Y floreábamos nuestros polos de diferente color, carcajeábamos  al enterarnos, por ejemplo, que Sandro cayó de poto al bajar de la pared, o ,traíamos  a memoria sucesos  del aula, por ejemplo, en  clase de Educación Cívica  el tutor, un moreno, le preguntó a Quevedo por qué tenía el cabello tan largo, y éste respondía : es que, profe, tengo costumbre  echarme salivita al pelo , o cuando Alvitez, el popular gallina un día en el examen oral de ciencias naturales le  preguntaron   nombrara un ejemplo de la orden gallinácea y todos los alumnos  cacarearon. Alvitez en verdad parecía una gallina cuando se ponía  rojo su cara aunado al morrito de pelo que tenía que parecían crestas. De cualquier cosa hacíamos chacota . Íbamos  felices al cine Mundo aunque, en el fondo, rogábamos que  nuestro auxiliar don Pepa (bien parecido porque iba tiza , buen terno, diferente camisa y corbata a diario –casi no usaba saco solo en la formación- ) no se le ocurriera volver a tomar la lista de asistencia a la hora de salida ya sea por intuición o por el soplo del bembón Gutapercha, un moreno tinto que era brigadier de aula y estaba al tanto nuestra perrada.
-¡No te preocupes –decía Quevedo- ya lo puse el alto a ese negro bembón, no volverá  a soplarnos!  

Casualmente, dicho de paso, uno de esos soplos  el auxiliar Pepa me giró una esquela a mí y a los otros para que nos presentáramos con nuestro padre -fue mi mamá- a la dirección de normas educativas del colegio ante el temido director de apellido Bravo que nos dio un sermón de padre y señor mío y nos amenazó si se daba la reincidencia de escaparnos  con la expulsión, y exhorto a mi madre a firmar los cuadernos después de cada asistencia a clases. En ese careo estaba Okuyama, hijo de un japonés y Bravo se mesó el cabello, incrédulo,  ver un japonés escapándose por la pared cuando según su experiencia de director los niseis –hijos de japoneses- eran cumplidores del orden y del prestigio del colegio y nos culpó a nosotros por malograrle  a ese alumno de bien.

Pero lo que más me cohibió –ya en la casa- a no escaparme más del colegio fue ver el  llanto de mi viejo,  decepcionarse de mi proceder.  El, recordaba, cuando a su vez estudiaba en el Alfonso Ugarte nunca habérsele ocurrido faltar, no, podía faltar por un imprevisto sino dejar de asistir por una mataperrada. Y otra cosa, fue que salí jalado ese año. Esto me enderezó
Pero dejemos de lado ese fárrago y vayamos al asunto  de Isabel.

Al subir  la galería del cine Mundo veíamos la afluencia de jóvenes que llenaban todo el estrado. Todos iban a ver a Isabel Sarli. No importaba el argumento ( a mí en particular)  solo interesaba ver sus prominentes toronjas que resaltaba por su escote,  su  cintura cimbreante al caminar, su  talle, su desnudez  en el sofá –clímax esperado- ante el fotógrafo; o, también,  desnuda internándose a la piscina.   Ocupaba la escena del desnudo en el sofá apenas tres segundos pero la gente  agolpaba  la taquilla  por esos tres segundos.

¡Que hermosa mujer!  Nos gustaba más ésta que Libertad  Leblanc, también gaucha, pero ésta rubia, en cambio, Isabel,  morocha, cabellos negros,  nuestro tipo de raza y era, casi seguro, encontrar casi como ella  por el centro de Lima. La preferíamos. Nuestras neuronas despertaban. ¡Que lindo culo! decía Baldeón derritiéndose,  ¡Esta noche, las cinco! ¡Putamare carajo! espetaba flaco Sandro. ¡Como no la tengo aquí, se la doy en forma¡decía Quevedo. Yo también  estaba carretón  y no sabia cómo o con quién desfogar mis instintos matinales.

 Pero al acabar la película se desvanecía, al toque, mi enardecimiento. Ya no había risas,  cada uno iba por su lado  preocupado de llegar y dar las explicaciones en casa si fuera necesario.

Temía  en mis fueros internos que algún conocido me hubiese visto salir del cine a hora de colegio y le contase a mamá - el cine estaba  cerca al centro de trabajo de mis padres - por lo que  era posible un vecino me reconociera. Pero no me pasó nada  aquellas veces.

Me volví adicto a ver las pocas películas de Isabel que llegaron al país  No recuerdo que haya venido al Perú. Sus películas, antes,  permitida para mayores de  21 años  -21, mayoría de edad y no 18 como ahora-  en las salas de estrenos, tenía que esperar a que llegara a las plateas de mi barrio como el cine Mundo para intentar verlas, muchas veces, recortadas las escenas más picantes . O, ir al estreno, donde, seguro, las pasaban íntegras,  camuflado con  casaca ancha,  chalina y gorra  para que no me impidieran entrar. A mis catorce o quince años (había alcanzado toda mi estatura y era flaco) juntaba mis propinas para un sábado por la tarde  porque el tío de Cara` e chancho ya no nos daba boletos cuando las películas eran  taquilleras como la de Sarli.
                                                                  *

Me apuro por llegar a mi cuarto y volverla a ver después de cuchucientos años pero por algo que no me explico, no es igual. Así como las canciones de Gustavo Hit Moreno que escucho –de casualidad-  ahora, no es igual, cuando la oí por primera vez.

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