Fui a comprar cd antiguos, películas clásicas por la esquina de Abancay y Piérola, al mercado El Hueco , en realidad, literalmente, es un
hueco, más o menos cinco
mil m2 de área. Se excavó para
hacer el cimiento y un edificio similar
al que está al frente: el antiguo edificio del ex Ministerio de Educación –hoy sede
del poder judicial con más de veinte pisos-, pero se quedó en cimiento, vano que ha estado decenas de años solo protegido por una
valla de madera perimétrica a ras de la vereda pública. Por los años ochenta,
creo, el municipio consintió la
instalación de una galería
con material ligero en el
vacío para dar abasto a ambulantes que ocupaban e interrumpían el tráfico de la avenida Abancay.
Bueno, para bajar al cóncavo hay que descender por una rampa y encontramos varios pasajes de
diferente rubro de ventas de artículos en un cúmulo de puestos pequeños donde
se encuentran desde copias no autorizadas de libros, cd, ropa deportiva marca adulterada
, imitación de zapatillas adidas, etc, etc,
Allí compran por mayor a menos de
un sol las películas de estreno los pequeños comerciantes que llegan de
diferentes lugares de Lima para revenderlos a dos
por cinco soles pero, generalmente, estas
copias a menos de un sol son de mala calidad por eso hay que conocer algunos
puestos , pagar dos soles o más por
una copia muy cercana al original. Eso es lo que hago, prefiero pagar dos soles por cada CD, que
de todas maneras es mucho más barato de lo que expenden en las tiendas de
autoservicio.
Vi la carátula de un cd de Isabel
Sarli. No soy de comprar cd pornográficos que allí ofrecen por montones,
incluso, hay puestos con una ambiente interior reservado para que uno pueda
seleccionar en una pantalla los triple equis más voluptuosos. Pero ésta de
Isabel Sarli, ahora, no se le puede llamar pornográfico y, más bien, relieva
recordar parte de mi
adolescencia y juventud que hoy me ocupa:
Isabel Sarli, la bomba argentina,
el sueño nocturno de los adolescentes de mi generación, años sesenta y picos.
Tendría 14 años, estudiaba
en Labarthe, turno tarde, segundo
año de secundaria, segundo N; eran tanto los salones en ese colegio que la
letra N me tocó ocupar como aula, era la G.U.E Pedro A. Labarthe el colegio con
más alumnado del país. Tenía un amigo, Cara`
e chancho le apodaban, cuyo
tío trabajaba de boletero en el cine Mundo. Cara` e chancho solía traer cuatro
o cinco boletos sin romper y
los repartía a sus amigos que estaban dispuestos a Tirar pared, escapar del colegio, y yo estaba
entre ellos porque Cara` e chancho se sentaba atrás de mi carpeta.
Nos apuntábamos para escapar del
cole, yo, Caballo, Sandro (el que imitaba al cantante de
moda), Quevedo, Baldeón. Después
del único recreo -3 y 15 de la tarde- , cuando todos regresaban a sus aulas
nosotros nos escondíamos tras las tribunas del estadio que estaba al fondo del
colegio, por allí, estaba la casa de los guardianes del colegio por lo cual teníamos que
ver hacia atrás donde estaba la casa de éstos que tenían orden de avisar a la dirección
si veían alumnos merodeando cerca a las paredes, y adelante, donde estaban los
auxiliares en el patio soplando sus pitos pugnando hacer ingresar a los alumnos
a sus salones y dejaran vacío patio y corredores.
La única forma de trepar era por la pared lateral, la que daba a las primeras cuadras de la av. San Luis,
por allí había unos árboles que actuaban como mampara . Esperábamos un
momento para que se despoblara
los dos patios y que los auxiliares preocupados en hacer reingresar a las aulas
descuidaran la vigilancia
de las paredes. Entonces
uno por uno corría y trepaba la pared y nuestro uniforme caqui color tierra se
acomodaba al color amarillo gastado de
la pared. Era el lugar señalado para trepar y
engastado por huidas
anteriores se había hecho la pared como una seguidilla de estribos. Una vez
arriba, el primero en subir
daba una vista general y rápida a
la calle y veía si por mala suerte había
un patrullero o el empeñoso auxiliar Camote –apodo- que merodeaba afuera
avispado seguramente por la carajeada que recibía de la dirección de poner coto a los escaperos.
El que subía primero alentaba: no hay peligro. La técnica para bajar la pared hacia la calle
era prendernos con las dos manos del borde de la pared a la vez que soltábamos
el cuerpo al vacío pero aun sin desprender los dedos, luego, empinar las punteras del zapato
para no caer de talón y soltarnos, ahora sí, del todo. Caíamos de pie y raudo corríamos
por lo largo de la avenida San Luis hacia atrás del colegio donde en ese tiempo
había chacras y hoy es la avenida Arriola. Si por un caso nos toparíamos con el
auxiliar Camote lo que nos quedaba era
correr y correr porque una entrevista en
la dirección era factible, primera vez, careo con el padre del alumno y suspensión
de una semana, segunda vez, expulsión del
colegio.
Entre matorrales esperábamos a todo el equipo, nos quitábamos camisa
corbatín insignia y todo añadido y nos poníamos
las poleras o camisas de otro color.
Luego, enfilábamos felices las
pocas calles hacia el cine
Mundo (jirón Huánuco, a la altura de Méjico- a una cuadra-) Por ese tiempo, era
raro ver a estudiantes fuera de hora de clase, entonces, estábamos convenidos
que si alguna patuto ( patrullero , auto policial) sospechara de nuestro grupo y se
nos presentaba y nos exhortaba detenernos cada uno corriera por calle diferente
y al que la suerte no le ayude se aguante y no nos delate.
Y floreábamos nuestros polos de diferente color, carcajeábamos
al enterarnos, por ejemplo, que Sandro cayó de poto al bajar de la pared, o ,traíamos a memoria sucesos del aula, por ejemplo, en clase de Educación Cívica el tutor, un moreno, le preguntó
a Quevedo por qué tenía el cabello tan largo, y éste respondía : es que, profe,
tengo costumbre echarme
salivita al pelo , o cuando Alvitez, el popular gallina un día en el examen
oral de ciencias naturales le preguntaron
nombrara un ejemplo de la
orden gallinácea y todos los alumnos cacarearon.
Alvitez en verdad parecía una gallina cuando se ponía rojo su cara aunado al morrito
de pelo que tenía que parecían crestas. De cualquier cosa hacíamos chacota .
Íbamos felices al cine
Mundo aunque, en el fondo, rogábamos que nuestro
auxiliar don Pepa (bien parecido porque iba tiza , buen terno, diferente camisa y
corbata a diario –casi no usaba saco solo en la formación- ) no se le ocurriera
volver a tomar la lista de asistencia a la hora de salida ya sea por intuición
o por el soplo del bembón Gutapercha,
un moreno tinto que era brigadier de aula y estaba al tanto nuestra perrada.
-¡No te preocupes –decía Quevedo-
ya lo puse el alto a ese negro bembón, no volverá a soplarnos!
Casualmente, dicho de paso, uno de
esos soplos el auxiliar Pepa me giró una
esquela a mí y a los otros para que nos presentáramos con nuestro padre -fue mi
mamá- a la dirección de normas educativas del colegio ante el temido director
de apellido Bravo que nos dio un sermón de padre y señor mío y nos amenazó si
se daba la reincidencia de escaparnos con
la expulsión, y exhorto a mi madre a firmar los cuadernos después de cada
asistencia a clases. En ese careo estaba Okuyama, hijo de un japonés y Bravo se
mesó el cabello, incrédulo, ver un
japonés escapándose por la pared cuando según su experiencia de director los
niseis –hijos de japoneses- eran cumplidores del orden y del prestigio del
colegio y nos culpó a nosotros por malograrle a ese alumno de bien.
Pero lo que más me cohibió –ya en
la casa- a no escaparme más del colegio fue ver el llanto de mi viejo, decepcionarse de mi
proceder. El, recordaba, cuando
a su vez estudiaba en el Alfonso Ugarte nunca habérsele ocurrido faltar, no,
podía faltar por un imprevisto sino dejar de asistir por una mataperrada. Y otra
cosa, fue que salí jalado ese año. Esto me enderezó
Pero dejemos de lado ese fárrago y
vayamos al asunto de
Isabel.
Al subir la galería del cine Mundo
veíamos la afluencia de jóvenes que llenaban todo el estrado. Todos iban a ver
a Isabel Sarli. No importaba el argumento ( a mí en particular) solo interesaba ver sus prominentes
toronjas que resaltaba por su escote, su cintura cimbreante al caminar, su talle, su desnudez en el sofá –clímax esperado- ante el
fotógrafo; o, también, desnuda
internándose a la piscina. Ocupaba
la escena del desnudo en el sofá apenas tres segundos pero la gente agolpaba la taquilla por esos tres segundos.
¡Que hermosa mujer! Nos gustaba más ésta que Libertad Leblanc, también gaucha, pero ésta
rubia, en cambio, Isabel, morocha,
cabellos negros, nuestro tipo de raza y era, casi seguro, encontrar casi
como ella por el centro de
Lima. La preferíamos. Nuestras neuronas despertaban. ¡Que lindo culo! decía
Baldeón derritiéndose, ¡Esta
noche, las cinco! ¡Putamare carajo!
espetaba flaco Sandro. ¡Como no la tengo aquí, se la doy en
forma¡decía Quevedo. Yo también estaba
carretón y no sabia cómo o
con quién desfogar mis instintos matinales.
Pero al acabar la película
se desvanecía, al toque, mi enardecimiento. Ya no había risas, cada uno iba por su lado preocupado de llegar y dar las
explicaciones en casa si fuera necesario.
Temía en mis fueros internos que algún
conocido me hubiese visto salir del cine a hora de colegio y le contase a mamá
- el cine estaba cerca al
centro de trabajo de mis padres - por lo que era posible un vecino me reconociera. Pero no
me pasó nada aquellas
veces.
Me volví adicto a ver las pocas
películas de Isabel que llegaron al país No recuerdo que haya venido al Perú. Sus
películas, antes, permitida
para mayores de 21 años -21, mayoría de edad y no 18 como ahora- en las salas de estrenos, tenía que esperar a
que llegara a las plateas de mi barrio como el cine Mundo para intentar verlas,
muchas veces, recortadas las escenas más picantes . O, ir al estreno, donde,
seguro, las pasaban íntegras, camuflado
con casaca ancha, chalina y gorra para que no me impidieran entrar. A
mis catorce o quince años (había alcanzado toda mi estatura y era flaco)
juntaba mis propinas para un sábado por la tarde porque el tío de Cara` e chancho ya no
nos daba boletos cuando las películas eran taquilleras
como la de Sarli.
*
Me apuro por llegar a mi cuarto y
volverla a ver después de cuchucientos años pero por algo que no me explico, no
es igual. Así como las canciones de Gustavo Hit Moreno que escucho –de casualidad- ahora, no es igual, cuando la oí por primera
vez.
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