Escribe Renato Cisneros, La República, Lima:
Basilio aterrizo la tarde del viernes en Lima con una
sonrisa ansiosa. Como planeaba quedarse solo ese fin de semana y regresar el lunes
a Estados Unidos, tomó el primer taxi
para no perder tiempo y enrumbó a la casa de sus padres. Tenía una agenda
apretada. El sábado era la fiesta de reencuentro de la universidad, y el domingo,
el gran almuerzo familiar.
Tras la bienvenida de doña Elsa y don Eladio, Basilio
dejó su maleta en el cuarto de huéspedes y consultó donde podía guardar su
pasaporte, su pasaje de vuelta, sus dólares. Dentro de cualquiera de los ternos del closet de tu papá,
es el lugar más seguro de esta casa aconsejó doña Elsa.
Esa noche comieron los tres. Al día siguiente Basilio
acudió a la fiesta de la universidad, de donde regresó divertido, agotado. El domingo
transcurrió de lo más plácido con los primos y tíos reunidos entorno suyo.
Nadie se percató del momento en que don Eladio se retiró a descansar a su dormitorio,
fastidiado por un dolorcito en el pecho. Cuando lo encontraron media hora después, ya no respiraba. Un infarto le había
fulminado el corazón.
Al menos estuviste aquí cuando sucedió, consolaba doña
Elsa a Basilio el lunes, al regresar del entierro en Presbítero Maestro. Al
llegar a casa, Basilio preparó su maleta. Teniía casi todo listo cuando
preguntó: Mami dónde está el terno en el que dejé mis documentos. Cuál era, replicó ella, temiendo escuchar lo que oyó a continuación. El azul marino, de botones
dorados, contestó el hijo. Ella se puso pálida. No puede ser. Con ese terno
enterramos a tu padre.
Luego de explicar el insólito caso ante los boquiabiertos representantes de la beneficencia
pública –que administraba el camposanto-
Basilio fue informado de que el trámite para retirar el bloque de cemento de la tumba de su padre demoraría treinta
días. Imposible –pensó- si me quedo un mes
me botan del trabajo. La otra opción- comprar un pasaje, duplicar el
pasaporte, tramitar una visa excepcional- le tomaría cuando menos cinco días útiles.
No le iban a dar el permiso
Basilio reunió a sus primos para buscar una solución.
Una botella de whisky empezó a circular en la mesa, mientras se barajaban
alternativas Ricky, el primo mayor, se puso de pie y dijo tajante: Vamos al
cementerio esta noche, abrimos la tumba y sacamos los papeles. No hay otra
salida. Basilio se negó de inmediato; le parecía un acto inmundo, asqueroso,
imperdonable. Cuatro whiskies después, sin embargo, acorralado por los otros
primos que ya habían hecho suyo el plan de Ricky, aceptó a regañadientes.
Eran las once
de la noche cuando llegaron al Presbítero. Treparon uno de los muros y recorrieron dos, tres pabellones,
seguros de estar cerca del lugar donde esa misma mañana habían enterado a don Eladio Una vez
que dieron con la tumba, ubicada en el
primer nivel, se cuidaron de la
presencia de algún guardián. Ricky empezó a golpear con una piedra el endeble bloque de cemento fresco que separaba
al muerto de los vivos. Basilio, que se había mantenido al margen, de pronto interrumpió,
resulto, valiente: Déjame terminar a mí, es mi viejo. Los primos abrieron
el semicírculo. Basilio martilló con todas
sus fuerzas y cuando el cemento cedió,
todos se quedaron petrificados en una mueca de incredulidad y espanto. Dentro
de la tumba, don Eladio yacía calato No había
ataúd, no había terno, no había documentos. Se lo habían robado todo.
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