La cornisa, de
cuyo borde, abajo, se ve el río.
Del canto se ve senderos de subida, de bajada
Era fiel su sino, sin más esperanza que correr.
Sabía que las piernas le sacarían de su pueblo.
Porque en el mundo ninguna otra cosa tenía
En sudor, con
el bibidí fosforescente
trotaba
Las pastoras le veían desde la otra banda
Entre ellas, María Quispe, a la que ama tanto
Pero no puede permitirse aun a quebrantarla.
Porque en el
mundo ninguna otra cosa tenía.
Mantener ritmo de la respiración, aprendía,
Con los brazos doblados a noventa grados,
Las manos como lanzas para cortar el viento
Zancada largas daba, esforzábase más y más!
Porque en el mundo ninguna otra cosa tenía.
Subyugar cerros, llanuras, planicie y riachuelo
Poseer piernas fuertes, corazón encandilado
Corría por la
meseta alzando su brazo al cielo
Casi, tratando alcanzar las nubes cargadas
Porque en el mundo ninguna otra cosa tenía
Cierto: Hasta el kilometro veintisiete se corre
Eran sus piernas, insoslayables compañeros.
Hasta los cuarenta con la cabeza, y los últimos
Corre el fondista y lleva el corazón en la mano.
Porque en el mundo ninguna otra cosa tenía
En madrugadas oscuras no veía la meta
por la autopista que cruzaba la cordillera
solo oía su propio trote ¡y eso le gustaba!
escuchar la
respiración de silencio , al correr.
Porque en el mundo ninguna otra cosa tenía
Corría entre árboles de eucalipto mentoladas
con el aire
limpio, en su cielo, aun cinabrio
y volvía entrado la mañana hasta su morada
hasta que le pareciera que la pista ondule
Porque en el mundo ninguna otra cosa tenía
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