sábado, 15 de febrero de 2014

¡Corre, lárgate!


Llevan a siete hombres al paredón, cualquier lugar es bueno donde las balas  se  incrusten en la pared como alcornoque   que, en  caserones semidustruidos, abundan en una ciudad arrasada. Esta vez, sobre el patio de lo que antes era jardín de una iglesia.
El oficial mayor saca de la hilera a uno de los sentenciado con brusquedad,  lo tira al suelo y le planta  la culata  de la bayoneta en el pecho mientras los otros,  tristemente,  caminan  al cadalso y el  juez ejecutor   los apura  santiguarse y que se  despidan de esta vida. Luego se oye el desemboque de  balas…
El caído oye con estupor al inmoderado oficial que lo ha tumbado y  no le  plantado  con la punta de la bayoneta.
-¡Corre,  lárgate!,  de nuevo, ¡Corre, lárgate!
Entonces  le reconoce es Luis, su vecino del barrio antiguo donde vivían, ambos,  adolecentes y, recuerda,  al hilo, era el porfiado vecino Luis que le invitaba a tomar unas cervezas en la cantina de don Aybar y él se negaba porque sus padres evangélicos  le habían prohibido libar.
-¡Mi documento de identidad!¡ Mi salvoconducto!, reclama
-¡Imbécil! Espeta el oficial cuando se apagan las balas: ¿Para qué quieres papel? ¡Tú estás muerto, igual que los otros! ¡Corre, lárgate!...
(Adapta.  película polaca)

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