Llevan a siete hombres al paredón, cualquier lugar es
bueno donde las balas se incrusten en la pared como alcornoque que, en caserones semidustruidos, abundan en una
ciudad arrasada. Esta vez, sobre el patio de lo que antes era jardín de una
iglesia.
El oficial mayor saca de la hilera a uno de los
sentenciado con brusquedad, lo tira al
suelo y le planta la culata de la bayoneta en el pecho mientras los otros, tristemente, caminan al cadalso y el juez ejecutor los apura santiguarse y que se despidan de esta vida. Luego se oye el desemboque
de balas…
El caído oye con estupor al inmoderado oficial que lo
ha tumbado y no le plantado con la punta de la bayoneta.
-¡Corre, lárgate!, de nuevo, ¡Corre, lárgate!
Entonces le reconoce
es Luis, su vecino del barrio antiguo donde vivían, ambos, adolecentes y, recuerda, al hilo, era el porfiado vecino Luis que le
invitaba a tomar unas cervezas en la cantina de don Aybar y él se negaba porque
sus padres evangélicos le habían
prohibido libar.
-¡Mi documento de identidad!¡ Mi salvoconducto!,
reclama
-¡Imbécil! Espeta el oficial cuando se apagan las
balas: ¿Para qué quieres papel? ¡Tú estás muerto, igual que los otros! ¡Corre, lárgate!...
(Adapta. película polaca)
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