domingo, 2 de octubre de 2011

La gata vieja

Tenía una gata llamada Naricita
ese nombre provino porque Solina
cada vez que venía de cobranza le saludaba
¡Hola naricita!  ¡Cómo estás naricita!, le decía
porque tenía una mancha,
precisamente, en la nariz

Cuando vieja pasaba penurias
Ya no podía comprarle la lata de atún
La crisis me había llegado
La crisis demoraba irse
Veía mi reserva de mercadería, asustado,
cómo se esfumaba
solo para pagar gastos generales

Tal vez , la gata rogaba que me fuera 
entrara otro arrendatario y  su suerte cambiara
de ese modo su hambre se aplacara

Me había acompañado cinco años Naricita,
ésta, la tercera generación que mantenía
últimamente solo miga de pan comía
caldito de sémola, coronta de choclo cocido,
lo que sobraba de mi merienda

Ya no jugaba, ora arañaba
mi mano mordisqueaba
cuando quería quitarle de mi silla
como si me dijera:
¡Para que sirves!
¡Me vas a matar de hambre!

Decidido, pues, traspasar la tienda
en la transferencia estaba incluido ella
Pero sucedió que en víspera de irme
arañó la mano de un niño
que jugaba en la trastienda
Y, su madre, molesta,
me conminó entregar la gata
para el despistaje de rabia
en el centro antirrábico más cercano

Y se la llevaron
desconsiderado, yo, no fui a recogerla
No quería viera la liquidación de mi tienda
además, por esos días,
embrollado con el traspaso estaba

Hoy,  recordando
en los que más afecto me han dado,
o sea, mis animalitos,
la he rememorado.

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