LUDITH,
LA HERMANA DE RAUL
Aparte
de Raúl, Ludith, la hermana turnaba
Muchachita
rellena a carne, a vida, al amor
Diligente
en moverse, a pesar de ser llenita
Cachetona,
desenvuelta, hacedora de sonrisa
Aireaba
su cabello lacio y descollaba lozanía
Rayaba
con sombras travesañas sus pestañas
A
ceniza polvo de azafrán bien coloreadas
Sus
mofletes a colorete artificial sonrojadas
¡Ups!
como cinta escarlata labios bulbosos
Que
invitaba a cualquiera, deseos pecaminosos
Casi
siempre solía usar vestido color entero
Falda
encendida ensanchada y sube añadido
Dobladillo
y pespunte en ondas armoniosas
Generalmente
el vestido era color rosa claro
Otras
veces agua marina o rojo encendido
¡Rojo
furor!, días cuando más la coreaban
Faldita
quince centímetros sobre su rodilla
Atraía
miradas e insinuaciones de galanes
Ella
respondía con una cara tiesa, de palo
Pero
cuando los moros iban se regocijaba
Ludith,
también daba ínfulas saberlo todo
Me
hacía cobas como si fuera algo de ella
–¡falsos!-, cosa que al inicio abochornaba
Aunque interiores indefinibles despertaba
Ludith,
suavemente, emanaba sus perfumes
halo
vaporoso paradisiaco cuando allegaba
¡No
me gusta que estés mirando a la Chelita!
¿Qué
tiene ella que no tenga yo?, preguntaba
¡Así
son todos los hombres! ¡Al diablo con ellos!
Advertía,
seriamente, haciéndose histriónica
(Chelita,
la ninfa de encaje del que pronto hablaré
Frente
a mi venta vendía verduras bayas hortalizas)
Otras
veces me rogaba a voz cantante y sonante
Solo
para que lo oyeran y festejaran los vecinos:
¿Chendo,
a dónde me vas a llevar este sábado?
¡Quiero
que te vistas como un caballerito, ah!
Y
cuando la visitaba su amiga Cira Peraloca
La
que vendía ovillos en madejas, tramaban
Se
burlaban de mí y de la risa se mataban
Arqueándose; aborrecibles juntas las dos
No
sabría decir por cuanto era menor de Raúl
Pero
cuando me tomé la confianza con Ludith
-
su pantomima, lo hacía por jugar conmigo-
Comencé
hacerle capciosas observaciones
Que
no es menester incendiar estas hojas
Entonces
respondía alterada ¡Oe, qué dices… ¡
y
me daba golpecitos en el brazo, y se iba
que
era, al fin de cuentas, lo que yo quería.
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