Hibakusha
Para
Michiko Hattori, sobreviviente de la tragedia de Hiroshima,
el
fin de la guerra y el advenimiento de la posguerra no significó el fin de sus
sufrimientos. Con el paso de los años le
tuvieron que extirpar una parte del pulmón y nunca se pudo casar porque, en Japón,
ser un hibakusha podía implicar, en
los hechos y más allá de la compasión,
la imposibilidad de encontrar un compañero para toda la vida.
Pero
ella si tuvo hijos, gracias a un episodio providencial. Sumergida en el dolor
de su memoria, en la soledad de la discriminación, un día se quiso tirar al
mar. Un hombre menor que ella la vio y le pidió que no lo hiciera. Ambos luego
forjaron una relación, que devino en el nacimiento de 3 niños, uno de los cuales
nació con una pierna más grande que la otra.
Cuando
Michiko se acuerda de eso, llora, como si en su recuerdo se empozara el terror.
No pudo contraer nupcias, ni vivir con el padre de sus hijos, debido a la
resistencia de la familia, aunque aquel hombre que le salvó, según evoca, no se
despreocupó de ella ni de sus niños.
No
todos los hijos de hibakusha, empero, tuvieron una vida posterior llevadera.
Los casos de cáncer y leucemia, tras las
explosiones, se expandieron entre ellos, década tras década, como un aire perverso que se niega a esfumarse.
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