domingo, 21 de junio de 2015

El petromax



Se viene el Día del padre y tengo que escribir algo,  sobre todo referente a mi padre que  tiene tres  años ido. Hace pocos días vaciando  cajones,  encontré  una camiseta marca Famosa dentro de un cuaderno antiguo.
Esta camiseta como lo llamaba papá, es de la forma de un foco de luz cuando se hinchaba,  hecho de tela de seda  que se carbonizaba a fuego, primero,  por la bomba de aire que se maniobraba  a presión de  mano  sobre el pistón del Petromax  -que actuaba sobre la cámara de combustible emanando gas y quemaba la camiseta, actuaba como carburador- Y luego de la combustión resultaba, segundo, moviendo una llave, una luminosidad muy intensa: esa lámpara  era  el famoso Petromax que ya no se utiliza.
Aparato que tenía uno de recuerdo en mi casa vieja, luego lo llevé a Las Gardenias y  desapareció, seguramente mi mujer lo vendió a los  cachineros por comprar algunos panes.
 Así vendió mi casaca de cuero, mi  llave inglesa, mis longplays  de vinilo, y cuando le reclamaba   se amargaba y profería ¡Carajo, todavía tienes la raza de reclamar!  ¿Por qué no dejas el dinero completo para la semana? Por no molestarme lo dejaba así y seguía con mis asuntos.
Esa camiseta, una sola unidad,  sin uso, lo encontré haciendo limpieza dentro de un cuaderno y lo dejé en la caja de cosas diversas debajo de mi escritorio y hoy que quiero escribir recurro a ese artificio. A veces, cuando encuentro una foto carnet, una esquela de fulana, un cuaderno antiguo de mi hijo, un capillo, una libreta, etc.,  me trae a recordación pero como no puedo interrumpir mi labor lo echo en la caja de sastre  debajo de mi escritorio y, luego, cuando estoy disponible para escribir y no tengo tema recurro a esa caja de consueta.
Seguramente era el último ejemplar -la camiseta- que no se usó en  nuestro Petromax  y quedó olvidada dentro del cuaderno de papá;  seguramente, también, llegaba la luz eléctrica a la casa vieja y esto debido, no, por obra del gobierno o municipalidad sino por el ingenio del  señor Billón, un vecino de la casa vieja que por su influencia con la embajada de  Rusia había  solicitado jalar del cableado de luz pública, única avenida principal del distrito, un medidor particular, y desde ahí en tendidos aéreos abastecía al que necesitaba corriente en su casa , a tantos soles mensuales sin demora so pena de corte inmediato si no cumplía. Esto debe de haber sido hasta el año 1963.
Viene la camiseta dentro de un  sobre donde está impreso el número 41 y debajo 400-600 CP que será, supongo, el rango de luminosidad.
En mi casa vieja  me tocaba encender el Petromax: llenaba el tanque de kerosene, lo bombeaba. Tendría yo doce años, quedaba maravillado mis ojos  cómo es que la tela podía resistir a tanto fuego, sin embargo, cuando estaba negro la camiseta un  mal movimiento al Petromax se deshacía y ya no servía la camiseta, había que esperar que relumbrara para mover el aparato.
Emitía el artefacto un zumbido constante y era por el gas de  kerosene que salía de la cámara hasta agotarse después de unas tres horas de uso, más o menos, y había que aumentar más querosene. La luz que desprendía parecía a  un foco de 200 W. Papá lo colocaba en el umbral de la puerta que unía  sala y dormitorio, punto donde había una ventana  a la cocina-comedor por lo que una lámpara iluminaba los tres únicos cuartos de la casa.
En tiempo de invierno  gustaba sentarme debajo de la lámpara, trasmitía calor, abrigaba, y , luz para leer Sampietri,  Serrucho del diario  Ultima Hora - diario de la tarde, que papá siempre compraba- O, hacer mis tareas escolares mientras papá sobre la mesa encintaba por separado rumas de moneda  de medio sol,  veinte centavos, reales,  dinero de la venta de frutas de la jornada para hacer la compra en la mañana siguiente en el mercado mayorista cerca a la casa .
Sin embargo, ahora, mi propósito es recordar cuando volvíamos del pueblo  de papá luego de pasar quince días  de vacaciones -de medio año- que para papá era insalvable hacerlo porque  visitaba a su padre de avanzada edad llevándole víveres,  ropa y  alguna otra cosa que necesitaba. Mi abuelo, antes, había hecho el intento de vivir con nosotros en la casa vieja del cerro  pero no se acostumbraba  y prefirió pasar sus últimos años en su pueblo al lado de sus hijas.
Dejábamos el pueblo, repito, a lomo de bestia porque aún no llegaba la carretera  al pueblo. Salíamos con el alba, un par de mulas, dos borricos habilitados por don Tomás,  esposo de una  de mis tías. El viaje era  lento porque mi papá solía detener  la cabalgata en un paraje para contarnos las peripecias que pasó, niño, en tal lugar, nos  detallaba el nombre de sus chacras,  señalaba el caminito de cabra  que ascendía o bajaba a tal lugar, contaba sucesos tristes, cómicos o pendencieros que había pasado a él o algunos de sus parientes. Avivaba sus recuerdos con sentimiento hasta ponerse a llorar.
 Además se hacía lento el viaje porque mamá llevaba en su regazo a mis hermanos menores y solía detener la reata, apearse, alimentarlos, cambiarlos. También se hacía lento por los animales viejos aunado a la carga de mamá que había engordado y las arrobas de papa, oca, trigo, cebada –sobre estas talegas, en otra mula, iba yo, orondo y feliz-. 
La procesión se hacía fatigosa. Había que bajar al lecho de un rio, ascender una cuesta hasta una meseta, bordearla y bajar hasta otro rio y ascender otra cuesta, tres veces más alta que la anterior, llamado Lomo largo porque era luengo y estirado, también se le llamaba  Cansa caballo.
 Circunstancias por la que la noche se agazapaba sobre nuestra tropilla   antes de llegar el destino.  El destino era llegar a lo alto de la cumbre, mejor dicho, al abra hasta donde llegaba la carretera y el carro.
Recuerdo en particular uno de estos viajes  cuando la noche fue tan oscura  que no se veía ni los borricos que iban atrás
Pero oía el fuste que daba el tío Tomás a los remolones jumentos   y adelante , papá, a pie,  llevaba la brida de la mula que ganaba la delantera y con la otra mano  alumbraba una lámpara de mano  el sendero para que pisaran bien el animal y no se  desbarrancara al precipicio con nosotros.
Cuando tapa el cerrazón  los cerros, las quebradas, la hoyada es tan oscuro que no se ve las estrellas ni el camino
Si no fuera por la linterna de mano de papá nos hubiéramos detenido. Papá chiflaba los labios: ¡Muac, muac! y espetaba ¡Vamos mula vieja, apura, no te quedes! , y por atrás tío Tomas ¡Burro arre, burro arre!
Llegar a la cima parecía quimérico; luego de tantas horas de marcha papá detenía la cabalgata, descendía mamá  a vaciar la vejiga  mientras papá  ajustaba la cincha, arreglaba las mantillas de la gualdrapa y las alforjas, enderezaba las anteojeras y la baticola, y reanudamos el ascenso extenuados  y  con desosiego del alma.
En las tres cuartas partes del ascenso  se veía el cóncavo del cielo encapotado relumbrar una luz fulgurante como una estrella. ¿Qué es papá?, preguntaba .¡Ah! Es la luz del Petromax, ya vamos a llegar, me animaba.
En mi  corta vida,  hasta ese tiempo, fue esa luz obsequio estupendo que pudiera recibir: llegar a la pascana  significaba llegar donde, sabía, estaban esperándonos otras personas que también iban a viajar en el carro y provenían de diferente pueblos anexos, de diferentes caminos, además, nos esperaba  un café caliente de cebada, tal vez algo que comer, papa sancochada en un olleta a fuego de leña, queso, algo que morder, tal vez un guiso ¡Tenía un hambre! ¡Tenía una sed! Ahí estaría, también,  el carro, el camión esperándonos para devolvernos a Lima.
De pronto la luz del Petromax desaparecía tras la accidentada orografía del cerro, luego de un rato reaparecía ¡Cómo deseaba estar ya en la estación! Más que nada por mamá que sufría con sus dos niños de brazos en la rústica silla de montar.
Aparte del hambre, la sed,  estaba atento al camino, veía luciérnagas con vestidos fosforescentes, oía el barullo de  grillos inquietos, en las sequias  croar de ranas.
 Oscura la noche pero no tenía miedo, estaba con papá
La luz del Petromax volvía desaparecer y tras una trompa del cerro volvía aparecer… pero no llegábamos
¿No sería un espejismo? Opté pensar en silencio. Arduo y penoso era la subida, hacía rato papá no tenía ganas  conversar nada, solo llegar. En buena cuenta podíamos hacer un alto en una peana del camino pero el asunto era que el carro que bajaba a Lima partía apenas con el albor de la mañana que rasgaba el cielo. Si nos dejaba había que esperar dos días porque éste único carro de transporte público mañana recolectaba  otros pasajeros que querían subir y pasado volvía a bajar con otros.
Me pareció que los animales que estaban medio muertos tomaron fuerza al percibir la luz del petromax cerca  y arreciaron el último   tramo con brío. Después de un recodo del antepecho, en línea recta, por fin, apareció a nuestra vista  la pascana: dos casuchas mal hechas, un par de corrales cercado con piedras, el destello en toda su plenitud del Petromax  colgado de un arbolillo y el ómnibus interprovincial inclinado sobre una rampa.
A pesar, la emanación  que despedía la rústica estación  parecía la fragancia de un edén serrano,  llegar a un oasis, percibir el aroma único de  leñas del fogón aderezando el potaje, de los corrales, el airecillo seco del abra (1) que de un lado devolvía  del valle serrano que dejábamos y acogía otra , costeña, que henchía fresca de los cerros descendentes , emanación,  que no he hallado en ningún otro sitio, incluso, hasta ahora que soy viejo, sin embargo, lo guardo en mi subconsciente y al rememorarlo trato aprehenderlo pero no puedo describirlo con exactitud.

Los viajeros que iban a viajar , algunos, estaban dentro de las casuchas y otros nos recibieron  sentados conversando sobre un tronco tendido alrededor de otra  fogata tomando chamis -aguardiente con té caliente- que, al vernos se levantaron, nos ayudaron bajar de las sillas y, apeados, papá saludó a todos y todos  le abrazaba y le decían, tío, primo, y papá, orgulloso de su hijo mayor,  me los presentaba y me nombraba sus nombres; y se volvían  a sentar y proseguían contando sus ocurrencias, con su lenguaje remendón y chapucero sus aventuras sentimentales, sus motivos de viaje, al calor  del fuego abierto de la leña y el brebaje del chamis entreteniéndose en la vigila esperando el embarque de la mañana.
Papá pidió permiso y me llevó dentro del chamizo de esteras fijados con piedras, y , de techo, listones de caña que sujetaba una tela plástica; dentro  había otros paisanos sentados sobre piedras chatas a la lumbre de otro petromax, había comida, nos sirvieron un seco de cabrito para cada uno de nosotros
Mientras tío Tomás desensillaba  las mulas,  deshinchaba los borricos,  para luego darles forraje y agua y hacerlos descansar, en la mañana cuando nosotros descenderíamos a Lima Tomás y los animales volverían al pueblo.
A pesar del calor del petromax, del calor de la gente,  entraba un airecillo por la entrada, papá se puso su poncho y yo, ahora, con la barriga llena, me recostaba en su regazo y mientras  él con su sombrero a la pedrada, sus ojos y bigotes pequeños, su nariz aguileña se solazaba conversando con sus paisanos, yo me dormía feliz al calor de mi padre y  la lumbre del Petromax.
¡Feliz día papá estés donde estés!
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(1) 3.000 metros s. n. m.

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