Se viene el Día
del padre y tengo que escribir algo,
sobre todo referente a mi padre que
tiene tres años ido. Hace pocos
días vaciando cajones, encontré
una camiseta marca Famosa
dentro de un cuaderno antiguo.
Esta camiseta como lo llamaba papá, es de la forma de
un foco de luz cuando se hinchaba, hecho
de tela de seda que se carbonizaba a
fuego, primero, por la bomba de aire que
se maniobraba a presión de mano
sobre el pistón del Petromax -que
actuaba sobre la cámara de combustible emanando gas y quemaba la camiseta, actuaba como carburador- Y luego de la
combustión resultaba, segundo, moviendo una llave, una luminosidad muy intensa:
esa lámpara era el famoso Petromax que ya no se utiliza.
Aparato que tenía uno de recuerdo en mi casa vieja, luego lo llevé a Las
Gardenias y desapareció, seguramente mi
mujer lo vendió a los cachineros por
comprar algunos panes.
Así vendió mi
casaca de cuero, mi llave inglesa, mis
longplays de vinilo, y cuando le
reclamaba se amargaba y profería ¡Carajo, todavía tienes la raza de
reclamar! ¿Por qué no dejas el dinero
completo para la semana? Por no molestarme lo dejaba así y seguía con mis
asuntos.
Esa camiseta, una sola unidad, sin uso, lo encontré haciendo limpieza dentro
de un cuaderno y lo dejé en la caja de cosas diversas debajo de mi escritorio y
hoy que quiero escribir recurro a ese artificio. A veces, cuando encuentro una
foto carnet, una esquela de fulana, un cuaderno antiguo de mi hijo, un capillo,
una libreta, etc., me trae a recordación
pero como no puedo interrumpir mi labor lo echo en la caja de sastre debajo de mi escritorio
y, luego, cuando estoy disponible para escribir y no tengo tema recurro a esa
caja de consueta.
Seguramente era el último ejemplar -la camiseta- que
no se usó en nuestro Petromax y quedó olvidada dentro del cuaderno de papá; seguramente, también, llegaba la luz
eléctrica a la casa vieja y esto debido, no, por obra del gobierno o
municipalidad sino por el ingenio del señor
Billón, un vecino de la casa vieja que por su influencia con la embajada
de Rusia había solicitado jalar del cableado de luz pública,
única avenida principal del distrito, un medidor particular, y desde ahí en
tendidos aéreos abastecía al que necesitaba corriente en su casa , a tantos soles
mensuales sin demora so pena de corte inmediato si no cumplía. Esto debe de
haber sido hasta el año 1963.
Viene la camiseta dentro de un sobre donde está impreso el número 41 y
debajo 400-600 CP que será, supongo, el rango de luminosidad.
En mi casa vieja
me tocaba encender el Petromax: llenaba el tanque de kerosene, lo
bombeaba. Tendría yo doce años, quedaba maravillado mis ojos cómo es que la tela podía resistir a tanto
fuego, sin embargo, cuando estaba negro la camiseta un mal movimiento al Petromax se deshacía y ya no
servía la camiseta, había que esperar que relumbrara para mover el aparato.
Emitía el artefacto un zumbido constante y era por el
gas de kerosene que salía de la cámara
hasta agotarse después de unas tres horas de uso, más o menos, y había que
aumentar más querosene. La luz que desprendía parecía a un foco de 200 W. Papá lo colocaba en el
umbral de la puerta que unía sala y
dormitorio, punto donde había una ventana
a la cocina-comedor por lo que una lámpara iluminaba los tres únicos
cuartos de la casa.
En tiempo de invierno
gustaba sentarme debajo de la lámpara, trasmitía calor, abrigaba, y , luz
para leer Sampietri, Serrucho del diario Ultima Hora - diario de la tarde, que papá
siempre compraba- O, hacer mis tareas escolares mientras papá sobre la mesa
encintaba por separado rumas de moneda
de medio sol, veinte centavos, reales, dinero de la venta de frutas de la jornada
para hacer la compra en la mañana siguiente en el mercado mayorista cerca a la
casa .
Sin embargo, ahora, mi propósito es recordar cuando
volvíamos del pueblo de papá luego de
pasar quince días de vacaciones -de
medio año- que para papá era insalvable hacerlo porque visitaba a su padre de avanzada edad
llevándole víveres, ropa y alguna otra cosa que necesitaba. Mi abuelo,
antes, había hecho el intento de vivir con nosotros en la casa vieja del
cerro pero no se acostumbraba y prefirió pasar sus últimos años en su
pueblo al lado de sus hijas.
Dejábamos el pueblo, repito, a lomo de bestia porque
aún no llegaba la carretera al pueblo.
Salíamos con el alba, un par de mulas, dos borricos habilitados por don
Tomás, esposo de una de mis tías. El viaje era lento porque mi papá solía detener la cabalgata en un paraje para contarnos las
peripecias que pasó, niño, en tal lugar, nos
detallaba el nombre de sus chacras,
señalaba el caminito de cabra que
ascendía o bajaba a tal lugar, contaba sucesos tristes, cómicos o pendencieros
que había pasado a él o algunos de sus parientes. Avivaba sus recuerdos con
sentimiento hasta ponerse a llorar.
Además se hacía
lento el viaje porque mamá llevaba en su regazo a mis hermanos menores y solía
detener la reata, apearse, alimentarlos, cambiarlos. También se hacía lento por
los animales viejos aunado a la carga de mamá que había engordado y las arrobas
de papa, oca, trigo, cebada –sobre estas talegas, en otra mula, iba yo, orondo
y feliz-.
La procesión se hacía fatigosa. Había que bajar al
lecho de un rio, ascender una cuesta hasta una meseta, bordearla y bajar hasta
otro rio y ascender otra cuesta, tres veces más alta que la anterior, llamado Lomo largo porque era luengo y estirado,
también se le llamaba Cansa caballo.
Circunstancias
por la que la noche se agazapaba sobre nuestra tropilla antes de llegar el destino. El destino era llegar a lo alto de la cumbre,
mejor dicho, al abra hasta donde llegaba la carretera y el carro.
Recuerdo en particular uno de estos viajes cuando la noche fue tan oscura que no se veía ni los borricos que iban atrás
Pero oía el fuste que daba el tío Tomás a los
remolones jumentos y adelante , papá, a
pie, llevaba la brida de la mula que ganaba
la delantera y con la otra mano
alumbraba una lámpara de mano el
sendero para que pisaran bien el animal y no se
desbarrancara al precipicio con nosotros.
Cuando tapa el cerrazón los cerros, las quebradas, la hoyada es tan
oscuro que no se ve las estrellas ni el camino
Si no fuera por la linterna de mano de papá nos
hubiéramos detenido. Papá chiflaba los labios: ¡Muac, muac! y espetaba ¡Vamos
mula vieja, apura, no te quedes! , y por atrás tío Tomas ¡Burro arre, burro
arre!
Llegar a la cima parecía quimérico; luego de tantas
horas de marcha papá detenía la cabalgata, descendía mamá a vaciar la vejiga mientras papá ajustaba la cincha, arreglaba las mantillas de
la gualdrapa y las alforjas, enderezaba las anteojeras y la baticola, y
reanudamos el ascenso extenuados y con desosiego del alma.
En las tres cuartas partes del ascenso se veía el cóncavo del cielo encapotado
relumbrar una luz fulgurante como una estrella. ¿Qué es papá?, preguntaba .¡Ah!
Es la luz del Petromax, ya vamos a llegar, me animaba.
En mi corta
vida, hasta ese tiempo, fue esa luz
obsequio estupendo que pudiera recibir: llegar a la pascana significaba llegar donde, sabía, estaban
esperándonos otras personas que también iban a viajar en el carro y provenían
de diferente pueblos anexos, de diferentes caminos, además, nos esperaba un café caliente de cebada, tal vez algo que
comer, papa sancochada en un olleta a fuego de leña, queso, algo que morder,
tal vez un guiso ¡Tenía un hambre! ¡Tenía una sed! Ahí estaría, también, el carro, el camión esperándonos para
devolvernos a Lima.
De pronto la luz del Petromax desaparecía tras la
accidentada orografía del cerro, luego de un rato reaparecía ¡Cómo deseaba
estar ya en la estación! Más que nada por mamá que sufría con sus dos niños de
brazos en la rústica silla de montar.
Aparte del hambre, la sed, estaba atento al camino, veía luciérnagas con
vestidos fosforescentes, oía el barullo de
grillos inquietos, en las sequias
croar de ranas.
Oscura la noche
pero no tenía miedo, estaba con papá
La luz del Petromax volvía desaparecer y tras una
trompa del cerro volvía aparecer… pero no llegábamos
¿No sería un espejismo? Opté pensar en silencio. Arduo
y penoso era la subida, hacía rato papá no tenía ganas conversar nada, solo llegar. En buena cuenta
podíamos hacer un alto en una peana del camino pero el asunto era que el carro
que bajaba a Lima partía apenas con el albor de la mañana que rasgaba el cielo.
Si nos dejaba había que esperar dos días porque éste único carro de transporte
público mañana recolectaba otros
pasajeros que querían subir y pasado volvía a bajar con otros.
Me pareció que los animales que estaban medio muertos
tomaron fuerza al percibir la luz del petromax cerca y arreciaron el último tramo con brío. Después de un recodo del
antepecho, en línea recta, por fin, apareció a nuestra vista la pascana: dos casuchas mal hechas, un par de
corrales cercado con piedras, el destello en toda su plenitud del Petromax colgado de un arbolillo y el ómnibus
interprovincial inclinado sobre una rampa.
A pesar, la emanación
que despedía la rústica estación
parecía la fragancia de un edén serrano, llegar a un oasis, percibir el aroma único de leñas del fogón aderezando el potaje, de los
corrales, el airecillo seco del abra (1) que de un lado devolvía del valle serrano que dejábamos y acogía otra
, costeña, que henchía fresca de los cerros descendentes , emanación, que no he hallado en ningún otro sitio,
incluso, hasta ahora que soy viejo, sin embargo, lo guardo en mi subconsciente
y al rememorarlo trato aprehenderlo pero no puedo describirlo con exactitud.
Los viajeros que iban a viajar , algunos, estaban
dentro de las casuchas y otros nos recibieron sentados conversando sobre un tronco tendido alrededor
de otra fogata tomando chamis
-aguardiente con té caliente- que, al vernos se levantaron, nos ayudaron bajar
de las sillas y, apeados, papá saludó a todos y todos le abrazaba y le decían, tío, primo, y papá,
orgulloso de su hijo mayor, me los presentaba
y me nombraba sus nombres; y se volvían
a sentar y proseguían contando sus ocurrencias, con su lenguaje remendón
y chapucero sus aventuras sentimentales, sus motivos de viaje, al calor del fuego abierto de la leña y el brebaje del
chamis entreteniéndose en la vigila esperando el embarque de la mañana.
Papá pidió permiso y me llevó dentro del chamizo de
esteras fijados con piedras, y , de techo, listones de caña que sujetaba una
tela plástica; dentro había otros
paisanos sentados sobre piedras chatas a la lumbre de otro petromax, había
comida, nos sirvieron un seco de cabrito para cada uno de nosotros
Mientras tío Tomás desensillaba las mulas,
deshinchaba los borricos, para
luego darles forraje y agua y hacerlos descansar, en la mañana cuando nosotros
descenderíamos a Lima Tomás y los animales volverían al pueblo.
A pesar del calor del petromax, del calor de la gente, entraba un airecillo por la entrada, papá se
puso su poncho y yo, ahora, con la barriga llena, me recostaba en su regazo y
mientras él con su sombrero a la
pedrada, sus ojos y bigotes pequeños, su nariz aguileña se solazaba conversando
con sus paisanos, yo me dormía feliz al calor de mi padre y la lumbre del Petromax.
¡Feliz día papá estés donde estés!
__
(1) 3.000 metros s. n. m.
(1) 3.000 metros s. n. m.
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