Subían la ladera de la ensenada
abrazados y conversando
Andrés y Marta, pareja de pescadores;
no, las que usan sedal, carrete y anzuelo
sino dos comerciantes del frigorífico
Ibanse de madrugada a laborar
volvían a mitad de mañana
-cuando el frigorífico estaba en La Victoria-
Sus mandiles teñidos de sangre
Sus botas de jebe, PVC. a media pierna
Llevaban pescado fresco en su morral
y una bolsa con pan francés crocante
Llegando a su casa, ella café preparía,
entomatados, los filetes saltearía
y sentaríanse a la mesa a desayunar,
pero antes, mientras se duchaban
desde mi casa vieja, oía, la algazara
que gozaban lo que la vida les prodigaba:
salud, eran jóvenes, no pasaban de veinte
dinero, efectivo de la venta diaria
amor, en el resto del día,
echados en la cama, sin hijos aun
gastando, reponiendo fuerzas para amar
Y al acabar la tarde bajaban a cenar,
comer chifa o un pollo a la braza con papas
en algún local bonito de la avenida,
y, volvían ascender, abrazados, conversando
amorosos, y yo les envidiaba su suerte
Pero hoy, si extiendo la mirada alrededor
la figura cambia pero el fondo es lo mismo:
al mototaxista se le cuelga una muchacha
al joven chofer de combi acompaña otra,
a la joven que vende jugo al público
su pareja monda naranjas, al costado
Hoy como ayer, ayer como hoy
la figura cambia pero el fondo lo mismo
Pequeño espacio que la vida encandila
les dice que es bonito jugar a mayores
pero no les dice lo que vendrá después
De Andresitos y Martitas esta lleno
los conos de Lima y alrededores.
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