Desnudando a Einstein
Una soleada mañana
de viernes, el 14 de marzo de 1879, vio la luz un bebé de cabeza deforme y
gordo. Tanto que su abuela se lamentó: "¡Demasiado gordo!". Al día
siguiente, su padre, un comerciante de colchones, acudía al registro. "N.º
224. Hoy, el comerciante Hermann Einstein, residente en Ulm, calle
Bahnhofstrasse B n.º 135, de fe israelita, conocido personalmente, se presentó
ante el funcionario del registro abajo firmante y declaró que de su esposa
Pauline Einstein, nacida Koch, de fe israelita, nació [...] a las 11:30 de la
mañana, un niño del sexo masculino que recibió el nombre de Albert."
Poco vivió
Einstein en Ulm. Al año siguiente su padre, aconsejado por su hermano Jakob,
decidió mudarse a Múnich para emprender juntos un negocio de instalaciones de
gas y agua. Pero ése no era el verdadero objetivo. Jakob, ingeniero de
formación, quería formar parte del novedoso mundo de la electrotecnia (la
primera calle iluminada con electricidad fue Main Street de la californiana
Menlo Park en la nochevieja de 1879). Jakob había inventado una dinamo que
quería comercializar. Einstein vivió parte de su niñez en una hermosa casa a
las afueras de Múnich, donde nacería su hermana Marie -o Maja como la llamaría
Einstein toda su vida-, a la que siempre estuvo muy unido.
Aunque el mismo
Einstein dijo que empezó a hablar tarde, cuando tenía más de tres años, esto no
es del todo cierto; su abuela recuerda en una carta "sus divertidas
ideas" cuando tenía dos años. Otro de los mitos más extendidos del niño
Albert es que no se le dio bien el colegio. Todo lo contrario, fue un alumno
aplicado: "sigue siendo el primero de su clase y las notas son
excelentes", escribió su madre. El ambiente familiar propició que el joven
Albert se acercara a la ciencia y las matemáticas: su padre tenía un talento
natural para ellas que no pudo desarrollar, pues su familia no pudo
permitírselo, y su tío era un apasionado de la ciencia y la técnica; él le
enseñó el teorema de Pitágoras.
Cuando tenía cinco
años, sus padres contrataron a una institutriz para que adquiriera cierta
educación formal, pero terminó bruscamente cuando Albert le arrojó una silla a
la cabeza. Su madre Pauline, una mujer de fuerte carácter -todo lo contrario
que su marido, un hombre tranquilo y más bien pasivo-, era una pianista de
talento y transmitió su pasión por la música a sus hijos: a Albert el violín y
a Maja el piano.
El pequeño Albert
tenía cierta inclinación a la soledad y le encantaban los juegos que exigían
paciencia, como construir castillos de naipes de hasta 14 pisos. Resulta
llamativo que ya de muy niño le horrorizaba lo militar hasta el punto de tener
verdadero pavor a los desfiles. Esta aversión a la autoridad impuesta la
padeció en el instituto, el Luitpold Gymnasium. Allí un profesor le dijo una
vez que estaría mucho más contento de no tenerlo como alumno en su clase.
"¡Pero si no he hecho nada malo!", contestó Einstein. "Sí, es
verdad -replicó el profesor-. Pero te sientas en la última fila y sonríes, y
eso viola el sentimiento de respeto que un maestro necesita en su clase."
Ese muchacho que se sonreía en la escuela fue después el viejo que cuando le
dijeron que el padre de la bomba atómica, Robert Oppenheimer, iba a ser acusado
de espía soviético, se rió y dijo: "Lo que tiene que hacer es ir a
Washington, decir a los funcionarios que están locos y volverse a casa".
Los negocios no
marcharon bien y en 1894 la familia Einstein se hizo cargo de una fábrica en
Pavía, cerca de Milán, dejando a Einstein interno en el instituto.
Desesperadamente solo y odiando profundamente la mentalidad germánica del
militar "paso de la oca", se marchó a Italia sin acabar el curso y
con la decidida intención de renunciar a su nacionalidad alemana. En Italia
pasó los momentos más felices de su vida, viviendo a su aire, viajando,
escuchando música, leyendo... Pero los negocios volvieron a marchar mal y su
padre le incitó para asegurarse un porvenir. Einstein decidió prepararse por
libre al examen de ingreso del Politécnico de Zúrich. Suspendió.
El director del Politécnico
le instó que se preparara en la Escuela Cantonal de Aargau, en la ciudad de
Aarau. Acostumbrado a la férrea disciplina germánica, el espíritu de libertad
que allí se respiraba sorprendió a Einstein. Y fue en Aarau, con 16 años, donde
se planteó una insignificante pregunta que le obsesionó durante mucho tiempo:
¿Qué impresión produciría una onda luminosa a quien avanzara a su misma
velocidad? Acababa de nacer la teoría especial de la relatividad.
Ya en el
Politécnico conoció a quien sería su primera mujer, Mileva Maric, una serbia
cuatro años mayor que él y coja desde su infancia. Su amor por ella le enfrentó
con sus padres, especialmente con su controladora madre Pauline: "Echarás
a perder tu futuro y cerrarás el camino a tu propia vida". Después de una
época de mera supervivencia, saltando de un trabajo temporal a otro -cuando lo
tenía- con una familia empobrecida y un padre cada vez más enfermo, Einstein
fue contratado en la Oficina de Patentes de Berna el 23 de junio de 1902.
Cuatro meses más tarde moría su padre dando consentimiento a su boda con
Mileva.
Y llegó el año
milagroso de 1905. Einstein publicó en Anales de la Física cuatro artículos
destinados a hacer historia. Su genio salió a la luz y le empezaron a ofrecer
puestos académicos. Max Planck, el padre de la teoría cuántica, comparó a
Einstein con Copérnico. Pero en 1919, al comprobarse su predicción de que la
gravedad del Sol curvaba la trayectoria de los rayos de luz, se le canonizó. Se
dio su nombre a niños y a puros y el London Palladium le pidió que se asomara
al escenario durante tres semanas, fijándose él mismo el sueldo. Los medios de
comunicación titulaban sus teorías como los logros más importantes del
pensamiento humano y sus ecuaciones aparecían en la primera página de los periódicos.
A comienzos de los
30 las universidades de Oxford, Jerusalén, París, Madrid y Leyden le ofrecían
todo tipo de prebendas con tal de que fuera profesor suyo. Pero quien se lo
llevó fue el recién creado Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. El 17
de octubre de 1933 Einstein, en compañía de su segunda mujer, Elsa, su
secretaria Helen Dukas y su ayudante Walther Mayer, llegó a Nueva York. Como
dijo el físico Paul Langevin, "el Papa de la Física se ha mudado de casa y
EE UU se ha convertido en el centro mundial de las ciencias naturales".
Allí, entre los árboles que llevaban a su casa en la calle Mercer, se forjó la
leyenda.
El 1 de octubre de
1940, en Trenton, New Jersey, Einstein junto a su hijastra Margot (a la
izquierda) y su secretaria Dukas (a la derecha) juran su cuidadanía
estadounidense.
Pero Einstein no
fue sólo un físico. También estuvo comprometido con la humanidad. Su pacifismo
a ultranza -a menudo prestaba su nombre a declaraciones por la paz- se vio
truncado al apoyar firmemente la construcción de la bomba atómica. Incluso
copió de nuevo de su puño y letra el artículo original sobre la relatividad que
publicó en 1905 para recaudar fondos para la guerra -en un determinado momento,
mientras dictaba a su secretaria, levantó la cabeza y exclamó: "¿He dicho
yo eso? Podía haberlo hecho sin tantas complicaciones"?. En la subasta
alcanzó los 6 millones de dólares.
Einstein también
fue un hombre comprometido políticamente. Admiraba el coraje político de
personas como Walter Rathenau, ministro de Asuntos Exteriores de la República
de Weimar. Tras su asesinato escribió: "No es mérito ser un idealista
cuando uno vive en babia; él fue idealista aun viviendo en la tierra y
conociendo su hedor como casi nadie". Pero había algo que no lo convertía
en buen político. Bertrand de Jouvenel decía que la principal característica de
un problema político era que admite arreglo, pero no solución. Algo inaceptable
para el genial físico. Así, cuando en noviembre de 1952 murió el presidente de
Israel Chaim Weizmann y el Primer ministro David Ben-Gurion decidió ofrecerle
la presidencia, éste preguntó a su secretario personal: "¿Y qué hacemos si
acepta?". Por suerte para ellos, no lo hizo.
El 18 de abril de
1955, una hora después de la media noche, su corazón dejó de latir. Dos días
antes había dicho a un amigo íntimo: "No estés tan triste. Todos tenemos
que morir".
Desmontando al
mito
El físico afable y
humilde también tuvo una hija ilegítima, un matrimonio fracasado, demostró
desdén hacia las personas que le rodeaban y solo amó una cosa en su vida: la
ciencia.
"Si todo el
mundo viviese una vida como la mía no habría necesidad de novelas", le
dijo Albert Einstein a su hermana Maja cuando no era más que un joven de 20
años que acababa de solicitar la nacionalidad suiza. El problema es que una
buena parte de esa vida fue ocultada al público y a los historiadores de la
ciencia por sus representantes legales. Así, cuando su hijo Hans Albert murió
de un ataque al corazón en 1973, muchos de los secretos de su padre reposaban en
el interior de una caja de zapatos en la cocina de su casa en Berkeley: la
correspondencia familiar desde finales del siglo XIX. La colección era tan
delicada que los albaceas de la herencia del físico, que tenían el control
legal sobre la publicación de sus palabras, fueron a juicio para impedir que
Hans Albert publicase parte de ellas tras la muerte de su padre. No es extraño
que los guardianes de la reputación del sabio, su secretaria Helen Dukas y el
economista Otto Nathan, recibiesen el apelativo de "los sacerdotes de
Einstein". ¿Qué podía ocultarse en las cartas y escritos del hombre del
siglo de la revista Time?
Tras la muerte del
sabio, su secretaria Helen Dukas se convirtió en defensora a ultranza de su
reputación, de forma que ningún hecho de su vida que pudiera empañarla
trasluciera al exterior. Mantuvo la imagen idealizada del físico y no permitió
que ningún historiador tuviera acceso al verdadero Einstein.
Einstein se
definía como un hombre solitario, un Einspanner (un coche tirado por un único
caballo), y así se debe entender su vida. Bertrand Russell lo describió como
alguien a quien los asuntos personales no ocuparon gran cosa en su mente. Su
imagen de genio excéntrico y comprometido con la humanidad le convirtió en,
como el propio Einstein bromeaba, un santo judío. Sin embargo, fue un hombre
cuyas palabras en público se contradecían con sus hechos en privado, fue un
hombre "cuya combinación de visión intelectual y miopía emocional dejó
detrás de sí una serie de vidas dañadas".
La primera de ellas
fue la de Marie Winteler, la hermosa hija del matrimonio que acogió al
dieciseisañero Einstein en Aarau cuando se preparaba para el ingreso en el
Politécnico de Zúrich. Marie era dos años mayor que él y ambos se enamoraron
profundamente, como los dos adolescentes que eran. Su estancia allí fue uno de
los periodos más felices de su vida. Pero al terminar el instituto y marchar al
Politécnico en 1896 las cosas cambiaron. Einstein sugirió, sin previo aviso,
que debían dejar de escribirse. Es más, y según se desprende de las cartas de
Marie, Albert pareció acusarla de querer acabar con su relación al irse de
maestra a Olsberg, al noroeste de Aarau y más lejos de Zúrich, donde se iba él.
Pero eso no le impedía enviar la ropa sucia a Marie para que se la lavara. La
relación continuó, más por empeño de Marie que de Albert, quien había posado
sus ojos en una compañera de clase, Mileva Maric. No está muy claro cuándo dio
por terminada su relación con Marie -simplemente, dejó de escribirla-, pero en
las vacaciones de primavera de su primer año en Zúrich marchó a ver a su
familia a Pavía en lugar de esperar a que Marie se reuniese con él tal y como
había planeado durante el invierno. La ruptura sumió a Marie en una profunda
depresión de la que tardó bastantes años en salir. Cuando se casó, Einstein
dijo a su amigo Besso que eso ponía fin a uno de los peores puntos negros de su
vida.
Mientras, todo el
interés del joven Einstein estaba dirigido a la serbia y coja Mileva. Y es que
a Einstein siempre le gustó la compañía de las mujeres, aunque nunca estuvieron
por encima de su pasión por la ciencia. Marie, consciente de su inferioridad
intelectual respecto a Albert, temía ser poca cosa para él y que debido a eso
perdiera interés por ella. Eso no sucedía con Mileva. Acostumbrado a las
conversaciones burguesas y casi frívolas de las mujeres a las que había
dedicado sus atenciones, Einstein quedó fascinado por ésta. Y mientras Marie le
escribía desde Olsberg, Albert iba a conciertos con Mileva.
En 1900, el año
del examen de licenciatura, la Sección VI A, de Física y Matemáticas, del
Politécnico de Zúrich tenía 5 alumnos: Marcel Grossmann, el vástago de una rica
familia que estuvo a su lado en los tiempos de penuria y quien, a través de su
padre, le consiguió el trabajo en la Oficina de Patentes; Jakob Ehrat, a menudo
compañero de pupitre de Einstein y a cuya madre iba a visitar siempre que se
sentía sólo; Louis Kollros, quien sacaría la mayor puntuación en el decisivo
examen final; y la serbia de ojos oscuros y bonita voz Mileva, de 21 años.
Su relación fue
creciendo lentamente durante los 4 años de estudios en el Politécnico. Einstein
la veía como su camarada intelectual y para la fecha del examen la amistad se
había convertido en romance. El ya ciudadano suizo quedó el cuarto (4,91 sobre
6) y Mileva no aprobó, algo que la deprimió profundamente. Pero el amor entre
ellos iba a enfrentarse a un gran reto: la madre de Einstein. Cuando vio que
esta relación era algo más que uno de sus clásicos flirteos, se enfadó
muchísimo. Como buena alemana, Pauline creía que los serbios eran de una clase
inferior. Y no sólo eso: "Ella es un libro, igual que tú (...). Pero tú
deberías tener una mujer. Cuando tengas 30 años, ella será una vieja
bruja".
En enero de 1902
sucedió un "incidente" que iba a marcar profundamente su relación y
del cual nada se supo hasta 1987: Mileva dio a luz a una hija, Lieserl. La
actitud de Einstein, que se encontraba trabajando como profesor en Schaffhausen
mientras que Mileva permanecía en Zúrich, es llamativa. Durante el embarazo sus
cartas revelan a un padre expectante y entusiasmado. Sin embargo, tras el
nacimiento de Lieserl, adoptó una actitud distante y fría. No la volvió a
mencionar en sus cartas y jamás fue a verla. Después de un pacto de silencio,
ninguno volvería a escribir sobre ella. La hija ilegítima de Einstein
desaparece de la historia dos semanas después de su nacimiento y jamás ha
vuelto a saberse nada de ella.
La relación entre
ambos se resintió y Mileva no volvió a ser la misma. A ello habría que añadir
que por segunda vez suspendió el examen de licenciatura. A pesar de todo, se
casaron el 6 de enero de 1903. Einstein, ya en la Oficina de Patentes, se volcó
en su trabajo y la pericia científica de Mileva le convirtió en "su
colega". ¿Pudo esto, a la larga, afectar a su matrimonio? Años después
confesaba: "Muy pocas mujeres son creativas. No enviaría a mi hija a
estudiar Física. Estoy contento de que mi (segunda) mujer no sepa nada de
ciencia". Para Einstein, la ciencia hacía a las mujeres agrias. Quizá por
ello dijera de Marie Curie: "nunca ha escuchado cantar a los
pájaros".
Con el paso de los
años, el matrimonio fue enrareciéndose. En mayo de 1912 la discordia ya era
obvia. Para entonces Einstein había retomado su relación con su prima Elsa, la
que sería su segunda mujer -el primer mensaje que Einstein le mandó el 30 de
abril era una nerviosa declaración de amor-. Su papel en la desintegración del
matrimonio no está claro debido al natural secretismo con que Einstein envolvió
su vida. Lo cierto es que la evolución del matrimonio Einstein-Mileva desde ese
año hasta su divorcio en 1919, justo el año en que el físico se convirtió en
una figura reverenciada a nivel mundial, fue el clásico: distanciamiento,
peleas, falta de relación... incluso llegó a pegarla.Sus hijos, Hans Albert y
Eduard, sufrieron la separación y fueron usados como arma arrojadiza. La
relación que tuvo con ellos fue irregular: sí ejerció de padre, pero la ciencia
siempre estuvo por encima. Un momento crítico sucedió al sufrir Eduard un colapso
mental. Mileva y Hans Albert le pidieron que regresara a Suiza para ayudarle.
Einstein les contestó que prefería quedarse en Berlín, donde entonces era
profesor. Primero, porque creía que allí podía hacer un buen trabajo
científico; segundo, porque estaba convencido de que Mileva había envenenado a
sus hijos contra él. Eduard, esquizofrénico, terminó sus días en una
institución mental de Suiza.
Einstein se
divorciaba el 14 de febrero de 1919 y se casaba con Elsa el 2 de junio. Su
segunda mujer fue la pareja que necesitaba: cuidaba de él tan amorosamente como
podría hacerlo una madre. Einstein, convertido en una figura legendaria, se
dedicaba a su verdadero amor: la ciencia. Claro que no descuidó a las mujeres.
Muchos estudiosos piensan que fueron, casi sin excepción, relaciones puramente
platónicas pero lo suficientemente intensas como para que sus dos mujeres
tuvieran celos. Hasta el punto de que a Elsa, enfrentada al secreto a voces de
la relación entre su marido y Margarete Lebach, una joven rubia austriaca, sus
hijas le aconsejaron separarse.
Poco a poco
Einstein fue expresando cínicos comentarios acerca del matrimonio: "Tuvo
que ser inventado por un cerdo sin imaginación, esclavitud en un envoltorio
cultural...". Algunos le han acusado de misoginia, pero su actitud hacia
las mujeres fue la misma que hacia los hombres: a todos trató con distante
cortesía y amabilidad. Einstein fue un hombre preocupado por la humanidad, pero
indiferente con los seres humanos concretos, a quienes valoraba únicamente por
su capacidad intelectual (por eso Elsa siempre se sintió inferior).
El éxito de sus
teorías le convirtió en leyenda, incluso entre sus propios colegas. El gran
físico Wolfgang Pauli, un hombre que no se caracterizaba precisamente por ser
respetuoso, trataba a Einstein de manera diferente al resto. Fue reverenciado
como un dios, aunque él mismo era esencialmente modesto y amable. "Yo
hablo de la misma manera con todo el mundo, ya sea basurero o rector de
universidad". Claro que también tenía su ego. Una vez, Einstein envió un
artículo a la revista Physical Review. El editor tuvo la osadía de hacer lo que
siempre se hace en las publicaciones científicas: enviarlo a otros científicos
para que lo revisaran y esperar su juicio sobre si era de la calidad suficiente
como para publicarlo. Esto no le gustó nada: nunca más volvió a enviar sus
trabajos a esa revista.
Ciencia en estado puro
En 1905, Einstein
escribió una serie de trabajos que iban a revolucionar la Física. Diez años más
tarde, su genial cerebro revolucionó nuestra percepción del universo. Así fue
cómo lo hizo.
En 1902 se fundó
en Berna la Academia Olimpia, dedicada a discutir de ciencia y filosofía. Era
una sociedad peculiar, compuesta por sólo tres miembros: Maurice Solovine,
Conrad Habicht y Albert Einstein. Tres años más tarde, Solovine y Habicht se
marcharon de la ciudad y la Academia se disolvió, pero no dejaron de estar en
contacto. En primavera Einstein escribía a Habicht prometiéndole cuatro
trabajos: "El primero trata de las características de la radiación y es
muy revolucionario. El segundo trabajo es la determinación del verdadero tamaño
del átomo... El tercero demuestra que los cuerpos en suspensión en un fluido y
de dimensiones de una milésima de milímetro deben experimentar un movimiento
desordenado producido por la agitación térmica. El cuarto trabajo es sobre la
electrodinámica de los cuerpos en movimiento, empleando una modificación de la
teoría del espacio y el tiempo".
Dicho y hecho. Ese
año de 1905 envió 5 artículos a la revista Anales de Física: el que le condujo
al premio Nobel por su explicación del efecto fotoeléctrico (18 de marzo); el
que le hizo científicamente famoso al explicar el movimiento browniano (11 de
mayo); el que puso las bases de la teoría especial de la relatividad (30 de
junio); el que contiene la ecuación más famosa de la historia, E= mc2 (27 de
septiembre); y un segundo trabajo, menos interesante, sobre el movimiento
browniano (19 de diciembre). De propina, además, una tesis doctoral donde
plantea una nueva forma de medir el tamaño de las moléculas (30 de abril), que
se convirtió en su trabajo más citado.
Los artículos
sobre el movimiento browniano y su tesis doctoral tienen su origen en dos
problemas centrales de la física de comienzos del siglo XX. El primero era la
misma existencia de las moléculas: ¿cómo probar que son reales? El segundo era
consecuencia del primero. Si son reales, ¿cómo relacionar su movimiento con
conceptos como la temperatura?
La solución al
primer interrogante pudo ocurrírsele mientras tomaba el té. Al poner un terrón
en el agua, se disuelve y se difunde por toda la taza, haciéndola más viscosa.
De esta simple observación, Einstein dedujo una forma de calcular el tamaño de
las moléculas y un valor para una constante fundamental llamada el número de
Avogadro, que dice la cantidad de moléculas de un gas que hay en un volumen
dado en unas condiciones concretas. Con él se puede determinar la masa de
cualquier átomo. Éste fue el contenido de su tesis. Lo curioso es que al
enviarla a la Universidad de Zúrich el encargado de evaluarla, Alfred Kleiner,
la rechazó por ser demasiado corta. Einstein añadió una frase más y fue
aceptada.
Los artículos de
Anales discuten un fenómeno estudiado en 1827 por el botánico-conservador del
Museo Británico Robert Brown: los granos de polen en suspensión en el agua se
mueven de manera errática e imposible de predecir. En 1905 nadie había logrado
explicar este movimiento browniano.
Los problemas
teóricos y matemáticos a los que se enfrentaba eran insuperables, pero Einstein
los salvó con su brillante intuición física. Por un lado, dijo, tenemos el
comportamiento microscópico del grano de polen, que podemos asimilarlo a una
molécula gigante. Por otro, ese grano es lo suficientemente grande como para
que también obedezca las mismas leyes que gobiernan el movimiento de un sólido
en un líquido, como un submarino. Einstein llegó a la conclusión de que
midiendo el desplazamiento medio del polen podía calcular el valor de
constantes fundamentales como el número de Avogadro. La chispa de su genio son
las palabras desplazamiento medio: no importa el recorrido real sino la
distancia en línea recta desde el principio al final (imaginemos un coche
subiendo un puerto; no importa las vueltas que dé la carretera -el camino
browniano-; lo que interesa es la distancia recorrida en línea recta). Con todo
ello se deduce que el polen se mueve porque las moléculas de agua chocan con él
como en un billar microscópico. Por tanto, el calor no es otra cosa que
agitación molecular. Einstein había demostrado la existencia de los átomos.
A pesar de la
importancia de estos trabajos, la imaginería popular asocia a Einstein con la
teoría especial de la relatividad. Con ella no sólo suprimió del universo el
éter, esa sustancia sutil que llenaba el espacio y permitía a la luz viajar por
el cosmos, sino que resolvió la profunda discrepancia que había entre la
mecánica, que se ocupa de los objetos en movimiento, y el electromagnetismo. La
situación era crítica: o se cambiaba la mecánica clásica, la de tiempos de
Galileo, o se hacía lo propio con la teoría electromagnética enunciada por
Maxwell en el siglo XIX.
Einstein, contra
todo pronóstico, optó por la primera opción. Semejante decisión le llevó a
afirmar que la velocidad de la luz es irrebasable y, por consiguiente, debemos
dejar de considerar el tiempo y el espacio como absolutos. No son entidades
separadas sino que conforman un continuo espacio-tiempo que depende del
observador. Como la luz transporta información y su velocidad es finita, dos
sucesos simultáneos para alguien no tienen que serlo para otro. El tiempo es
relativo, el tic-tac del reloj depende de la velocidad a la que se mueve. Y lo
más sorprendente: dentro de esta teoría se esconde E = mc2, una ecuación que
demostró toda su potencia con la bomba atómica.
Ahora bien, el
artículo que cambió el mundo y por el que, después de ocho años como nominado,
recibió el Premio Nobel, fue "Sobre un punto de vista heurístico
concerniente a la producción y transformación de la luz". En él explicaba
el funcionamiento de las células fotoeléctricas: ¿Por qué hay materiales que al
incidir sobre ellos luz de cierto color (frecuencia) emiten electrones? El
efecto fotoeléctrico es inexplicable si admitimos que la luz es una onda. Por
ello Einstein dio una vuelta de tuerca a la propuesta de Max Planck de 1900
donde decía que la materia emite y absorbe energía en forma de pequeños
paquetes o cuantos. Einstein afirmó que no sólo ocurría eso, sino que la
energía, la propia luz, estaba formada por cuantos: los fotones.
Einstein es uno de
los padres de la teoría más perfecta de la ciencia, la mecánica cuántica, pero
siempre renegó de ella porque conduce a la desaparición de la causalidad:
"Dios no juega a los dados". Incluso decía que ser tan buena era una
prueba clara de que era incorrecta. Esta postura revela su carácter: Einstein
podía ser radical, pero no un rebelde. La relatividad no significó nunca una ruptura
tan drástica.
Tras semejante
despliegue de pirotecnia intelectual tuvimos que esperar dos años, a 1907, para
que volviera a suceder algo parecido. Sentado ante su mesa de la oficina de
patentes tuvo un pensamiento: Si una persona cae libremente no siente su propio
peso. "Fue el pensamiento más feliz de mi vida", dijo. Acababa de
abrir la puerta a su obra maestra: la teoría general de la relatividad.
Einstein había descubierto el principio de equivalencia: Encerrados en un
armario, no hay forma de distinguir si estamos en un planeta o viajamos por el
espacio a aceleración constante.
Con la
inapreciable ayuda de su amigo matemático Marcel Grossmann, Einstein trabajó
duramente durante varios años. En noviembre de 1915 presentó su teoría en la
Academia de Ciencias Prusiana, "el momento más dichoso de mi vida".
En esas lecciones dio a conocer una teoría que conectaba la geometría del
espacio con la materia presente en él: el valor de la curvatura en un punto del
espacio es una medida de la gravedad existente en dicho punto. A mayor densidad
del objeto, mayor curvatura y, por tanto, mayor gravedad.
La relatividad
general es una de las teorías más importantes de la física. Su encanto se vio
confirmado en el eclipse total de 1919, cuando el astrofísico Arthur Stanley
Eddington observó la desviación de los rayos de luz de las estrellas al pasar
cerca del Sol: las estrellas no estaban donde debían estar, sino donde Einstein
decía. Tras la confirmación, The New York Times la tildó como "uno de los
más grandes éxitos de la historia del pensamiento humano".
El legado de Einstein
Desde el interior
del átomo a la estructura del espacio, pasando por el corazón de las galaxias,
nada se puede entender sin echar mano de sus ideas. Sus trabajos han influido
decisivamente en la Física del siglo XX.
En 1969 se
publicaba en serbio la biografía de Mileva Maric. Su autor, Desanka
Trbuhovic-Gjuric, defendía que gran parte de la relatividad especial era
creación, no de Einstein, sino de su primera mujer. No era la primera vez que
se lanzaba este tipo de acusación, ni tampoco fue la última. También se ha
dudado su paternidad en las ecuaciones clave de la relatividad general. Algunos
historiadores han señalado que el artículo donde aparecen por primera vez las
ecuaciones del campo gravitatorio fue enviado por Einstein a la Academia de
Ciencias de Berlín el 25 de noviembre de 1915, pero 5 días antes el gran
matemático de Gotinga David Hilbert enviaba otro titulado "Los fundamentos
de la Física" donde también aparecen las ecuaciones de la relatividad
general. ¿Pudo haberse inspirado Einstein en este artículo que sabemos que
Hilbert le envió para encontrar las ecuaciones que buscaba con ahínco desde
1907? En principio es posible, aunque lo que resulta innegable es que la
interpretación correcta corresponde, sin lugar a dudas, a Einstein.
No obstante, ambas
acusaciones no se sostienen. La primera, porque en ningún momento de su vida
Mileva comentó tal punto y no hay ninguna indicación en los documentos de la
época que nos haga pensar así (algunos conspiranoicos han querido ver en el
hecho de que Einstein le entregara la totalidad del dinero del premio Nobel a
Mileva, como le prometió en el divorcio, una forma de acallar su voz). La
segunda, sólo se pudo resolver a favor de Einstein en 1999 porque se encontraron
las primeras pruebas del artículo de Hilbert, fechadas el 6 de diciembre de
1915.
La paternidad de
Einstein de ambas teorías es, pues, innegable. Lo que sí es cierto es que la
construcción formal de ambas teorías fue labor de otros: Minkowski para la
relatividad especial y el propio Hilbert y Noether, entre otros, para la
general. Así, la primera solución a las ecuaciones de la relatividad general
fue encontrada por el director del Observatorio de Postdam, Karl Schwarzschild.
Con cuarenta años, se alistó como voluntario al comenzar la Primera Guerra
Mundial y mientras se encontraba en el frente ruso, en diciembre de 1915, halló
una solución analítica al problema de una masa puntual situada en el espacio
vacío. Desgraciadamente, no pudo defender su trabajo en la Academia. Durante su
estancia en el frente oriental contrajo una enfermedad de la piel, el pénfigo,
en aquella época incurable y mortal. Repatriado urgentemente, murió el 11 de
mayo de 1916 en un hospital de Postdam.
Uno de sus mayores
logros es que la descripción del espacio-tiempo encontrada explica
correctamente el campo gravitatorio del Sistema Solar. Sin embargo, lo
realmente fascinante es que esa misma descripción introduce uno de los objetos
más desconcertantes de la física: el agujero negro. Schwarzschild demostró que
si una masa está lo suficientemente concentrada, la curvatura del espacio en
regiones próximas alcanzará tal magnitud que la dejará separada, aislada, del
resto del Universo. Cualquier masa que se precipite en su interior se perderá
irremisiblemente.
La relatividad
general también predice que el Universo se encuentra en expansión. Cuando
Einstein descubrió esta consecuencia no pudo creérsela. Para evitarlo, modificó
las ecuaciones introduciendo un término ajeno a la teoría que detenía esa
expansión: la constante cosmológica. Cuando tiempo después el astrónomo Edwin
Hubble descubrió la expansión del Universo, Einstein declaró que la
introducción de la constante cosmológica había sido el mayor error de su vida.
Quien sacó todo el
partido a la cosmología encerrada en la relatividad general fue un meteorólogo
ruso llamado Alexander Friedmann, que optó por resolver las ecuaciones para
descubrir cuál sería el futuro del Universo. Y encontró que sólo hay dos
opciones: un Universo abierto en continua expansión, y un Universo cerrado,
donde la expansión se detiene y comienza a contraerse. Después entró en acción
el belga Georges Lemâitre, un sacerdote con una encendida pasión por la Física,
que siguiendo las ideas de Friedmann pensó que si se pasaba la película del
Universo al revés, hacia el origen de todo, la materia tendría que haber estado
concentrada en un punto, que bautizó con el nombre de átomo primitivo. Hoy su
extravagante idea es aceptada por los cosmólogos de todo el mundo y Lemâitre es
reconocido como el padre del Big Bang.Pero la gran revolución en la Física vino
del Einstein que demostró que la luz presenta dos naturalezas: corpuscular,
como los balines disparados en una feria, y ondulatorio, como las olas de un
estanque. Esta visión la completó en 1924 el francés Louis de Broglie, al
afirmar que ni siquiera los balines tenían que comportarse siempre como
balines; también podían comportarse como las olas del estanque. La misma
materia presenta esta dualidad onda-corpúsculo. El siguiente paso lo dieron
Werner Heisenberg, que creó un esquema matemático conocido como mecánica
matricial, con la que fue capaz de reproducir los resultados de la vieja teoría
cuántica, y Erwin Schrödinger, que ofreció una formulación matemática a las teorías
de De Broglie: nacía así la mecánica ondulatoria. Paul A. M. Dirac demostró que
ambas eran formulaciones equivalentes de lo que desde entonces se conoce como
mecánica cuántica. Con ella, no sólo hemos sido capaces de construir
televisores y ordenadores, sino que hemos descubierto la verdadera estructura
interna de la materia y nos dirige al sueño de una teoría que lo abarque todo.
Éste es el legado
de Einstein: una nueva visión del mundo, de lo muy pequeño a lo inmensamente
grande. Una visión en la que el propio espacio se ha convertido en una tela
elástica que se estira y deforma y el decurso del tiempo depende de la
velocidad a la que nos movemos.
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