Cuando regresaba de mi casa vieja,
últimamente, en vez de ofrendar algo
a mi barrio por los años, ahí, vividos
iba a estrujar la caña al trapiche:
Alquilaba los cuartos de la casa,
paga, que llenaba mi bolsillo
aunque sea un instante pero
quedaba gotas en la criba,
algo mojaba, algo humedecía.
De regreso, al bajar la ensenada,
aún, en noche temprana
veía niños jugando la pelota
en la calle principal que bordeaba
el contorno bajo del cerro.
Recordaba, entonces,
en esa misma calle jugaba,
hace muchísimo tiempo
con Reymundo, el hijo del tendero Aybar,
con mi entrañable amigo Jhony
que,después, joven, acuchillaron;
con "Gallinazo", mote que achacaron a uno
porque su casa, en la punta del cerro,
descansaban, en su techo, los gallinazos
de su periplo, volar esa parte de Lima,
cuenca desde el cerro El Agustino
hasta el cerro San Cristóbal.
Jugaba con los robacarteras "Cala", "Chino"
-La Parada quedaba a pocas cuadras-
pero no eximían jugar a la pelota
Con el simpático Amado cuya madre, catequista,
dabále permiso estrictamente para jugar
y acto seguido él volaba a su casa;
con "Cholitin", mi primo, malísimo para la pelota
-sin duda, a todos no gustaba-
En cambio, Javier el "pata dura"
con secuela de polio en una pierna
gustaba jugar y ¡jugaba bien!
especialista hacer "huachas"
y dar buenos pases de gol;
a veces, la ortesis a rodilla y tobillo se desarmaba
pero no le importaba, se sentaba en el piso
y en santiamén acomodaba la férula y seguía jugando
De pronto, oía la voz estentórea de mi madre
justamente, a esa hora de la evocación:
¡Chendooo, ven a comer!
De esa misma calle miraba el balcón de mi casa
a media altura en la ensenada, como dije,
subíase mamá al murete que fingía de balcón
y desgañitaba, de nuevo, a viva voz:
¡Chendooo, ven a comer!
Tenia que dejar el juego
porque mamá era de armas tomar
Si no obedecía bajaba con el fuste en manos...
Cuando regresaba de mi casa vieja
-termino rememorar este mohíno evento-
mirando las luces prendidas de las casas
reunidos en familia para la cena
me parecía harto sacrificio tener que regresar
hasta el extremo norte de la ciudad
-dos horas de viaje- a mi casa nueva.
Llegaba cuando los mios estaban dormidos
una de las razones porque vendí mi casa vieja
Hoy, cada ves que paso cerca, circunstancial,
por una de las avenidas que rodean el cerro
me niego levantar la vista hasta la ensenada
me niego ver las dos ventana de mi casa vieja
son como dos ojos auscultadores
que piden explicasiones que no se dar.
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