…Mi amigo G. no tenia dinero
pero su vida errante le procuraba tesoros. Un día pasaba hambre. No había
desayunado ni tenia perspectiva de almorzar
Parado en un esquina –escribe- esperando no se qué
miraba las piñas dispuestas en un carretilla que algunos compraban y comían con unción. El hambre corroía mis
tripas mientas las miraba fijamente. No había ni los cincuenta céntimos que
costaba la tajada en mi bolsillo. Una señora al lado, que daba cuenta de su tajada,
me observaba con ojos compasivos. Y de pronto me habló: ¡Coja una piña, joven.
Vamos, coja, le invito! Y acto seguido cogí mi piña, agradeciéndole.
El instante siguiente fue
mágico. La carta d de G. desde la selva peruana hasta Maine EEUU donde radicaba
trasladó aquella fruta generosa hasta mi mesa triste.
Sin proclamarlo, pequeñas personas
libran a diario la gran guerra contra el pesimismo. Si un señora te invita una
rodaja de piña cundo te ve con hambre, o si un amigo te envía una carta cuando
te mata la pena, quizás hay mucha más esperanza
oculta en este mundo. Si te ocurre, si la encuentras, recibe el gesto, da la
gracia. ¿Y, porque no? , atrévete a hacer lo mismo por quién menos se lo espera. Una carta, una piña...
Marco Avilés
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