Matías
Giurato Roeder no era nadie cuando en 1935 abordó el barco que lo llevaría del
Callao a Estados Unidos. Había esperado
cumplir dieciocho para escapar de su casa en Trujillo, donde su padre –un
italiano tosco, huraño, intratable- se había acostumbrado a hacerle la vida de
cuadritos.
Lo
único que le causó pena la tarde en que zarpó fue el recuerdo de sus hermanas y en especial el de su madre, Rosa. Había sido
ella quien sembró en Matías la desbordante curiosidad que le despertaban sus
antepasados Roeder: Desde chico, cada
vez que oía las historias de esos
pueblos aledaños al puerto de Hamburgo donde había nacido su abuelo, se prometía
una y otra vez que algún día visitaría esa ciudad que en el atlas aparecía
atravesada por el rio Elba.
Una
mañana, dando vueltas por la gigantesca embarcación, Matías se cruzó con un
gringo de apellido Mc Donald. Durante las largas semanas que estuvieron a bordo se hicieron
buenos amigos, viéndose a diario, extendiendo la conversación por horas. Nunca
nadie había tratado a Matías como un adulto ni le había preguntado en que
soñaba convertirse. El señor Mc Donald lo vio tan deseoso de hacerse un
lugar en el mundo que ofreció darle –además
de su hospedaje en una hacienda de Washington- su propio apellido para
solucionar los problemas legales que seguramente encontraría al llegar a Norte América.
Matías encontró magnifica esa alternativa: no solo por las facilidades
migratorias que traía consigo sino porque con ella consolidaría el acto de independencia
que simbolizaba su viaje. Si ya había escapado de su padre, por que no
renunciar de una vez a ese apellido italiano que solo era sinónimo de malos recuerdos.
El
día que finalmente ingresó a territorio estadunidense lo hizo como
ciudadano de ese país bajo el armónico
nombre de Matías Mc Donal Roeder. Después de pasar casi un año probando suerte
en trabajos fugaces en los que no duraba ni un mes, el chiquillo se enroló en
las fuerzas armadas para hacerse piloto. Después de todo siempre le había ansiado la idea de volar, además mantenía
vivo el deseo de llegar en avión hasta Alemania para indagar por esa parte de su
familia materna, una obsesión, un cable hacia lo que él sentía que eran sus verdaderas
raíces
El
ingreso de los Estados Unidos a la segunda guerra mundial lo encontró recién ascendido a sargento. Dos verano más
tarde, ya de subteniente, le asignaron uno de los avión B7 que participarían el teatro de operaciones
europeo…Le ordenaron ejecutar, junto las fuerzas aéreas británicas la Operación
Gomorra cuyo efectivo era la destrucción de Hamburgo…
Cada
vez que dejaba caer una bomba, el joven trujillano recordaba entre lágrimas las
historias de que su madre le contaba acerca de aquellos parientes alemanes…
Renato
Cisneros
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