La Felicidad Nacional Bruta, cuando la riqueza no
se mide en dinero...
¿Es posible medir la felicidad? Hace tiempo que se sabe que
la forma de medir la prosperidad de un país a través de su PBI no refleja
realmente el bienestar de su población. Para dar un par de ejemplos simples, si
un país aumenta su gasto en el sistema carcelario ya que tiene que encerrar a
más delincuentes, el PBI aumenta por el aumento de ese gasto, que claramente no
refleja una mejoría en las condiciones del país. Otro, si una empresa minera de
capitales extranjeros, explota una mina de oro a cielo abierto y solo deja el
2% de su facturación dentro del país, el PIB estará aumentando, sin embargo, la
población nacional no se verá realmente beneficiada (sin tener en cuenta los
riesgos de contaminación).
En cualquier ámbito, privado o estatal, se gestiona sobre lo
que puede medir. De esa manera, un gobierno podría aumentar el PIB de un país,
logrando “crecer” sin realmente mejorar el bienestar de la sociedad. Incluso a
simple vista se podría decir que el PNB (Producto Nacional Bruto) sería un
mejor indicador para un país, ya que mide el valor generado por sus ciudadanos,
dentro y fuera del país, dejando afuera el generado por capitales extranjeros
dentro de su territorio.
En Bután parece que se han dado cuenta, allí el desafío no
es el crecimiento del producto interior bruto, sino de la Felicidad Nacional Bruta,
la riqueza no es medida por las pertenencias o el oro que una persona pueda
tener, sino más bien por el grado de felicidad de sus habitantes. Por más de
mil años, este pequeño reino ha sobrevivido en un aislamiento espléndido, un
lugar del tamaño de Suiza enclavado en los pliegues montañosos entre dos
gigantes: la India y China. Excluido del mundo exterior, el país no tuvo
caminos, ni electricidad, ni vehículos de motor, ni teléfonos, ni servicio postal
hasta los años sesenta del siglo XX. Incluso en estos días, su hipnótico
paisaje evoca un lugar que el tiempo olvidó: antiguos templos en lo alto de los
riscos rodeados por la niebla; sagradas cimas inexploradas que se alzan sobre
ríos y bosques. No es de extrañar que los visitantes no se resistan a decir que
Bután es el último Shangri-la.
Sin embargo, hasta Shangri-la debe cambiar. Cuando el rey
Jigme Singye Wangchuck ascendió al trono en 1972, dictó los términos de la
apertura de Bután y, en el proceso, redefinir el significado mismo del
desarrollo. Para describir su enfoque, inventó la acertada frase: Felicidad
Nacional Bruta (FNB). Bután se formula el interrogante que todos deben
formularse: ¿cómo se puede combinar la modernización económica con la solidez
cultural y el bienestar social?
Parte de la FNB de Bután tiene que ver, obviamente, con
satisfacer las necesidades básicas: mejor atención médica, menor mortalidad
materno-infantil, mayores logros educativos y mejor infraestructura,
especialmente electricidad, agua y servicios sanitarios.
Sin embargo, la FNB va mucho más allá del crecimiento
generalizado y a favor de los pobres. Bután también se está preguntando cómo se
puede combinar el crecimiento económico con la sostenibilidad ambiental, un interrogante
al que ha respondido en parte a través de un esfuerzo integral para proteger la
vasta superficie forestal del país y su biodiversidad única. Se está
preguntando cómo puede preservar su igualdad tradicional y fomentar su legado
cultural único, y cómo los individuos pueden mantener su estabilidad
psicológica en una era de cambio rápido, marcada por la urbanización y una
avalancha de comunicación global en una sociedad que no tenía televisores hasta
hace una década. La tradición budista de Bután entiende la felicidad no como un
apego a los bienes y servicios, sino como el resultado de un trabajo serio de
reflexión interior y compasión hacia los demás.
Lo que medimos afecta a lo que hacemos. Si nuestros
indicadores sólo miden cuánto producimos, nuestras acciones tenderán sólo a
producir más. Por eso había que convertir la FIB de una filosofía a un sistema
métrico. La materia prima es un cuestionario que responderán los ciudadanos
butaneses cada dos años. La primera encuesta se realizó entre diciembre de 2007
y marzo de 2008. Un total de 950 ciudadanos de todo el país respondieron a un
cuestionario con 180 preguntas agrupadas en nueve dimensiones:
1. Bienestar psicológico.
2. Uso del tiempo.
3. Vitalidad de la comunidad.
4. Cultura.
5. Salud.
6. Educación.
7. Diversidad medioambiental.
8. Nivel de vida.
9. Gobierno.
Una vez procesada la información de las encuestas, se
determina en qué medida cada hogar ha alcanzado la suficiencia en cada una de
las nueve dimensiones, estableciendo unos valores de corte. Es feliz aquella
persona que ha alcanzado el nivel de suficiencia en cada una de las nueve
dimensiones.
En este escenario del poscomunismo y del poscapitalismo
salvaje, la experiencia de Bután constituye el centro de uno de los debates más
interesantes que se están produciendo en el pensamiento económico mundial. Un
debate al que se han apuntado premios Nobel como Joseph E. Stiglitz o Amartya
Sen y líderes occidentales como Nicolas Sarkozy o Gordon Brown.
Bután no debe ser (ni lo pretende) un ejemplo para otros
Estados. Las peculiaridades del país hacen su experiencia inexportable. Bután
es una de las economías más pequeñas del mundo, basada en la agricultura (a la
que se dedica el 80% de la población), la venta de energía hidráulica a la
India y el turismo. Y es un país altamente dependiente de la ayuda externa.
Probablemente el concepto de FIB les suene a chino a las remotas tribus de
pastores nómadas del este, que se visten con pieles de yak, practican una
religión animista y ofrecen animales sacrificados a sus dioses en las montañas.
Pero en el Mapamundi de la Felicidad, una investigación dirigida por el
profesor Adrian White en la Universidad de Leicester (Reino Unido) en 2006, Bután
resultó ser el octavo más feliz de los 178 países estudiados (por detrás de
Dinamarca, Suiza, Austria, Islandia, Bahamas, Finlandia y Suecia). Y era el
único entre los 10 primeros con un PIB per cápita muy bajo (5.312 dólares en
2008, seis veces menor que el español).
Y es que la experiencia de Bután nos enseña que hay vida más
allá de las puras variables económicas, y nos resalta la importancia de medir
lo que de verdad importa, en ese contexto no quiero dejar de enlazar en este
post esta reveladora charla de Chip Conley, un importante directivo del sector
hotelero estadounidense que propone a partir de las teorías de Maslow y algunos
complementos de actualidad, índices alternativos, con sus respectivos
indicadores.
Medir lo que realmente importa, una charla interesante,
subtitulada y con un extracto de lo más relevante:
“(…) Y ahí es donde me reencontré con la jerarquía de
necesidades de Abraham Maslow. Tomé una clase de psicología en la universidad y
aprendimos algunas cosas sobre este tipo, Abraham Maslow, ya que muchos estamos
familiarizados con su “jerarquía de necesidades”. Pero allí sentado durante 4
horas, toda la tarde leyendo a Maslow, me di cuenta de algo que puede aplicarse
a la mayoría de los líderes. Uno de los hechos más simples en los negocios es
algo que a menudo descuidamos. Y es que todos somos humanos. Y que cada uno de
nosotros, sin importar nuestra función en el negocio, tiene en realidad una
jerarquía de necesidades en su lugar de trabajo.
Maslow, al final de su vida, quería llevar esta jerarquía
del individuo y aplicarla a lo colectivo, a las organizaciones y,
específicamente, a los negocios. (…) Y eso es lo que hice hace pocos años
cuando tomé esa pirámide de jerarquía de necesidades de 5 niveles y la convertí
en lo que yo llamo la pirámide de transformación, que consiste en
supervivencia, éxito y transformación. No sólo es fundamental en los negocios
sino que es fundamental en la vida. Y comenzamos a plantearnos las preguntas de
cómo estábamos abordando en realidad las necesidades superiores, estas
necesidades de transformación para nuestros empleados clave en la compañía.
Estos 3 niveles de la jerarquía de necesidades están relacionados con los 5
niveles de la jerarquía de necesidades de Maslow.
Pero al preguntarnos cómo estábamos abordando las
necesidades superiores de nuestros empleados y clientes, me di cuenta de que no
teníamos forma de medirlo. No teníamos nada que nos dijese en verdad si lo
estábamos haciendo bien. Así que comenzamos a preguntarnos: ¿qué tipo de medida
no tan obvia podríamos usar para evaluar realmente la razón de ser de nuestros
empleados o la conexión emocional de nuestros clientes con nosotros? Por
ejemplo, empezamos a preguntarles a nuestros empleados si comprendían la misión
de nuestra compañía, y si sentían que creían en ella, si realmente podían
influir en ella, y si pensaban que su trabajo tenía un impacto real. Y
empezamos a preguntarles a nuestros clientes si sentían una conexión emocional
con nosotros a través de siete posibles respuestas. Milagrosamente, a medida
que hacíamos estas preguntas y empezábamos a prestar atención a la parte alta
de la pirámide nos dimos cuenta de que creábamos más fidelidad.
Y a medida que salía y empezaba a pasar tiempo con otros
líderes y les preguntaba cómo estaban resistiendo ese periodo, lo que me decían
una y otra vez era que ellos sólo gestionaban lo que se podía medir. Y lo que
podemos medir es esa cosa tangible de la base de la pirámide. Ni siquiera veían
la cosa intangible de la parte más alta de la pirámide. Así que comencé a
hacerme la pregunta: ¿cómo podemos conseguir líderes que empiecen a valorar lo
intangible? Si se nos enseña como líderes sólo a gestionar lo que podemos medir
y todo lo que podemos medir es lo tangible en la vida, nos estamos perdiendo una
gran cantidad de cosas del tope de la pirámide.
Por eso salí y comencé a estudiar un montón de cosas. Y
encontré una encuesta que mostraba que el 94 % de los líderes empresariales del
mundo creen que las cosas intangibles son importantes en sus negocios, cosas
como la cultura corporativa, la fidelidad a su marca. Y, sin embargo, sólo el 5
% de esos mismos líderes tienen realmente los medios para medir los intangibles
en sus negocios. Así que como líderes entendemos que los intangibles son
importantes pero no tenemos ni idea de cómo medirlos.
Fue esa suerte de pregunta embriagadora sobre lo que cuenta
la que me llevó a quitarme el sombrero de director general por una semana y
volar a las cumbres del Himalaya. Volé a un lugar que ha estado rodeado de misterio
durante siglos, un lugar que algunos llaman Shangri la. Ha pasado de estar en
la base de supervivencia de la pirámide a convertirse en un modelo de
transformación para el mundo. Fui a Bután. El rey adolescente de Bután es
también un hombre curioso pero esto fue en 1972 cuando ascendió al trono dos
días después del fallecimiento de su padre. A los 17 años empezó a preguntarse
el tipo de cuestiones que uno esperaría de alguien con una mente de
principiante.
En un viaje por la India, al principio de su reinado, un
periodista indio le preguntó por el PIB de Bután, por el tamaño del PIB de
Bután. Y el rey respondió de una manera que realmente nos ha transformado
cuatro décadas después. Respondió lo siguiente: “¿Por qué nos obsesiona tanto y
nos centramos tanto en el producto interior bruto? ¿Por qué no nos preocupamos
por la felicidad nacional bruta?”. En esencia, el rey nos estaba pidiendo
considerar una definición alternativa de éxito, lo que ha llegado a llamarse la
FNB, o felicidad nacional bruta. La mayoría de los líderes mundiales no le
hicieron caso, y los que se lo hicieron pensaron que era sólo “economía
budista”. Pero el rey hablaba en serio. Y fue un momento significativo, porque
ésta era la primera vez que un líder mundial en casi 200 años había sugerido
ese intangible de la felicidad — luego de que otro líder hace 200 años lo
hiciera: Thomas Jefferson con la Declaración de la Independencia — 200 años
después, este rey estaba sugiriendo que el intangible de la felicidad es algo
que deberíamos medir y es algo que deberíamos valorar como funcionarios del
Estado.
Durante las siguientes casi cuatro décadas en su puesto de
rey comenzó a medir y a gestionar la felicidad en Bután. Y esto incluye haber
llevado a su país recientemente de ser una monarquía absoluta a ser una
monarquía constitucional sin derramamiento de sangre, ni golpe de Estado.
Bután, para quienes no lo sepan, es la democracia más nueva del mundo, tiene
solamente dos años.
Así que a medida que pasaba tiempo con líderes del
movimiento FNB llegué a comprender realmente lo que están haciendo. Además,
logré pasar algún tiempo con el primer ministro. Durante la cena le hice una
pregunta impertinente. Le pregunté: “¿Cómo puede crear y medir algo que se
evapora, en otras palabras, la felicidad?”. Es un hombre muy sabio, y repondió:
“Escuche, el objetivo de Bután no es crear felicidad. Nosotros creamos las
condiciones para que la felicidad ocurra. En otras palabras, creamos el hábitat
de la felicidad”. Eso es interesante. Y añadió que tienen una ciencia detrás de
ese arte. Han creado cuatro pilares esenciales, nueve indicadores clave y 72
medidores diferentes que ayudan a medir su FNB. De hecho, uno de estos
indicadores clave es: ¿Cómo se sienten los butaneses respecto de cómo pasan su
tiempo cada día? Es una buena pregunta. ¿Cómo te sientes respecto de cómo pasas
el tiempo cada día? El tiempo es uno de los recursos más escasos en el mundo
moderno. Y sin embargo, claro, esa pequeña pieza intangible de datos no se
tiene en cuenta en nuestros cálculos del PIB.
Hoy en día hay 40 países en el mundo que están estudiando su
propia FNB. Quizá hayan escuchado el otoño pasado a Nicolás Sarkozy anunciando
en Francia los resultados de un estudio de 18 meses hecho por dos economistas
laureados con el Nobel centrado en la felicidad y el bienestar en Francia.
Sarkozy sugería que los líderes del mundo deberían dejar de mirar el PIB con
cortedad de miras y considerar un nuevo índice que algunos franceses están
llamando “índice joie de vivre”.
(…) Ciertamente, Robert Kennedy sugirió al final del
discurso exactamente eso. Dijo que el PIB “lo mide todo en una palabra, salvo
lo que hace que la vida valga la pena”.
Abe Maslow dijo hace mucho algo que han escuchado antes,
pero no sabían que era de él. Dijo: “Si la única herramienta que uno tiene es
un martillo, todo empezará a parecerse a un clavo”. Nuestra herramienta nos ha
engañado. El PIB ha sido nuestro martillo y nuestro clavo ha sido el modelo de
éxito de la era industrial de los siglos XIX y XX.”
Fuente:
Sólo sé que no sé nada
lunes, 11 de octubre de 2010
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