CEMENTERIO LOS SAUCES
Pasada las tres de la
madrugada, noche floja, y ya me iba a descansar cuando una señora
y dos más, aparentemente sus dos hijas
jóvenes, salían de una reunión, paran mi
taxi y
la señora me dice:
-¿Me puede llevar a San
Juan de Lurigancho?
-¿Qué parte?
- Paradero 30 de la
Wiesse
Era muy lejos. Yo
estaba por el aeropuerto pero necesitaba dinero y por probar le dije 40 soles pensando que no
iba a querer pero para mi sorpresa no
pidió rebaja y aceptó.
-¡Bueno, vamos!, dijo, y todas se acomodaron atrás. A la altura del paradero treinta pregunto a
la señora ¿Dónde es…?
-La esquina, a la derecha, por favor. Entré por una pista
delgada dos cuadras y volví a preguntar:
¿Dónde es? Una cuadrita más, dijo.
Llegado allí me doy de lleno con la puerta
abierta, par en par, de un cementerio. ¿Aquí…? pregunto con duda.
-No. Tiene que cruzar
el cementerio, al fondo, hay un Asentamiento Humano. Allí vivimos, y al ver mi
negativa, agrega: Está cerca. Entonces
me apee, fisgonee y, en efecto, al fondo había postes de alumbrado público y casas. ¡Pero cruzar el cementerio a estas horas!
Reparé.
-No te va pasar nada,
me animó la señora.
- Pero usted no me dijo
así, reclamé.
-Bueno, si no quiere ir
entonces nos bajamos pero no le pagamos.
No me quedó otra que
cruzar con mi auto por el pasaje central
del cementerio. Cuando cruzamos, se bajaron, me pagaron.
-¿Y ahora por dónde
regreso? Musité.
-¡Por allí mismo,
joven, por allí mismo. No tenga miedo. Voy a estar rezando por usted para que
no le pase nada, dijo la señora. Y me
aconsejó: ¡si algo le asusta
grite lisuras!
No me quedó otra que
regresar pero estaba con harto miedo. Puse a caminar lento el auto para no despertar a los muertos. No pasó un minuto cuando los faros delanteros se apagaron
no así del salón que la mantenía prendida, entonces fue cuando
vi por el retrovisor una persona muerta descompuesta que ladeaba la cabeza
conforme el carro bamboleaba. Doblé el retrovisor y pedalee el carro con mi
último aliento que me quedaba, en línea recta hasta la puerta del cementerio
que…, esta vez, estaba cerrada y con la reja casi me estrello.
-¡Mierda!, espeté. Me
sentí desfallecer cuando a mi derecha por la ventana apareció la cabeza de un hombre moreno viejo
y cano que hurgaba el interior. Fuera de
mí, atrapado, sin poder salir grité lisura como me dijo la señora:.. ¡Fuera
viejo concha tu ma…! Y me eché de espalda y daba patadas a la
ventana. Escuché del viejo antes de, casi, desvanecerme:
-¡¿Qué le pasa joven?!
, amablemente se identificaba como el
guardián del cementerio y me explicó que recién había juntado la reja…
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