lunes, 31 de octubre de 2016

Comentarios irreales I

CEMENTERIO LOS SAUCES

Pasada las tres de la madrugada, noche  floja, y  ya me iba a descansar cuando una señora y  dos más, aparentemente sus dos hijas jóvenes,  salían de una reunión, paran mi taxi  y  la señora me dice:

-¿Me puede llevar a San Juan de Lurigancho?
-¿Qué parte?
- Paradero 30 de la Wiesse

Era muy lejos. Yo estaba  por el aeropuerto pero  necesitaba dinero  y por probar le dije 40 soles pensando que no iba a querer  pero para mi sorpresa no pidió rebaja y  aceptó.

-¡Bueno, vamos!,  dijo, y todas se acomodaron atrás.  A la altura del paradero treinta pregunto a la señora ¿Dónde es…?

-La esquina, a  la derecha, por favor. Entré por una pista delgada  dos cuadras y volví a preguntar: ¿Dónde es? Una  cuadrita más, dijo. Llegado allí  me doy de lleno con  la puerta  abierta, par en par, de un cementerio. ¿Aquí…? pregunto con duda.

-No. Tiene que cruzar el cementerio, al fondo, hay un Asentamiento Humano. Allí vivimos, y al ver mi negativa, agrega: Está cerca.  Entonces me apee,  fisgonee  y, en efecto, al fondo   había postes de alumbrado  público y casas.  ¡Pero cruzar el cementerio a estas horas! Reparé.

-No te va pasar nada, me animó la señora.
- Pero usted no me dijo así, reclamé.
-Bueno, si no quiere ir entonces nos bajamos pero no le pagamos.

No me quedó otra que cruzar con mi auto por el pasaje central  del cementerio.  Cuando  cruzamos, se bajaron, me pagaron.

-¿Y ahora por dónde regreso? Musité.
-¡Por allí mismo, joven, por allí mismo. No tenga miedo. Voy a estar rezando por usted para que no le pase nada, dijo la señora. Y me  aconsejó: ¡si algo le asusta  grite lisuras!
No me quedó otra que regresar pero estaba con harto miedo. Puse a caminar lento el auto  para no despertar a los muertos.  No pasó un minuto cuando  los faros delanteros  se apagaron   no así del salón que  la mantenía prendida, entonces fue cuando vi   por el retrovisor una persona  muerta descompuesta que ladeaba la cabeza conforme el carro bamboleaba. Doblé el retrovisor y pedalee el carro con mi último aliento que me quedaba, en línea recta hasta la puerta del cementerio que…, esta vez, estaba cerrada y con la reja casi me estrello.

-¡Mierda!, espeté. Me sentí desfallecer cuando a mi derecha por la ventana  apareció la cabeza de un hombre moreno viejo y cano  que hurgaba el interior. Fuera de mí, atrapado, sin poder salir grité lisura como me dijo la señora:.. ¡Fuera viejo concha tu ma…!  Y  me eché de espalda y daba patadas a la ventana. Escuché del viejo antes de, casi, desvanecerme:

-¡¿Qué le pasa joven?! , amablemente se identificaba  como el guardián del cementerio y me explicó que recién había juntado  la reja…





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