…No
siempre le producía placer al poeta y profesor César Vallejo nuestros relatos. Un
día llamó a un muchachito que era decididamente tardo. El pequeño, quizá más
trabado por el mal talante que traía nuestro profesor, -tenia Vallejo la boca y el entrecejo firmemente fruncidos-, no pudo decir casi nada, repitió varias
veces la misma frase y de repente se calló.
“Siéntese”,
le ordenó con cierta despectiva rudeza. El chiquillo se fue a su banco y, cruzando los brazos, metió entre ellos la cabeza y se
puso a llorar ahogadamente. César Vallejo se incorporó estremecido y fue hasta
el pequeño. Estrechándole las manos lo llevó hasta su mesa, donde le acarició
la cabeza y las mejillas hasta calmarlo. Sacó un gran pañuelo para enjugar las
lágrimas que brillaban aun sobre la carita trigueña y luego se quedó mirándolo largamente.
Sin duda, en la desconsolada angustia del narrador frustrado, sintió esa que a
él mismo solía oprimirlo muchas veces y ha aludido en sus versos. Cuando recuerdo
aquella ocasión, me parece verlo arrodillado con la mirada, sufriendo por el
niño y él y todos los hombres…
Ciro Alegría
sobre César Vallejo/H13 Nº319
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