Desde
el 16 de marzo los peruanos y peruanas acatamos, con distintos niveles de
adherencia, medidas de aislamiento físico sin precedentes, dirigidas a detener
la transmisión del nuevo coronavirus. Desde casa vemos la situación
epidemiológica del COVID-19 a través de una ventana de vidrios sucios: los
datos, desfasados, solo nos permiten aproximar una realidad que cambia rápido.
Seguimos diariamente la evolución de la transmisión del virus usando una triada
de indicadores que se van haciendo familiares: el número de casos nos permite
armar la curva, el número de pruebas nos obliga a dudar de la veracidad de
esta, y el número de fallecidos nos alarma.
El
optimismo de los días iniciales de la epidemia, motivado por la respuesta
temprana del Gobierno, se ha convertido en incertidumbre. Los grandes aciertos
del manejo inicial, destacados tanto por su prontitud como su proporcionalidad
a lo serio de la situación, se ven opacados por la incapacidad demostrada de
realizar de manera sostenida más de mil pruebas diagnósticas al día. No podemos
aplanar la curva si no podemos armarla: necesitamos acceso a más pruebas y
pronto. Los últimos días han puesto en evidencia las deficiencias conocidas de
una burocracia ineficiente: existen demoras importantes para la implementación
rápida de nuevas intervenciones. La adquisición de pruebas fue solo el primer
cuello de botella de una serie de pasos limitantes congestionados por años de
insuficiente inversión en innovación, ciencia y tecnología, así como de
procesos eficientes que permitan una respuesta rápida a crisis como esta. Estas
demoras tienen consecuencias serias: la evidencia científica emergente sugiere
que las medidas de contención estrictas pueden ser retiradas solo una vez que
la transmisión del virus está en descenso, pero para esto es fundamental un
sistema robusto de vigilancia epidemiológica. En el 2020, la epidemia de
COVID-19 es en sí misma una prueba diagnóstica para Estados modernos que tienen
capacidad de hacer políticas públicas informadas por evidencia en tiempo real.
A
pesar de que el aumento en el número de casos aparentó estar inicialmente
frenado por las medidas de control, el incremento rápido en la cantidad de
fallecidos luego de 20 días de cuarentena sugiere que esta no fue suficiente.
La diferencia en la velocidad de crecimiento de ambas curvas resulta en una
tasa de letalidad (fallecidos/confirmados) artificialmente inflada por el
subdiagnóstico de casos asintomáticos y leves, entre ellos, contactos de casos
confirmados que no han logrado acceder a pruebas diagnósticas y que, por lo
tanto, no entran al denominador del indicador de letalidad. Si bien la curva se
aplanó tanto debido a la transmisión más lenta del virus como al subregistro de
casos, la trayectoria de crecimiento ha seguido siendo exponencial, entre otras
cosas, por el cumplimiento insuficiente de las medidas de control. El vidrio
empolvado a través del que vemos la realidad es también un espejo: la curva es
un reflejo de nuestras acciones colectivas.
Habiendo
establecido que no hemos logrado detener la transmisión del virus, queda
prepararnos para sus consecuencias. La cuarentena no es un caso de éxito, pero
tampoco un fracaso absoluto: hemos ganado semanas fundamentales para
identificar barreras y oportunidades, mejorar nuestra infraestructura en salud
y preparar nuestra capacidad de responder adecuadamente a las consecuencias del
COVID-19. Las camas en UCI para el manejo de las complicaciones severas de la
enfermedad logran salvar la vida de alrededor del 50% de quienes las utilizan.
Sin embargo, no se necesitarán solo camas y ventiladores, sino gran abasto de
insumos y medicamentos, personal de salud entrenado en manejo de cuidados
intensivos y equipo de protección para proteger a este mismo personal, muy
vulnerable a la infección por el virus.
Tanto
abril como mayo serán recordados como dos de los meses más difíciles para el
sistema de salud peruano desde la epidemia del cólera en 1991. Las predicciones
acertadas del número final de casos confirmados y fallecidos se hacen
imposibles por la calidad variable de los datos, pero se estima que la cantidad
de nuevos casos diarios del COVID-19 alcanzaría su pico alrededor de la última
semana de abril. Desde un punto de vista estrictamente epidemiológico, las
medidas de aislamiento no deben ser, de ninguna manera, levantadas antes de
ello.
__Mateo Prochazka Nuñez
El Comercio
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