Chinaco
Era
muy trabajador, serio en su negocio y tenía la costumbre en
víspera a la navidad cerrar la tienda a las cinco de la tarde, usualmente
la salida era a las diez de la noche, pero ese día víspera de navidad daba
chance para que sus empleadas pudieran llegar temprano
a sus casas.
Afuera
de la tienda solía haber una cantidad de niños entre veinte y treinta que
esperaba a don Pascual para los regalos. Hacía entrar solamente a los
niños y cerrábamos la puerta. Nosotras las vendedoras les
atendíamos, les servíamos su chocolate, su porción de panetón
y la parte más importante de la ceremonia consistía que don Pascual le
regalaba a cada uno un par de zapatos nuevos,
y nosotras las vendedoras recogíamos sus
sandalias con que venían, lo echábamos en una bolsa y le calzábamos la prenda
nueva.
La
emoción que veía a los niños ponerse un zapato nuevo es lo que hasta hoy perdura
en mi recuerdo.
Fue
don Pascual mi padrino de matrimonio pero se murió al poco tiempo.
Pero esas navidades como empleada cambió mi vida para siempre.
A
pesar que no soy una persona rica, juntaba dinero de mis horas
extras para comprar algunos juguetes en una navidad, en otra, ropita, e
iba a regalarlos con algunas vecinas y con mis hijas (de ese modo les inculqué
el significado de la navidad) a los lugares más humildes de Lima.
Entre
los niños recuerdo a un morenito que le llamaban Chinaco. Le
rogó a don Pascual, de esa vez que cuento, que prefería que a él no le regalara sino a su
mamá que no tenía.
Don
Pascual muy generoso (la palabra generosidad es la que más la representa esta
fecha) le regaló a Chinaco y a su mamá.
Feliz
navidad.
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