Publicado por Luis Felipe Valencia Tamayo
LA HISTORIA NO SE HUNDE. A PASO DE CANGREJO - Günter
GrassMartes 30 de enero de 1945.
Oscurecía sobre el mar Báltico cuando uno de
los más grandes barcos de estirpe alemana cruzaba sus gélidas aguas. El Wilhelm
Gustloff, nombre dado a aquel gigante, transportaba millares de personas hacia
un territorio mucho más seguro que el suelo alemán de entonces; sin embargo, no
contaba con que en su camino pudiera caer en la mira del submarino soviético
S-13, al mando de un caricaturesco comandante, Alexander Marinesko. 600 metros
separaban el submarino del blanco con el que por pura casualidad se había
encontrado. Cuatro torpedos, con sus respectivas dedicatorias, estaban listos a
ser disparados. Sólo tres fueron necesarios para hundir el enorme y
sobrepoblado buque alemán; en ellos se podía leer «Por la Patria», «Por
Stalin», «Por el pueblo soviético». Asistimos a una noche nefasta para la
historia alemana y, a la par, en el hundimiento del Gustloff presenciamos la
más grande tragedia marítima que se ha vivido. Sí, aunque parezca que nada pudo
ser peor que lo del Titanic.
Las cifras de muertos no se han establecido con claridad. En
pleno éxodo, el gigante alemán terminó atiborrado: en sus grandes salones se
confundían personas de diversa índole; padres que, por la simple multitud,
habían sido separados de sus hijos; enamorados que encontrarían una vez más el
fin de sus romances; niños que no podrían hacerse a la idea de un mundo mejor;
militares confundidos; almas enfermas que ya esperaban otra vida y, sin falta,
los centenares de suertudos que también tendrían valor para contar lo que les
tocó vivir. No obstante, nadie podría recordar las cosas tal y como fueron.
«El hundimiento del en otro tiempo popular barco de “A la
Fuerza por la Alegría” no se dio a conocer en el Reich. Una noticia así hubiera
podido perjudicar el espíritu de la resistencia. Sólo habría rumores. Pero
también el mundo superior soviético encontró motivos para no dar publicidad, en
el informe diario de la flota de la Bandera Roja, al éxito del submarino S-13 y
de su comandante.»
Esa misma noche en el Báltico nacería el narrador de la más
que conmovedora novela que elabora con gran habilidad el escritor alemán Günter
Grass. Paul, un periodista del montón, por esas cosas de la suerte, fue parido
por su entusiasmada madre poco después de que ella fuese rescatada del
hundimiento del Gustloff. La fatídica noche, oscura y fría, también dio
oportunidad a la vida. Y no es todo invento del novelista, pues debe suponerse
con alta probabilidad que en un barco que transportaba casi diez mil personas
para guarecerlas de los ataques anti alemanes fueran una buena cuenta de
embarazadas. De una de ellas, fruto de la ficción, brota también el pretexto de
Grass para descubrirnos y aclararnos su percepción de aquel capítulo de la
historia.
Tal mirada no es tanto apasionante como sincera y metódica.
Su novela no lo es para lectores que se rindan ante los artificios técnicos que
permiten ir a un narrador de una época a otra; está hecha más bien para leerse
con lentitud, tomando algunas notas, si se quiere, o cuestionando algunos fragmentos,
si se interna en una conversación con ella. Todas las revisiones del pasado que
se hacen con buena pluma exigen a los lectores más que buena disposición. Y
menos mal también hemos contado en la traducción con la excelente tarea de
Miguel Sáenz. Las voces de los personajes quedan tan bien distinguidas que uno
puede sentir que otra versión de la historia en español lo que haría sería
darle más valor a la que ya ha quedado editada. Y la verdad la prosa de Grass y
su gusto narrativo no merecen menos.
Si como novela, el asunto central de A paso de cangrejo es
una histórica tragedia alemana, no he quedado descontento con los temas
universales que propone con un inteligente ánimo reflexivo. La historia se
desenvuelve al vaivén de lo que también le ha tocado vivir al personaje que nos
narra su destino, marcado completamente por la noche del 30 de enero del 45.
Así, la relación con su madre aparece como el horizonte fundamental desde el
cual se divisa la obligación de no olvidar el pasado; mas, no es un simple no
olvidar, es tratar de recordar con la sangre aún brotando de la herida. Luego
aparece la relación que Paul tiene con su propio hijo, a quien descubre como un
guardián radical de las ideas alemanas en portales neonazis de la Internet.
Tres generaciones que se conjugan en el encuentro con el mismo acontecimiento,
sometiendo al pasado a sus propias locuras y a sus más enraizados temores.
«La historia, mejor dicho, la historia removida por
nosotros, es como un retrete atascado. No hacemos más que tirar de la cadena,
pero la mierda sube siempre.»
Y en este viaje particular que emprende el periodista Paul
Pokriefke para comprender la razón de ser de su propia familia, también nos
encontramos con los personajes históricos que completan el marco de la tragedia
del Gustloff. Habría que comenzar con el propio nazi Wilhelm Gustloff, apodado
«el mártir» y por el judío que lo asesinó, David Frankfurter. Habría que citar
la necesidad que tuvo el Führer de crear una armada que le permitiera mandar de
vacaciones a sus posibles opositores alemanes por los mares europeos y el
homenaje que le hizo a uno de sus seguidores bautizando uno de los grandes
barcos de A la Fuerza por la Alegría con su nombre. Habría que mencionar el
cruento paisaje europeo de plena mitad del siglo veinte, a Stalin y sus
submarinos, a Alexander Marinesko y su gusto por la pontikka y las mujeres, a
punto de un consejo de guerra poco antes de comandar el S-13. El cuadro queda
completo y mientras un monumental barco se hunde con miles de víctimas a bordo,
una novela sale a flote para recordar que la historia no puede conmemorarse del
todo como quisiéramos porque si lo hiciéramos ahí sí sería cierto aquello de
que su conocimiento no nos condenaría a repetirla. Se repite, y «no cesa, no
cesará nunca», como se encarga de recordárnoslo Günter Grass.
Novela que nos cobra las desconcentraciones y puede hacernos
retroceder ante la impaciencia (lo viví, por supuesto), pero también novela que
asciende hasta un final que nos golpea con fuerza para hacernos temer aún
peores cosas de nuestra propia época, cuando creemos que el pasado ha sido una
lección aprendida y que sólo basta llevar las buenas noticias del hombre a las
escuelas. En tres generaciones distintas (madre, padre e hijo) y en tres
versiones de los hechos (la versión alemana, la judía y la soviética), Grass
atiza los elementos más importantes de la reflexión histórica contemporánea: el
temor de volver a lo que ya otros fueron; la crudeza de saber que el futuro no
ofrecerá los cambios que esperanzadoramente se cantan en el presente, y la
insatisfacción de que, a medida que nos distanciamos del pasado, éste parece
volverse todavía más maleable justificándose como pretexto a los derramamientos
de sangre actuales.