"El señor de los fréjoles" mi papá le llamaba
Cultivaba fanegadas en la costa iqueña
Cientos de quintales traía a Lima para vender
Dijeron que estaba mal de salud
Pagaba así su juventud agitada
Vendimia de uva quebranta y morenas quebradas
En Lima, no tenía casa solo tiendas que rentaba
En el primer piso de un edificio vetusto
uno de ellos, no hace mucho nos alquilaba,
y en el otro, a un inquilino moroso cesó
donde, enfermo, se alojó breve tiempo
mientras hacíase chequear la cirrosis severa
Tratamiento externo en una clínica
de la cual pronto le desahuciaron
y se postró en silencio en su frío local
Bajaba la puerta corrediza de metal
y a ningún vecino recibía de visita
sólo a mi padre, pronto por jubilarse
O, a sus hijas y algunos nietos
que de la campiña lejana venían
a prodigarle horas de compañía
Su joven mujer preocupadísima
la liquidez volaba de la hacienda en gastos;
él prefería morir y no escatimarlo mas
Cierta tarde salia, yo, del local
a limpiar las vitrinas exibidoras
Vi que la doña y sus hijas le llevaban
le introducían al señor de los frejoles
al taxi expreso directo a la campiña,
seguramente para no volver mas;
desdeño , él, alzar pie de la vereda
levantó sus ojos y miró su propiedad
aquellos locales que con afán adquirió
dejaba su gobierno a su joven mujer
¿Qué suerte, especuló, le acarrearía?
(me hizo recordar cuando la abuela Julia
desde la pampa volteó a la casa vieja,
en la ensenada, para dar última mirada
presagiando que del hospital no volvería
como así sucedió)
En su último avistamiento, nos miramos
le agité mi brazo con saludo sincero
No me vio o no quería lástima de nadie
No le vi mas al señor de los fréjoles
hasta enterarme, poco después, su muerte
Seguramente, hoy, sentado en la mecedora
conversará con su único amigo del edificio
oyendo el canto de las pañadoras en el sembrío
sino, pues, ¿de qué vivirían en el cielo?
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