miércoles, 18 de noviembre de 2020

Precuela de Equis el errante 18 nov FIN

 2


El viejo estaba en un límite

de cordura e incordurara

Peleaban lo suyo tomarle 

Alteraban su deambular 

Y tambien sentia hambre


Un salón pequeño con trastienda

Pocas personas sentadas

-la mayoría llevaba al paso,

sobre todo, los helados-

Entró a tomar un chocolate


Sofás largos frente a frente

Tres señoras  mediana edad

acostado a los espaldares 

En medio, bocadillos de mesa

antipasto en tortilla había


Hacían frente a dos varones

casual reunión departían

Cumpleaños de uno parecía


El viejo se sentó con éstos

sin decir ni una palabra

 

Una señora vino con su hija


Doce o  trece años, no más

A su edad bien desarrollada

Sin pena  a la impertinencia 

Melindrosa se comportaba


Al viejo el sueño le vencía

No poder dormir varias noches

Maquinalmente bajaba los ojos

como si tras los párpados viera

¡las piernas torneadas de la nena!


Blanca como una losa china

Jarra de leche en forma de pera

bajo la falda a bobos mojada tutu


Presto los subía -molesto consigo-

Levantaba su vaso tecnopor  

pero sin que se lo propusiera

nuevamente bajaba la mirada

justo a las piernas cruzadas 


La mamá conversaba con otra 

y la hija hacía remilgos de niña


Salió al excusado un momento

tal de intimidarse a sí mismo

haciendo un haka ante el espejo:

¿Tengo acaso cara de cojer niños? 


Cuando salió un hombre le encaró:


¿Eres el depravado que mira a mi hija?


No le dio tiempo al viejo responder

Lo arrojó sobre una mesa vacía

y luego  la mesa quedó sobre él


Ante la duda del dueño, exageró: 


¡Es un anormal que se la corría

después de acosar a mi tierna hija!

 

El hombre y el dependiente

lo botaron a  empujones afuera


¡Policía, policía!, gritaron a la guardia

Y el viejo en vez de ir al contrario

Corrió  asustado directo a la plaza

Ante el corro de gente que seguía:

¡Tras  él, agárrenlo, agárrenlo!


El pelotón reparó la barahúnda

Al verlo corriendo fueron tras él


Un dependiente de artesanía

Dos meseros de un restaurante

El dueño de un agente de viajes

Todos al unísono gritaban:


¡Viejo depravado, agárrenlo!

¡viejo depravado, agárrenlo!


Y los policías de resguardo

lo cogieron y lo metieron a un auto


Y el viejo imploraba al aire:

¡Yo no hice nada, yo no hice nada!

Y la chuzma por el ventanuco

le gritaba improperios


Y al viejo le hirvió la sangre

Ver,  gente harto grosera

que sin haber visto nada

se colaba a la indolencia


¡Dia cercano -pronosticó-

Caerá sobre ustedes informales

el peor castigo de dios!


Y a los uniformados policias:

 

Rezarán  de rodillas la ingente

cantidad de compañeros muertos


-¿Y cual es el peor castigo de dios?,

 inquirió un displicente efectivo


-¡La peor pandemia de la historia!



FIN

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