El poema de las tierras pobres, de Jorge González Bastías
Una poesía social situada en una actualidad permanente
por Carlos Henrickson
…
Sin embargo, en las Elegías sencillas, incluidas en la
selección de 1917, vemos claramente el camino que conducirá a El poema de las
tierras pobres. No es sólo que el ritmo se hace más natural, en el sentido de
ajustado a la musicalidad oral, sino que además se aprecia ya el abandono de la
dependencia de las formas españolas clásicas, propiamente enmarcado en el mejor
concepto del mundonovismo -el adelantado por Francisco Contreras. Además, ya
aparecen ahí rasgos fundamentales de El poema de las tierras pobres: el
campesino anciano, el lento son del barquero (que será nombrado con el término
menos universal, guanay, desde su Vera rústica, de 1933) que recorre el
ambiente nocturno como el alarido sin voz que se oirá en los breñales de las
tierras pobres. Y es que González Bastías no sólo estaba de vuelta en
Infiernillo, sino que iniciaba sus responsabilidades públicas en el plano de la
política local, donde, sea en el campo o en la ciudad, son escasos el
desinterés y los ideales, y se tiene siempre de frente, sin posibilidad de
disimulo, la injusticia cotidiana que, más que anomalía, es un rasgo esencial
de nuestras pequeñas sociedades amarradas al capital y la ganancia fáciles.
Y es quizás esto lo que más llama la atención a quien toma
en sus manos El poema de las tierras pobres con la falsa expectativa de leer a
otro poeta mundonovista de provincia de principios del siglo XX: el corazón
mismo del texto remite a injusticias concretas, en que el poeta toma esa voz
que le falta al alarido doliente, sintiendo que los dolores de otros hombres se
recogen en él. Y cuando toma esa voz, no hace la compleja labor de traducción
que el modernismo le tendría que imponer, para hacer digna de belleza la queja.
Escuchemos:
- Ochenta y cuatro años
viví en estos bosques,
y no ha sido el tiempo
lo que tiene torpes
mis brazos... mis brazos,
sierpes de los robles!
Negro, negro día.
El rostro de bronce
del juez me seguía.
Día como noche.
Tanto crimen, tantas
mezquinas pasiones;
tanta, tanta pena
sin que nadie llore!
En un calabozo
húmedo tendióme
de modo que siempre
estuviera inmóvil.
Sufría en la tierra
mi costado inmóvil
-más que por los hierros
por estar inmóvil.
Se llagó mi carne
inmóvil, inmóvil.
Perdí la conciencia
y fui sombra inmóvil...
Pasa el viento, pasan
pájaros y flores.
(p. 16-17)
Sería largo nombrar cuántas convenciones de la época rompe
en este trozo el poeta: baste con decir que en el intento por acercarse a la
oralidad, el poeta es capaz de romper cualquier estrictez del esquema métrico y
rítmico, la elección de las palabras ocupadas alterna entre la total sencillez
expresiva y el recurso poético ocupado en la medida justa para acabar
concentrando todo el texto en ese inmóvil, que emparenta en una síntesis
escalofriante la forzada cesantía, el pasmo de la miseria, el castigo de la ley
y la muerte en un solo concepto. González Bastías cierra el trozo con un
leitmotiv que, acelerando el ritmo del verso anclando el peso en el pasar, nos da
a través de elementos tradicionalmente vinculados a la belleza de la vida
natural (el canto y el color) tan sólo la experiencia del tiempo, que desplaza
toda posibilidad de permanencia de lo bello y lo natural. Pero no es que todo
acá sea fugaz e indefinible: escuchemos el comienzo del trozo, en que define el
paisaje que permanece:
Pasa el viento, pasa.
Lleva los rumores
del árbol y el pájaro...
Nuestra tierra pobre
no ofrece alegría
para unas canciones.
Sólo ofrece un brillo
de agresivos cobres
tal la empuñadura
de un puñal deforme.
Pasa el viento, pasan
pájaros y flores.
(p. 15-16)
Cabe recordar que los cobres aludían hasta hace poco a la
moneda de baja ley. El tema, entonces, se impone con un eco absolutamente
actual (pensemos en los valles cordilleranos bajo la sombra de la minería, en
la zona austral tras la caída del negocio del salmón, en la salud de comunas
enteras sacrificadas para que en ellas la producción de energía pueda
desarrollarse, como en la provincia de Puchuncaví): se trata de la ruina
ecológica de los modos de vida vinculados a la naturaleza realizada por obra y
gracia del capitalismo. En un momento en que la poesía latinoamericana está
recién empezando a descubrir, bajo el viento de la vanguardia europea y rusa,
el arsenal de procedimientos con los que abrir camino a una crítica social
auténticamente directa y combativa, González Bastías da un salto sobre el
vacío, dejándonos un libro cuya potencia crítica no disminuye en nada su
profunda verdad poética. Cuando Neruda, casi treinta años después, trabaja en
verso libre, de manera análoga, el testimonio del sufrimiento popular en el
Canto General, en la sección La tierra se llama Juan, nos es inevitable sentir
un eco de Brecht, en años en que la posibilidad de tocar el tema social desde
la voz del mismo sujeto se convierte en problemática urgente; en González
Bastías tales procedimientos nos suenan con una frescura absolutamente
distinta, y si quizá a algo nos llevan es a una zona olvidada y poco leída: el
carácter manifiestamente popular y de crítica social de las comedias del Siglo
de Oro español dedicadas a los abusos contra aldeanos y campesinos por parte de
nobles y agentes de la Corona. Las analogías son numerosísimas, y quizás,
terminemos -más allá de un estudio puramente literario- reconociendo gestos que
en nuestra cultura civilizada son trágicamente recurrentes.
Sin entregarse a gestos vanguardistas fáciles (si bien su
conciencia del verso puede considerarse efectivamente revolucionaria), sin dar
la nota fácil que supondría utilizar el canto popular (si bien deja ver mucho
de su naturalidad expresiva), González Bastías descubre en cada ocasión su
propio modo de resolver los problemas que le impone un tema inédito en su
época: la miseria campesina; y no es otro el modo en que la poesía de verdad
grande alcanza su misión de aparecer y hacer aparecer de forma siempre nueva,
más allá de la máscara de aquello que el mundo cree ver todo el tiempo frente a
sus ojos.
Este libro nos sugiere, entonces, una tarea fundamental: el
deber de revisar nuevamente la historia de la literatura social chilena, más
allá del forzoso e inevitable orden esquemático producido tras la hegemonía
cultural planteada y alcanzada por el Frente Popular desde 1938. Una visión
justa de obras como El poema de las tierras pobres no nos señala, sólo, una
obligación de eruditos: nos planteará horizontes más amplios para pensar en la
posibilidad de una literatura social que esté a la altura de nuevos desafíos en
los tiempos difíciles que nos tocan. Quien lea a González Bastías, descubrirá
una poesía que puede mirar y dar luz hacia nuestro futuro.
El poema de las tierras pobres, de Jorge González Bastías
Una poesía social situada en una actualidad permanente
por Carlos Henrickson
…
Sin embargo, en las Elegías sencillas, incluidas en la
selección de 1917, vemos claramente el camino que conducirá a El poema de las
tierras pobres. No es sólo que el ritmo se hace más natural, en el sentido de
ajustado a la musicalidad oral, sino que además se aprecia ya el abandono de la
dependencia de las formas españolas clásicas, propiamente enmarcado en el mejor
concepto del mundonovismo -el adelantado por Francisco Contreras. Además, ya
aparecen ahí rasgos fundamentales de El poema de las tierras pobres: el
campesino anciano, el lento son del barquero (que será nombrado con el término
menos universal, guanay, desde su Vera rústica, de 1933) que recorre el
ambiente nocturno como el alarido sin voz que se oirá en los breñales de las
tierras pobres. Y es que González Bastías no sólo estaba de vuelta en
Infiernillo, sino que iniciaba sus responsabilidades públicas en el plano de la
política local, donde, sea en el campo o en la ciudad, son escasos el
desinterés y los ideales, y se tiene siempre de frente, sin posibilidad de
disimulo, la injusticia cotidiana que, más que anomalía, es un rasgo esencial
de nuestras pequeñas sociedades amarradas al capital y la ganancia fáciles.
Y es quizás esto lo que más llama la atención a quien toma
en sus manos El poema de las tierras pobres con la falsa expectativa de leer a
otro poeta mundonovista de provincia de principios del siglo XX: el corazón
mismo del texto remite a injusticias concretas, en que el poeta toma esa voz
que le falta al alarido doliente, sintiendo que los dolores de otros hombres se
recogen en él. Y cuando toma esa voz, no hace la compleja labor de traducción
que el modernismo le tendría que imponer, para hacer digna de belleza la queja.
Escuchemos:
- Ochenta y cuatro años
viví en estos bosques,
y no ha sido el tiempo
lo que tiene torpes
mis brazos... mis brazos,
sierpes de los robles!
Negro, negro día.
El rostro de bronce
del juez me seguía.
Día como noche.
Tanto crimen, tantas
mezquinas pasiones;
tanta, tanta pena
sin que nadie llore!
En un calabozo
húmedo tendióme
de modo que siempre
estuviera inmóvil.
Sufría en la tierra
mi costado inmóvil
-más que por los hierros
por estar inmóvil.
Se llagó mi carne
inmóvil, inmóvil.
Perdí la conciencia
y fui sombra inmóvil...
Pasa el viento, pasan
pájaros y flores.
(p. 16-17)
Sería largo nombrar cuántas convenciones de la época rompe
en este trozo el poeta: baste con decir que en el intento por acercarse a la
oralidad, el poeta es capaz de romper cualquier estrictez del esquema métrico y
rítmico, la elección de las palabras ocupadas alterna entre la total sencillez
expresiva y el recurso poético ocupado en la medida justa para acabar
concentrando todo el texto en ese inmóvil, que emparenta en una síntesis
escalofriante la forzada cesantía, el pasmo de la miseria, el castigo de la ley
y la muerte en un solo concepto. González Bastías cierra el trozo con un
leitmotiv que, acelerando el ritmo del verso anclando el peso en el pasar, nos da
a través de elementos tradicionalmente vinculados a la belleza de la vida
natural (el canto y el color) tan sólo la experiencia del tiempo, que desplaza
toda posibilidad de permanencia de lo bello y lo natural. Pero no es que todo
acá sea fugaz e indefinible: escuchemos el comienzo del trozo, en que define el
paisaje que permanece:
Pasa el viento, pasa.
Lleva los rumores
del árbol y el pájaro...
Nuestra tierra pobre
no ofrece alegría
para unas canciones.
Sólo ofrece un brillo
de agresivos cobres
tal la empuñadura
de un puñal deforme.
Pasa el viento, pasan
pájaros y flores.
(p. 15-16)
Cabe recordar que los cobres aludían hasta hace poco a la
moneda de baja ley. El tema, entonces, se impone con un eco absolutamente
actual (pensemos en los valles cordilleranos bajo la sombra de la minería, en
la zona austral tras la caída del negocio del salmón, en la salud de comunas
enteras sacrificadas para que en ellas la producción de energía pueda
desarrollarse, como en la provincia de Puchuncaví): se trata de la ruina
ecológica de los modos de vida vinculados a la naturaleza realizada por obra y
gracia del capitalismo. En un momento en que la poesía latinoamericana está
recién empezando a descubrir, bajo el viento de la vanguardia europea y rusa,
el arsenal de procedimientos con los que abrir camino a una crítica social
auténticamente directa y combativa, González Bastías da un salto sobre el
vacío, dejándonos un libro cuya potencia crítica no disminuye en nada su
profunda verdad poética. Cuando Neruda, casi treinta años después, trabaja en
verso libre, de manera análoga, el testimonio del sufrimiento popular en el
Canto General, en la sección La tierra se llama Juan, nos es inevitable sentir
un eco de Brecht, en años en que la posibilidad de tocar el tema social desde
la voz del mismo sujeto se convierte en problemática urgente; en González
Bastías tales procedimientos nos suenan con una frescura absolutamente
distinta, y si quizá a algo nos llevan es a una zona olvidada y poco leída: el
carácter manifiestamente popular y de crítica social de las comedias del Siglo
de Oro español dedicadas a los abusos contra aldeanos y campesinos por parte de
nobles y agentes de la Corona. Las analogías son numerosísimas, y quizás,
terminemos -más allá de un estudio puramente literario- reconociendo gestos que
en nuestra cultura civilizada son trágicamente recurrentes.
Sin entregarse a gestos vanguardistas fáciles (si bien su
conciencia del verso puede considerarse efectivamente revolucionaria), sin dar
la nota fácil que supondría utilizar el canto popular (si bien deja ver mucho
de su naturalidad expresiva), González Bastías descubre en cada ocasión su
propio modo de resolver los problemas que le impone un tema inédito en su
época: la miseria campesina; y no es otro el modo en que la poesía de verdad
grande alcanza su misión de aparecer y hacer aparecer de forma siempre nueva,
más allá de la máscara de aquello que el mundo cree ver todo el tiempo frente a
sus ojos.
Este libro nos sugiere, entonces, una tarea fundamental: el
deber de revisar nuevamente la historia de la literatura social chilena, más
allá del forzoso e inevitable orden esquemático producido tras la hegemonía
cultural planteada y alcanzada por el Frente Popular desde 1938. Una visión
justa de obras como El poema de las tierras pobres no nos señala, sólo, una
obligación de eruditos: nos planteará horizontes más amplios para pensar en la
posibilidad de una literatura social que esté a la altura de nuevos desafíos en
los tiempos difíciles que nos tocan. Quien lea a González Bastías, descubrirá
una poesía que puede mirar y dar luz hacia nuestro futuro.