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Buenos Aires 30 NOV 2017 - 17:19 CET
La Justicia argentina condenó por primera
vez y con varias cadenas perpetuas a los responsables de los vuelos de la
muerte, el sistema de exterminio de los detenidos desaparecidos que acabó con
la vida de unas 4.000 personas, lanzadas al mar desde aviones militares después
de haber sido drogadas. La sentencia del mayor juicio de la historia de este
país, la llamada megacausa de la ESMA, con 54 imputados por los delitos
cometidos contra 789 víctimas, fue finalmente histórica y determinó la condena
a cadena perpetua de 29 implicados, incluidos algunos de los más conocidos
represores, ya condenados por otras causas. Hubo 6 absoluciones y el resto
fueron condenados a penas entre 8 y 25 años.
Los responsables, sentenciados a perpetua
en el marco de la megacausa de la ESMA, el mayor juicio de la historia del país
Han pasado 40 años, pero la Escuela de
Mecánica de la Armada (ESMA) está casi intacta. Por eso Miriam Lewin, que estuvo
allí secuestrada dos años, puede situarse en el lugar exacto en el que los
detenidos eran drogados con Pentotal antes de ser desnudados y subidos a
camiones que los llevarían a un avión desde el que los lanzarían al mar. “Era
exactamente aquí, en este espacio, donde estaba la enfermería y donde ahora
están ustedes. Y se los llevaban por esos escalones hasta un camión en el
patio. Lo hacían cada miércoles. Los elegidos tenían que pararse cuando
escuchaban su número y caminar hasta acá en fila india”, les cuenta a los
sobrecogidos visitantes de la ESMA, el más conocido de los centros de
detención, tortura y desaparición de la dictadura argentina, que está en el
corazón del coqueto barrio de Nuñez y organiza visitas mensuales con
supervivientes.
Hoy la ESMA es un centro de memoria, un
ejemplo mundial de cómo convertir un lugar de horror en otro de aprendizaje
para inocular anticuerpos en las siguientes generaciones. Algo que España, como
otros países, aún no ha sabido hacer con su Valle de los Caídos. Lewin, como
varios de los escasos supervivientes de este centro, estuvo en la lectura de la
sentencia del megajuicio de la ESMA, el mayor proceso de la historia de
Argentina. Con 54 acusados –todos ellos en la cárcel, muchos en prisión
preventiva— y 789 víctimas, ha durado cinco años y por primera vez ha condenado
a los que participaron en los llamados vuelos de la muerte.
Los jueces condenaron a buena parte de los
imputados a cadena perpetua por múltiples crímenes -secuestro, tortura,
asesinato- cometidos en la ESMA, entre ellos el ex capitán Alfredo Astiz y a
Jorge el Tigre Acosta, dos de los más conocidos. Pero las sentencias más
significativas fueron contra Mario Daniel Arru, Alejandro Domingo D'Agostino,
Francisco Armando Di Paola y Gonzalo Torres de Tolosa, condenados a cadena
perpetua por su responsabilidad material en esos vuelos de la muerte. La
justicia prueba así por primera vez la existencia de este plan sistemático de
exterminio que acabó con la vida de miles de personas de forma especialmente
cruel.
La lectura de la sentencia se vivió en
Argentina como una catarsis colectiva, un acto de justicia reparadora, con las
víctimas en la sala mirando a la cara a los condenados, una retransmisión en
directo a todo el mundo y una pantalla gigantes a las puertas del tribunal para
que centenares de personas puedan seguirlo en la calle. Cuando entraron en la
sala los más conocidos represores, entre ellos Astiz, apodado el ángel rubio
porque engañó a las monjas con su cara de niño bueno, la sala se partió en dos.
En la planta de arriba, los familiares de los militares aplaudían con
entusiasmo y les lanzaban vítores. En la de abajo, separados solo por un
cristal y varios policías, las familias de las víctimas gritaban
"asesinos" y cantaban "como a los nazis, les va a pasar, adonde
vayan los iremos a buscar", mientas exhibían fotografías de los
desaparecidos. "Astiz, te va pasar como a Videla, te vas a morir en la
cárcel", le gritaba una víctima mientras el represor, altivo, la miraba
amenazante y blandía en su mano el libro negacionista "Mentirás tus
muertos".
Argentina fue en la década de los 80, con
Raúl Alfonsín, un ejemplo mundial por el juicio a la cúpula de la dictadura.
Después llegaron los indultos y la impunidad de los 90. Y desde 2003, con el
impulso del Gobierno de los Kirchner, el país volvió a ser un ejemplo mundial
en juicios de lesa humanidad. Aún hoy hay 449 criminales presos y 553 en prisión
domiciliaria, y quedan otros 420 procesos en marcha. El cambio de gobierno no
ha frenado los juicios, que son considerados por la Corte Suprema como una
política de Estado. Argentina ya dio ejemplo este año al realizar las primeras
condenas por el plan Cóndor, y antes por el robo sistemático de niños. Este de
la ESMA era el siguiente en una lista de juicios históricos.
El proceso ha sido especialmente complejo
porque nadie sobrevivió a los vuelos de la muerte, por tanto no hay testigos, y
prácticamente ningún militar, salvo Adolfo Scilingo, ha confesado jamás que
sabía de su existencia o participó en ellos. Los abogados de las víctimas han
tenido que hacer una enorme labor de investigación con la escasa documentación
de vuelo conservada para probar que existieron. “El juicio, al estar imputados
los pilotos, permitió reconstruir la operatoria, cómo hacía el grupo de tareas
de la ESMA para llevar adelante este método de exterminio. Cómo, después de
adormecer a las víctimas diciéndoles que iban a un campo de recuperación, la
Armada conseguía un avión y unos pilotos en plena noche. Ninguno de los
implicados ha colaborado, se mantiene el pacto de silencio. Por eso se ha usado
documentación de la Armada, libretas de vuelo, el testimonio de los
supervivientes de la ESMA”, explica Luz Palmas Zaldúa, abogada del CELS, un
organismo de derechos humanos que impulsa estos juicios.
“Declararon más de 800 personas. Es el
juicio más grande de la historia argentina. Entre los imputados hay personajes
muy relevantes como Acosta y Astiz, conocido más allá de Argentina. El juicio
permitió además reconstruir la colaboración de la Iglesia, la connivencia de
los medios de comunicación, como la Cancillería argentina utilizaba a los
secuestrados como mano de obra esclava para hacer propaganda y contrarrestar lo
que ellos llamaban la campaña antiargentina en el mundo”, remata Zaldúa. Los
imputados no solo rechazan colaborar. Algunos incluso reivindican sus delitos.
Hace menos de dos meses, Astiz, encarcelado desde 2003 —antes estuvo libre
muchos años gracias a las leyes de punto final y obediencia debida— clamó ante
el tribunal: “Nunca voy a pedir perdón por defender a mi patria”.
Ricardo Coquet, otro superviviente,
secuestrado en la ESMA entre marzo de 1977 y diciembre del 78, también acudió a
la sala. “Yo estuve casi dos años cada miércoles escuchando esos números,
sintiendo que estaban matando a todos mis compañeros con una enorme impotencia.
Cada semana caían 40 o 50. Imagínate lo que es ver cómo le ponen las esposas al
Tigre Acosta, que nos decía “a mí Jesusito me dice quien tiene que vivir y
quien tiene que morir”. Es algo muy importante. No es un cierre pero es
especial. Es justicia. Porque ellos tienen un juicio justo, no los torturan ni
los lanzan al mar”, se emociona.
Coquet sostiene que allá adentro sabían que
se los llevaban para matarlos, aunque trataran de engañarlos. “Yo me enteré que
los traslados eran la muerte porque el compañero Ignacio Pedro Ojea Quintaba
tenía puesta ropa mía que le había prestado. Un día lo trasladaron y al día
siguiente el Tigre Acosta dijo que me dieran ropa digna porque la mía estaba
toda rota. Allí me llevaron y me dieron la ropa de Ojea, que era mía, un
pantalón jean Oxford y camisa escocesa. Uno conoce su ropa. Ahí me di cuenta.
Eran crueles. Yo he visto mujeres parir y al día siguiente las mandaban al
avión. Creo que eso fue lo que más sensibilizó a la sociedad, saber que se
robaban hasta los hijos. Argentina está dando ejemplo al mundo, pero no veo que
otros países lo sigan”, cuenta Coquet.
Lewin, que es una conocida periodista de
investigación argentina, logró datos para confirmar la historia de los vuelos
de la muerte, en especial el que se llevó al grupo fundador de Madres de Plaza
de Mayo, con Azucena Villaflor a la cabeza, y dos monjas francesas. Sus
cadáveres aparecieron de forma inesperada en las costas argentinas y fueron
enterrados como “NN”. Muchos años después se pudo reconstruir su historia, que
ha sido clave para la condena de los responsables. “Están las planillas, se ve
que fue un vuelo un miércoles, nocturno, con duración ilógica, tres horas sin
destino para volver a Aeroparque. Aparecieron los cadáveres con lesiones
compatibles con la caída desde gran altura. A ellas sí las encontraron porque
hubo una gran sudestada [viento del sudeste, desde mar adentro], los demás
nunca aparecieron porque los vuelos se internaban en el mar para no dejar
rastros, por eso duraban tres horas”, explica la periodista.
Algunos participantes en los vuelos de la
muerte alardearon de sus crímenes muchos años después ante testigos, aunque
ahora lo niegan. Como Julio Poch, detenido en España después de contarles sus
hazañas a compañeros de KLM, o Ricardo Ormello, que relató a sus colegas de
Aerolíneas Argentinas el procedimiento y una anécdota que hizo que le
denunciaran. “Trajeron a una gorda que pesaba como 100 kilos y la droga no le
había hecho efecto. Cuando la íbamos arrastrando se despertó y se agarró del
parante. La hija de puta no se soltaba. Tuvimos que cagarla a patadas hasta que
se fue a la mierda”, detalló a sus amigos este hombre, que era cabo segundo de
la Armada durante la dictadura.
Sin embargo, no era fácil probar su
culpabilidad. Poch y Ormello quedaron absueltos porque no fue considerada
suficiente su autoinculpación involuntaria. De los siete implicados
directamente en los vuelos, cuatro fueron condenados a perpetua y tres
absueltos. Algunas víctimas temían que el cambio político virara el espíritu
que hasta ahora dominaba en la justicia, que ha determinado en los últimos años
sentencias muy duras. Con la excepción de estos presuntos implicados, que
quedarán en libertad, el resto de la sentencia confirmó que Argentina sigue
siendo un referente mundial en los juicios de lesa humanidad y sus durísimas
condenas.
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