miércoles, 5 de junio de 2013

El demonio de Tasmania



Sin experiencia en armas de fuego, Martin Bryant, “el demonio de Tasmania”,
acabó con la vida de 35 personas en un lapso excepcionalmente corto.

En los años cincuenta del siglo XX, la serie animada Looney Tunes incorporó a su
equipo al “Demonio de Tasmania”, actualmente conocido por los niños como “Taz”,
un personaje basado en el marsupial carnívoro que habita en Australia. El dibujo
animado es representado como una especie de tornado devastador que, al
detenerse, muestra a un personaje feroz, medio tonto, puro instinto, cuya gula
nunca es satisfecha. El 28 de abril de 1996, la caricatura cedió el paso a la
realidad y el demonio de Tasmania se corporizó en Martin

Bryant quien, en la peor masacre masiva de su país, asesinó en una ráfaga de 90
segundos a 20 personas, hiriendo a 12 más. En los minutos siguientes, el hombre
segaría otras 15 vidas.

Como el personaje de la caricatura, Bryant era un hombre con un coeficiente
mental muy por debajo del común, aunque no existían indicios visibles de
violencia, menos si se considera que uno de sus mayores orgullos era una
colección de 200 osos de felpa. Ya no hablemos de experiencia en el manejo de
armas de fuego, de la cual no hay antecedentes. ¿Entonces, de dónde salió la
habilidad para exterminar a tantas personas en tan pocos segundos?

Después de la masacre de Port Arthur, en Tasmania, Julian Palmer escribió un
artículo que, pese a que fue enviado a diferentes periódicos, nunca fue
publicado, por lo que decidió subirlo a la red, compartiéndolo con el mundo con
el título “The Motivation of Martin Bryant”
(www.geniac.net/portarthur/jpalmer.htm). El trabajo de Palmer merece ser
analizado con detenimiento, pues ofrece algunas pistas acerca de la personalidad
de Martin Bryant y de los resortes que lo movieron a tomar una decisión fatal.

Palmer señala que al día siguiente del tiroteo, la imagen de Bryant apareció en
los principales diarios de Australia. Cada uno de ellos mostraba una foto
diferente, aunque todas compartían un denominador común: la mirada indiferente a
la cámara y la cabeza levemente inclinada hacia un lado. “Eso mostraba un signo
claro de una personalidad esquizoide”, aduce el autor. “Una persona con un
desorden de personalidad esquizoide no siente”, continúa Palmer, quien añade que
este tipo de enfermo usualmente es pálido y tranquilo, y las grandes mareas que
se levantan sus océanos tempestuosos ocurren en la intimidad, una intimidad
generalmente atribulada por un pasado de hechos traumáticos, fantasías y
fracasos. “La mayor de las veces despliegan reacciones emotivas inapropiadas
ante lo que les sucede. Tienen dificultad para relacionarse con los otros. En
general son razonablemente inteligentes. Pero el factor que sobresale en su vida
es que no sienten; tienen poca capacidad para el placer. No experimentan
emoción, carecen de corazón”, explica Julian Palmer.

HOMBRE SIN ALMA
Desde que nació, Martin Bryant fue la decepción de la familia. Su escasa
inteligencia lo marginó lo mismo de otros niños que del afecto de su padre.
Maestros y condiscípulos recordaban a Bryant como un niño solo que disfrutaba de
no interactuar con nadie. Aunque, y en este punto hay que destacar el análisis
de Julian Palmer expuesto parcialmente líneas arriba, en lo que existe consenso
es en la ausencia de emoción en el rostro de Bryant. Incluso en momentos de gran
tensión, como cuando su padre se ahogó frente a él o cuando estuvo a punto de
morir en las altas olas de Bass Strait, el rostro del joven mantuvo sus
facciones de piedra.

Con el paso de los años, la personalidad de Bryant se definió. Aunque no se
convirtió en delincuente, gozaba molestando a los niños y destruyendo huertas y
árboles frutales de los vecinos, y en varias ocasiones fue visto portando armas
de fuego. Julian Palmer escribe con respecto al gusto por las armas de Bryant:
“Parece que sólo mostraba un interés real por las armas. Como objetos estáticos,
(las armas) son frías, aceradas y sin personalidad. Pero las armas pueden ser
muy agresivas y poderosas. Un arma hace a la persona muy poderosa. Y el poder es
algo que él no tenía; ningún poder sobre su vida o en la vida de los otros”.

Cuando los vecinos no lo aguantaban más, Bryant consiguió un empleo como
secretario particular de una mujer adinerada llamada Helen Harvey, iniciándose
así una relación que al parecer rebasó los límites de una simple vinculación
laboral. La muerte de Helen en un accidente automovilístico, aunada al
fallecimiento del padre de Bryant años antes, dejó al joven con una herencia
cuantiosa que le permitió viajar por un par de años, comprar una casa y disponer
dinero para lo que quisiera. Sin embargo, sus relaciones afectivas eran un
desastre, por lo que adquirió la costumbre de contratar periódicamente los
servicios de prostitutas. Algunas de ellas declararían más adelante que tanto la
mansión como el mismo Bryant daban escalofríos.

LA RÁFAGA
El domingo 28 de abril de 1996, Martin Bryant llegó a almorzar al café Broad
Arrow, en Port Arthur, Tasmania. Era la una de la tarde. Se decepcionó que la
mayoría de la clientela estuviera integrada por wasps (white anglosaxon
protestants) y no por japoneses. Alrededor de media hora después se levantó y
camino al fondo del restaurante, donde colocó una cámara de video sobre una
mesa. Después de dar un vistazo al alvéolo, ubicó a una pareja de asiáticos, se
agachó, abrió una maleta y extrajo un rifle AR15 semiautomático, con el que
disparó a Moh Yee Ng. Con una herida en el cuello, la muerte del oriental
ocurrió en cuestión de segundos. Acto seguido hizo blanco en la cabeza del otro
hombre, quien falleció al instante. Así comenzó la jornada más sangrienta,
perpetrada por un solo individuo, en la historia de Australia.

Con un giro de cuerpo, Bryant realizó dos disparos más, hiriendo a Mick Sargent
y asesinado a la novia de éste con un impacto en la cabeza. El caos se desató al
interior del café. La gente intentaba cubrir con su cuerpo a sus seres queridos,
aunque en la mayoría de los casos los esfuerzos resultaron infructuosos. En
aproximadamente 15 segundos, el demonio de Tasmania había reclamado la vida de
20 personas y herido gravemente a una cantidad similar de la clientela cuyo
único pecado consistía en haber elegido el café Broad Arrow para convivir.

La misión de Bryant había terminado en el restaurante. Caminó tranquilamente
hacia el estacionamiento, donde volvió a accionar su rifle. Varios turistas
cayeron al piso pesadamente, mientras que tres personas fueron abatidas en el
interior de un vehículo. Después de subir a su Volvo, el francotirador condujo
algunos metros, deteniendo la marcha al ver a una mujer que caminaba con sus
hijos, uno de ellos en carriola. No hubo misericordia para ellos: fallecieron
con varias balas en el cuerpo. Metros adelante, otros tres individuos murieron
en el interior de su BMW. Bryant sacó los cadáveres de la unidad, abandonó su
Volvo en el camino y optó por continuar su viaje en el elegante carro robado.
Otro par de víctimas fue sacrificado por Bryant en su periplo.

Finalmente, el homicida llegó a una casa de huéspedes llamada Seascape Cottage,
en la que se encerró a piedra y lodo.

La mañana siguiente, después escuchar varios disparos aislados en el interior de
la cabaña, los elementos policíacos que rodeaban el inmueble compartían el
presentimiento de que la pesadilla estaba a punto de llegar a su fin. Cerca de
las ocho y media de la mañana, Martin Bryant apareció en el exterior con sus
ropas cubiertas en llamas. Fue aprehendido y una ambulancia lo condujo al
hospital más cercano, donde, irónicamente, varias de sus víctimas se debatían
entre la vida y la muerte. El saldo del “tonto Marty”, como lo apodaban sus
compañeros de colegio, fue de 35 personas asesinadas y casi 20 heridos.

EL MUCHACHO ALEGRE
De acuerdo a Julián Palmer, el asesino tenía una personalidad escindida. “Por un
lado era el niño que nunca creció, que congeló su desarrollo emocional en un
cierto nivel de madurez. Por otro, era un adulto normal, un miembro racional de
la sociedad que podía parecer tan sano como cualquier otro. La gente decía que
estaba ansioso por convertirse en una persona diferente, capaz de todo. Pero
nunca se permitió expresar completamente la furia que llevaba dentro de él,
incluso cuando disparó a toda aquella gente”.

La opinión de la madre de Bryant fue más lacónica aunque quizá más contundente.
Después de que visitara a su hijo en prisión, la prensa le preguntó cómo estaba
su hijo. Ella simplemente respondió: “Como siempre, está sonriente”.

tempestario@...
Milenio Diario Octubre 23, 2005




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