Nancy tenía 23
años cuando llegó a ese colegio en San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado
y más pobre de Lima. Enseñaba Biología. Sus alumnos eran hijos de obreros,
vendedores callejeros y padres sin educación. Comían poco en casa. Se quedaban dormidos
en clase. Abandonaban la escuela para trabajar. O se hacían ladrones. Con el tiempo
terminaban presos. ¿Había manera de enamorarlo de los estudios? La profesora Nancy
se hacía esa pregunta después de clases.
Una mañana, el
director tocó la puerta de su salón e interrumpió su curso. Ven, la llamo con
el dedo índice. Aun no era medio día pero el jefe quería beber. Sacó a algunos profesores
más de sus aulas y les propuso ir a una cantina. ¿Y los alumnos?, preguntó Nancy.
Díganles que está conmigo, ordenó el director.
Por entonces
Nancy era optimista. Soy hija de la educación pública, les decía a sus alumnos.
Soy tan pobre como ustedes. De hecho, vivía en el mismo distrito y terminó la
universidad gracias al beneficio de alimentación y alojamiento gratuitos para
estudiantes desfavorecidos. Dominaba el inglés. Tenía una diplomado en cocina.
También era muy guapa. En la cantina, el director la sacó a bailar. ¿Quieres estar
conmigo?, le susurró. Dame solo una noche. Una nomás. Nancy le lanzó una
bofetada. Perdió su primer empleo.
…
El colegio Víctor
Raúl Haya de la Torre tenía tan mala fama que los vecinos lo conocían como La basurita. E l director era pequeñito
como un estudiante pero controlaba con
rigor a más de cincuenta profesores. Solo dos estaba en planilla. El resto sufría
el régimen de contratos temporales y la consiguiente extorsión. Era el segundo empleo
de Nancy.
El director le
tomó cariño y le ofreció un trabajo extra. ¿Quieres vender libros de inglés a los alumnos? Ella
era madre soltera de un niño. El dinero siempre era una buena noticia. Si el
negocio marchaba bien –le planteó el director-, su contrato saldría en tres meses. Nancy aceptó. Pidió tres mil
libros en consignación. Los guardó en un depósito del colegio y los vendió
entre sus alumnos.
Con esa complicidad,
el director dio el siguiente paso. El la invitaba a una cita. Mira lo que hago
por ti, le decía el director. Y tú no haces nada por mí. Las evasivas
permanentes volvieron tensa la relación. Ahora el director le enviaba
memorándums reprendiéndola por cualquier motivo. Luego le escribía notas
pidiéndole perdón y las acompañaba can barras de chocolate. Más tarde volvía a invitarla a salir. Nancy le decía
que no. Y entonces llegaba un nuevo memorándum, luego una carta de disculpas y
otro chocolate. Nancy tuvo el cuidado de no comerse las evidencias.
Así llegó el
final del año. Ella debía devolver a la editorial
los libros no vendidos, eran 1.600 ejemplares. Intentó sacarlos del depósito.
El director le cerró el paso. ¿Usted no sabe que el ministerio prohíbe a los maestros vender libros en el colegio?,
le dijo. La voy a denunciar. Nancy lo miró a los ojos. Hablemos claro, respondió
¿Cuánto dinero quiere? Estaban solos. El hombre avanzó. Solo quiero una noche,
le dijo. Nancy lo tomó de la corbata, jaló con fuerzas y lanzó un puñetazo
seco. Luego otro. El director pidió auxilio. Un colega lo contuvo.
Nancy denunció
al director ante la Oficina de Control Interno del Ministerio de Educación. Los
funcionarios inspeccionaron el colegio y hallaron los libros. Ella mostró los
chocolates y las cartas de perdón que él le había enviado durante todo el año,
lo suspendieron del colegio durante tres meses sin derecho a sueldo. Una pena
leve para un hombre que extorsiona a una subordinada. El doctor murmuró su
venganza. Este es el último año que trabajas
en San Juan de Lurigancho, le dijo a Nancy. Se acabó tu carrera. Ya vas a ver con quien te has emitido.
Ella cree que todos
los directores del distrito eran amigos de ese hombre porque después de meses,
nadie la contrató. Así terminó su breve carrera en la escuela pública, un
sistema corrupto donde los dinosaurios se comen a las jóvenes.
Un día, una amiga
le mostró un aviso clasificado. Buscaban profesores para las cárceles. ¿Si en el
Ministerio de Educación son corruptos, cómo serán en el de Justicia? Eso pensaba. Igual postuló. Cuatro mil interesados rindieron el examen.
Nancy, la profesora rechazada por el magisterio ocupó el primer lugar.
El tiempo pasó
y los episodios con los directores se volvieron
anécdotas lejanas que Nancy cuenta con
una sonrisa. Tiene 39 años y ahora sus alumnos son hombres sentenciados por secuestro, estafa, violación, y otras hazañas.
Trabaja en la escuela técnica del penal de Aucallama, en Huaral, una provincia
a dos horas de Lima, a donde viaja todos los días. Tiene un esposo, un hijo en
la universidad y sueña con tener un automóvil a gas que le permita regresar a
casa a tiempo para alimentar a su bebe de dieciocho meses. Entre el trabajo y
el transporte se le va a mitad de la vida.
Caminamos por
los pasillos del penal rumbo al
auditorio donde me invitaron a dar una charla. Hay cinco mil presos en una cárcel
diseñada para mil. Muchos no llegan a los treinta años. Nancy tiene una teoría:
-Estamos cosechando
lo que sembramos hace veinte años –me dice con frialdad- malos profesores forman
malas personas.
El problema del país para ser tan claro ahora.
Recibimos las primeras lecciones de corrupción en las escuelas.
Marco Avilés/ex
columnista de La República
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