La
luciérnaga (Photinus pyralis) es un insecto coleóptero, omnívoro y de unos tres
centímetros de largo que suele habitar en zonas húmedas. Su peculiaridad más
notable es la de disponer de un órgano fosforescente –fotógeno– en la parte
inferior del abdomen que les permite brillar en la oscuridad.
En esa
zona de su cuerpo disponen de un compuesto orgánico llamado luciferina –productor de luciferasa–
que, al entrar en contacto con el oxígeno de la respiración, y con el
trifosfato de adenosina, es capaz de desencadenar una reacción química que
acaba generando oxiluciferina, monosfosfato de adenosina y luz.
Además,
las células del abdomen de estos coleópteros disponen de ácido úrico, el cual
ayuda a la difusión de la luz. En este sentido, podríamos decir que las
luciérnagas son uno de los alquimistas más eficientes de la naturaleza.
La
longitud de onda que emite la luciérnaga fluctúa en una horquilla comprendida
entre 510 y 670 nanómetros, lo cual se traduce en una variada paleta de colores
-amarillo pálido, rojizo o verde claro–. Estas irisaciones varían según la especie, por eso en un paseo nocturno
podemos descubrir luciérnagas verdosas, rojizas-anaranjadas o amarillentas.
Emplean
la luz para atraer a los machos
La luz
de la luciérnaga es la más eficiente de la naturaleza, ya que casi el cien por
cien de la energía de la reacción química acaba transformándose en centelleo.
Para que nos hagamos una idea, un foco tan sólo emite el diez por ciento de su
energía en haces de luz, el resto se pierde en forma de calor.
Debido a
que la luciérnaga puede regular a capricho el aire que penetra en su abdomen
ella misma es capaz de crear la pauta intermitente de luminosidad que todos
hemos visto alguna vez.
El fulgor
que genera tiene una triple función: defensa, caza y reproducción. Así, cuando
estos coleópteros detectan la presencia de un depredador emiten la luz para
asustarlo. Con la luz también logran atraer a termitas, mariposas u hormigas,
sus alimentos preferidos.
Por
último, la bioluminescencia
posibilita la reproducción de estos insectos. Las hembras, carecen de alas y no
pueden moverse mucho. Pero con la luz que emiten en su abdomen, pueden atraer a
los machos, que sí que tienen alas y se desplazan.
En la
actualidad, se conocen casi 2.000 subespecies diferentes de luciérnagas, cada
una con alguna peculiaridad que la hace diferente. Los científicos han
observado que las hembras de algunas especies son capaces de imitar los
patrones de los centelleos amorosos de otras especies, para devorar a los
incautos «romeos».
Plantas
convertidas en luciérnagas
Hace
algún tiempo un grupo de científicos de la Universidad de Stanford, después de
estudiar concienzudamente a las luciérnagas, consiguió aislar el gen responsable
de la reacción química productora de luz. No conformándose con eso, lo
modificaron genéticamente y lo «trasplantaron» a una planta. Con este curioso
experimento consiguieron que el vegetal resplandeciera en la oscuridad. Quizás
en un futuro no muy lejano, gracias a las luciérnagas, dispongamos de avenidas con árboles refulgentes en lugar de farolas.
A pesar
de que en los últimos años se ha puesto de moda acudir a ciertos restaurantes
para degustar animales exóticos, las luciérnagas no corren ningún peligro. El
motivo es que su sangre contiene lucibufagina, un tipo de esteroide con un
sabor repugnante que la hace poco atractiva incluso para los paladares menos
exigentes.
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