V20/ Sueños/ la casa
vieja/
Pesadilla en la calle del
cerro
Vamos bajando los racimos
de plátanos verdes desde la parte posterior a la casa, segundo piso, cuya puerta trasera, en este
sueño, da a una trocha (a pesar que en mi casa del cerro la puerta
no daba sino a un camino angosto –calle-
tal que la carretera estaba a una cuadra
ensenada arriba, pero así son los sueños, nada puedo hacer).
Nombraré a mis hijos
varones en orden ordinales de aparición
en este valle de lágrimas, ya que no
tengo sus consentimientos para revelar
esta intimidad. Ya todos son mayores de edad.
Mis hijos se han metido
en algo turbio, no sé en qué pero lo intuyo.
¡Te vamos a pagar, tu
obedece nomás!, me grita Tercero, enfadado como siempre. Me sorprende el cambio
de este muchacho, recuerdo, cuando niño no dejaba de sonreír, reír por
cualquier cosa, era el más risueño de
todos, hoy siempre está amargado.
No me dicen en que están
metido pero yo pienso para mí: Ya son grandecitos, sabrán lo que hacen, me cansé de encauzarlos
hacer el bien, a todos sufragué la universidad según mis posibilidades. Yo no
quiero su dinero pero les ayudo a bajar
las ristras de plátanos de bacota recién paridas.
Estamos, como dije, en la
casa del cerro, a pesar que de allí los saqué a otro barrio mejor cuando eran
apenas niños pero el sueño lo sitúa allí,
nada puedo hacer.
Ya hace una hora que voy
bajando la ristra de plátanos verdes cuyas aristas y angulosidades
me maltratan el hombro.
Las bajamos de la tolva de un camión estacionado frente a la puerta falsa.
Bajamos a pulso por la escalera quebrada, angosta, hasta la primera planta
donde la apilamos.
Pero mi corazón está
excitado, no es por la corona de plátanos, es por el presentimiento que algo va
a pasar. A pesar que no sé el nombre de
la tragedia lo escucha mi corazón. La playa está aún tranquila pero aún no se avizora el océano de dolor que
se avecina.
Al dejar el último
racimo, incluso, parte del raquis
chorrea látex, subo por la escalera, fatigado, y me encuentro que baja Primero, me saluda, me dice que necesita
dinero para la matricula en un curso de
perfeccionamiento y me pregunta si le podría ayudar. Yo acabo de vender una
camioneta y le digo: ¿Cuánto necesitas?, pero él me deja con la palabra en la boca y vuelve a subir la escalera. Este hijo, de
niño tenía un cabello rubio a castaño, suave, muy suave que yo no quería
cortarlo pero para que no le confundieran con una niña tuve que hacerlo
apareciendo, luego, un pelo negro, poco moldeable que ostenta hasta hoy.
Estoy por seguirle, por
atrás me alcanza Segundo, un hombre
muy sufrido por las injusticias, muy solidario con su madre, con los vecinos
desprotegidos, extremista de ideas pero
pareciera que la inconformidad ante todo lo que ve y observa le rebasa y no
tuviera puerta de salida a su joven corazón. Siempre taciturno, y conmigo
molesto como si fuera el causante de la pobreza de la casa; tal vez tenga razón,
yo entreveo que piensa así de mí aunque nunca me lo dijo. Me dice ahora, a la
vez que me señala: ¡Llévate esa caja de basura! ¡Bótalo!
Es una caja corrugada que
se sienta en un rellano de la escalera. Abro la caja y es mi ropa vieja,
mohosa, donde algunos chanchitos de tierra (cochinillas, Armadillidium vulgare) parecieran que
estuvieran en un desfile militar.
En eso, escucho una
explosión y gritos de horror en la segunda planta y en el hueco de la puerta
trasera, un ruido que viene de arriba cuya onda explosiva nos empuja abajo, sin
poder especificar bien qué artefacto la provocaba. Me recupero, profiero,
¡Mierda, que será! ¿Un atentado? ¿Una confrontación con desconocidos? Sea lo
que sea, son mis hijos y tengo que defenderlos. Cojo una barreta apoyado a la
pared y al primer escalón. Y subo. Segundo ya me ganó trepar. Veo a mi hijo
Primero sobre el llano que va a un corredor que comunica los cuartos del
segundo piso echando fuego con un lanzallamas sobre últimos escalones empapados de combustible
como impidiendo que entraran ¿Quién, o quiénes? ¿De dónde salió ese
combustible?
Está Primero totalmente
ofuscado, sus ojos vidrian, su faz ahueca; el olor es como a cable eléctrico
quemado, el aire está enrarecido, el humo impide ver bien. ¿Qué ha pasado?
Primero, no me responde. No se la suerte de mis otros hijos pero presiento algo
más malo
Me despierto sudando gotas
gordas que me empapa mi pijama afranelada.
¿Qué significa este sueño? Si bien es cierto ya son mayores
pero están lejos de mí. Me preocupa, saldré muy temprano a verlos.
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