sábado, 27 de mayo de 2017

Pesadilla en la calle del cerro

V20/ Sueños/ la casa vieja/ 

Pesadilla en la calle del cerro

Vamos bajando los racimos de plátanos verdes desde la parte posterior a la casa,  segundo piso, cuya puerta trasera, en este sueño, da a una  trocha  (a pesar que en mi casa del cerro la puerta no daba  sino a un camino angosto –calle-  tal que la carretera estaba a una cuadra ensenada arriba, pero así son los sueños, nada puedo hacer).

Nombraré a mis hijos varones  en orden ordinales de aparición en este valle de lágrimas,  ya que no tengo sus consentimientos para  revelar esta intimidad. Ya todos son mayores de edad.

Mis hijos se han metido en algo turbio, no sé en qué pero lo intuyo.

¡Te vamos a pagar, tu obedece nomás!, me grita Tercero,  enfadado como siempre. Me sorprende el cambio de este muchacho, recuerdo, cuando niño no dejaba de sonreír, reír por cualquier cosa,  era el más risueño de todos, hoy  siempre está amargado.

No me dicen en que están metido pero yo pienso para mí: Ya son grandecitos,  sabrán lo que hacen, me cansé de encauzarlos hacer el bien, a todos sufragué la universidad según mis posibilidades. Yo no quiero su dinero  pero les ayudo a bajar las ristras de plátanos de bacota recién paridas.

Estamos, como dije, en la casa del cerro, a pesar que de allí los saqué a otro barrio mejor cuando eran apenas  niños pero el sueño lo sitúa allí, nada puedo hacer.

Ya hace una hora que voy bajando la ristra de plátanos verdes cuyas aristas y angulosidades
me maltratan el hombro. Las bajamos de la tolva de un camión estacionado frente a la puerta falsa. Bajamos a pulso por la escalera quebrada, angosta, hasta la primera planta donde la apilamos.
Pero mi corazón está excitado, no es por la corona de plátanos, es por el presentimiento que algo va a pasar. A pesar que no sé  el nombre de la tragedia lo escucha mi corazón. La playa está aún tranquila  pero aún no se avizora el océano de dolor que se avecina.
Al dejar el último racimo, incluso,  parte del  raquis  chorrea látex, subo por la escalera, fatigado, y me encuentro que baja Primero, me saluda, me dice que necesita dinero para la matricula en un curso  de perfeccionamiento y me pregunta si le podría ayudar. Yo acabo de vender una camioneta y le digo: ¿Cuánto necesitas?, pero él  me deja con la palabra en la boca  y vuelve a subir la escalera. Este hijo, de niño tenía un cabello rubio a castaño, suave, muy suave que yo no quería cortarlo pero para que no le confundieran con una niña tuve que hacerlo apareciendo, luego, un pelo negro, poco moldeable que ostenta hasta hoy.
                                                                                              
Estoy por seguirle, por atrás me alcanza Segundo, un hombre muy sufrido por las injusticias, muy solidario con su madre, con los vecinos desprotegidos,  extremista de ideas pero pareciera que la inconformidad ante todo lo que ve y observa le rebasa y no tuviera puerta de salida a su joven corazón. Siempre taciturno, y conmigo molesto como si fuera el causante de la pobreza de la casa; tal vez tenga razón, yo entreveo que piensa así de mí aunque nunca me lo dijo. Me dice ahora, a la vez que me señala: ¡Llévate esa caja de basura! ¡Bótalo!
Es una caja corrugada que se sienta en un rellano de la escalera. Abro la caja y es mi ropa vieja, mohosa, donde algunos chanchitos de tierra (cochinillas,  Armadillidium vulgare) parecieran que estuvieran en un desfile militar.

En eso, escucho una explosión y gritos de horror en la segunda planta y en el hueco de la puerta trasera, un ruido que viene de arriba cuya onda explosiva nos empuja abajo, sin poder especificar bien qué artefacto la provocaba. Me recupero, profiero, ¡Mierda, que será! ¿Un atentado? ¿Una confrontación con desconocidos? Sea lo que sea, son mis hijos y tengo que defenderlos. Cojo una barreta apoyado a la pared y al primer escalón. Y subo. Segundo ya me ganó trepar. Veo a mi hijo Primero sobre el llano que va a un corredor que comunica los cuartos del segundo piso echando fuego con un lanzallamas sobre  últimos escalones empapados de combustible como impidiendo que entraran ¿Quién, o quiénes? ¿De dónde salió ese combustible?
Está Primero totalmente ofuscado, sus ojos vidrian, su faz ahueca; el olor es como a cable eléctrico quemado, el aire está enrarecido, el humo impide ver bien. ¿Qué ha pasado? Primero, no me responde. No se la suerte de mis otros hijos pero presiento algo más malo

Me despierto sudando gotas gordas que me empapa mi pijama afranelada.

¿Qué significa  este sueño? Si bien es cierto ya son mayores pero están lejos de mí. Me preocupa, saldré muy temprano a verlos.


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