viernes, 5 de mayo de 2017

HUAYCOLORO Relatos de una inundación: río Ica


RÍO ICA (narra una niña)


Nosotros éramos felices a pesar de nuestra pobreza. Niña, no sabía lo que era esa palabra. No salía mucho del barrio, no conocía Lima e, incluso, tampoco los barrios lindos de Ica. Vivíamos cerca del río. Me parecía que el mundo era eso, el río, el puente grande de concreto, río arriba, un poco lejos, el puente peatonal, el muro de contención y las callecitas perpendiculares a ella rodeados  de higueras, de vid, y árboles de  castaño. La vida era eso, casi todos, con pequeños desniveles, éramos de la misma clase.
Ese domingo habíamos terminado de almorzar. Mi papá había vuelto del trabajo y sentado en la mesa me escuchaba hablar a propósito de un documental  por televisión sobre la edad de la tierra.
Dije, ¡son 5000 millones de años la edad de la tierra, papá! Había leído también el Tesoro de la juventud  en casa de una amiga, tenía yo doce años aun, y las palabras nuevas  se me hacía difícil pronunciar: paleolítico, neolítico, edad de bronce, que, mi padre en la sobremesa disimulaba su asombro pero escuchaba atentamente.
Le hablé de las estrellas,  dije que las que se ven son una mínima parte del universo. Todas no trasmiten igual luminosidad.  A las de más brío se le da una grandeza de 1, en cambio, las que apenas se ve se le da una grandeza de 5. Y las constelaciones, formando un cangrejo, por ejemplo, pareciera que las estrellas que la forman estuvieran a un  mismo nivel pero no, se separan entre ellas  millones  años -luz. De repente dije a papá:

-¡Papá quiero ser una astronauta cuando sea grande!

Mi padre sonrió, quedó en silencio largo buscando las palabras para no herirme seguramente...Entonces, mi hermano Jimeno, entró bruscamente de la calle y gritó:

- ¡Papá, Papá se sale el río!

Salimos despavoridos pero no vimos nada, aunque  sí la gente venía aterrorizado de la parte alta donde estaba el puente rústico
-¡Se sale el río! ¡Se sale el río! gritaban al bajar
Mi padre me tomó de la mano, también a Jimeno y Karelia. Mi madre con mi hermanita bebé habían salido  a visitar a la abuela que vivía cerca de nuestra casa.
Se escuchaba, ahora sí, el bramar del lodo ¿A dónde ir?
Vivíamos en la calle Marginal, o sea, pegado al murallón que contenía el río, muralla que veíamos humedecerse  su estructura, más que nada por  el agua que rebalsaba.  Este murallón era mayormente  de tierra y desmonte que la ciudad de Ica por medio del alcalde decía darnos  protección ¡Si colapsa esta mole nos fregamos todos!, dijo Papá. Si  vamos hacia la parte alta del barrio hasta alcanzar la ensenada opuesta nos salvamos. Pero notamos que el agua empezaba aparecer por la calle como tentáculos  de una mano gigantesca. Eran cuatro o cinco cuadras que había que correr hasta la ensenada. Pero si a mitad nos agarraba el río, adiós, temía mi padre ¿Qué hacer? Había que pensar rápido y decidir.
Entonces, vimos que nuestros vecinos subían el humedecido murallón para tomar y cruzar el rústico puente peatonal de madera, con sogas haciendo, éstas,  de balaustrada.  Si se cruza a tiempo al otro lado donde había un cerro y escalaríamos aquél nos salvamos. De lo alto se ve una buena parte de la ciudad. Eso decidimos.
Cuando llegamos a la maroma la gente ofuscada gritaba que no podían cruzar máximo cinco personas por vez y en el terraplén estábamos bastante gente.  Cuando nos tocó el turno cruzamos el río. Apenas raspamos su cresta como si camináramos sobre el agua, nos distaba del lecho como 20 centímetros y el agua salpicaba nuestros pies. A punto de cruzar mi padre nos dio por salvado y dijo: ¡Suban al cerro espérennos allí, voy por tu madre  y el bebé! Y se volvió.  Llegado al extremo del puente por un sendero subimos a un promontorio. Lo que vi no podré olvidarlo jamás:

El murallón, que en buena parte era, como dije, desperdicio de la ciudad, cedió por la parte de mi casa y en unos cuantos segundos se llevó todo, incluido a la gente que hacía cola para cruzar el puente. El grito, o los gritos de auxilio, los tengo grabado. En las noches, sobre todo, cuando estoy deprimida me asalta y no puedo dormir.

El agua, mejor dicho, el barro, el lodo, formado por toneladas de desmonte fue empujado por el agua a las rústicas casas de triplay, de estera, de madera y en un santiamén hizo un desbarajuste como si a un castillo de naipes se le vaciara un balde de agua. Veía flotar una refrigeradora; el agua había invadido, seguramente, el cementerio, río arriba había,  porque las cajas mortuorias nadaban en el río.
Mi Jimeno y Karelia lloraban: ¡Mi papá,  mi mamá!, clamaban a Dios. ¿Dónde está la casa? preguntó después Jimeno. Ni yo misma sabía dónde estaba.  Algunas casas de material noble que había resistido un poco la embestida, veía a los vecinos nadar en su traspatio.
Fue terrible. Mis padres y mi hermanita y  muchas personas más murieron. Además, cientos de damnificados. La ayuda llegó a cuenta gota. A mí me trajo a Lima mi tía a vivir en Villa El Salvador…

_
 Autor Jrosual /marzo 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario