RÍO ICA (narra una niña)
Nosotros éramos
felices a pesar de nuestra pobreza. Niña, no sabía lo que era esa palabra. No
salía mucho del barrio, no conocía Lima e, incluso, tampoco los barrios lindos
de Ica. Vivíamos cerca del río. Me parecía que el mundo era eso, el río, el
puente grande de concreto, río arriba, un poco lejos, el puente peatonal, el
muro de contención y las callecitas perpendiculares a ella rodeados de higueras, de vid, y árboles de castaño. La vida era eso, casi todos, con
pequeños desniveles, éramos de la misma clase.
Ese domingo
habíamos terminado de almorzar. Mi papá había vuelto del trabajo y sentado en
la mesa me escuchaba hablar a propósito de un documental por televisión sobre la edad de la tierra.
Dije, ¡son 5000
millones de años la edad de la tierra, papá! Había leído también el Tesoro de
la juventud en casa de una amiga, tenía
yo doce años aun, y las palabras nuevas
se me hacía difícil pronunciar: paleolítico, neolítico, edad de bronce,
que, mi padre en la sobremesa disimulaba su asombro pero escuchaba atentamente.
Le hablé de las
estrellas, dije que las que se ven son
una mínima parte del universo. Todas no trasmiten igual luminosidad. A las de más brío se le da una grandeza de 1,
en cambio, las que apenas se ve se le da una grandeza de 5. Y las
constelaciones, formando un cangrejo, por ejemplo, pareciera que las estrellas
que la forman estuvieran a un mismo
nivel pero no, se separan entre ellas
millones años -luz. De repente
dije a papá:
-¡Papá quiero ser
una astronauta cuando sea grande!
Mi padre sonrió,
quedó en silencio largo buscando las palabras para no herirme
seguramente...Entonces, mi hermano Jimeno, entró bruscamente de la calle y gritó:
- ¡Papá, Papá se
sale el río!
Salimos
despavoridos pero no vimos nada, aunque
sí la gente venía aterrorizado de la parte alta donde estaba el puente
rústico
-¡Se sale el río!
¡Se sale el río! gritaban al bajar
Mi padre me tomó
de la mano, también a Jimeno y Karelia. Mi madre con mi hermanita bebé habían
salido a visitar a la abuela que vivía
cerca de nuestra casa.
Se escuchaba,
ahora sí, el bramar del lodo ¿A dónde ir?
Vivíamos en la
calle Marginal, o sea, pegado al murallón que contenía el río, muralla que
veíamos humedecerse su estructura, más
que nada por el agua que rebalsaba. Este murallón era mayormente de tierra y desmonte que la ciudad de Ica por
medio del alcalde decía darnos
protección ¡Si colapsa esta mole nos fregamos todos!, dijo Papá. Si vamos hacia la parte alta del barrio hasta
alcanzar la ensenada opuesta nos salvamos. Pero notamos que el agua empezaba
aparecer por la calle como tentáculos de
una mano gigantesca. Eran cuatro o cinco cuadras que había que correr hasta la
ensenada. Pero si a mitad nos agarraba el río, adiós, temía mi padre ¿Qué
hacer? Había que pensar rápido y decidir.
Entonces, vimos
que nuestros vecinos subían el humedecido murallón para tomar y cruzar el
rústico puente peatonal de madera, con sogas haciendo, éstas, de balaustrada. Si se cruza a tiempo al otro lado donde había
un cerro y escalaríamos aquél nos salvamos. De lo alto se ve una buena parte de
la ciudad. Eso decidimos.
Cuando llegamos a
la maroma la gente ofuscada gritaba que no podían cruzar máximo cinco personas
por vez y en el terraplén estábamos bastante gente. Cuando nos tocó el turno cruzamos el río.
Apenas raspamos su cresta como si camináramos sobre el agua, nos distaba del
lecho como 20 centímetros y el agua salpicaba nuestros pies. A punto de cruzar
mi padre nos dio por salvado y dijo: ¡Suban al cerro espérennos allí, voy por
tu madre y el bebé! Y se volvió. Llegado al extremo del puente por un sendero
subimos a un promontorio. Lo que vi no podré olvidarlo jamás:
El murallón, que
en buena parte era, como dije, desperdicio de la ciudad, cedió por la parte de
mi casa y en unos cuantos segundos se llevó todo, incluido a la gente que hacía
cola para cruzar el puente. El grito, o los gritos de auxilio, los tengo
grabado. En las noches, sobre todo, cuando estoy deprimida me asalta y no puedo
dormir.
El agua, mejor
dicho, el barro, el lodo, formado por toneladas de desmonte fue empujado por el
agua a las rústicas casas de triplay, de estera, de madera y en un santiamén
hizo un desbarajuste como si a un castillo de naipes se le vaciara un balde de
agua. Veía flotar una refrigeradora; el agua había invadido, seguramente, el cementerio,
río arriba había, porque las cajas
mortuorias nadaban en el río.
Mi Jimeno y
Karelia lloraban: ¡Mi papá, mi mamá!,
clamaban a Dios. ¿Dónde está la casa? preguntó después Jimeno. Ni yo misma
sabía dónde estaba. Algunas casas de
material noble que había resistido un poco la embestida, veía a los vecinos
nadar en su traspatio.
Fue terrible. Mis
padres y mi hermanita y muchas personas
más murieron. Además, cientos de damnificados. La ayuda llegó a cuenta gota. A
mí me trajo a Lima mi tía a vivir en Villa El Salvador…
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Autor Jrosual /marzo 2017
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