sábado, 6 de agosto de 2016

Hibakusha



Para Michiko Hattori, sobreviviente de la tragedia de Hiroshima,
el fin de la guerra y el advenimiento de la posguerra no significó el fin de sus sufrimientos. Con el  paso de los años le tuvieron que extirpar una parte del pulmón y nunca se pudo casar porque, en Japón, ser un hibakusha podía implicar, en los hechos y más allá  de la compasión, la imposibilidad de encontrar un compañero para toda la vida.

Pero ella si tuvo hijos, gracias a un episodio providencial. Sumergida en el dolor de su memoria, en la soledad de la discriminación, un día se quiso tirar al mar. Un hombre menor que ella la vio y le pidió que no lo hiciera. Ambos luego forjaron una relación, que devino en el nacimiento de 3 niños, uno de los cuales nació con una pierna más grande que la otra.

Cuando Michiko se acuerda de eso, llora, como si en su recuerdo se empozara el terror. No pudo contraer nupcias, ni vivir con el padre de sus hijos, debido a la resistencia de la familia, aunque aquel hombre que le salvó, según evoca, no se despreocupó de ella ni de sus niños.
No todos los hijos de hibakusha, empero, tuvieron una vida posterior llevadera. Los casos de cáncer  y leucemia, tras las explosiones, se expandieron entre ellos, década tras  década, como un aire perverso que se niega a esfumarse.


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