UNA DIATRIBA CONTRA EL TRABAJO: LA CARTA DE BUKOWSKI AL
HOMBRE QUE LE PAGÓ POR ESCRIBIR
POR: PIJAMASURF - 09/02/2014
EN ESTA CARTA, ESCRITA A LOS 66 AÑOS, CHARLES BUKOWSKI
EMPRENDE UNA FURIOSA ARENGA EN CONTRA DEL CARACTER ALIENANTE DEL TRABAJO, CON MOTIVO
DEL GOLPE DE SUERTE QUE TUVO AL ENCONTRARSE CON UN MECENAS DE LA PUBLICIDAD QUE
LE PAGABA 100 DÓLARES MENSUALES POR DEDICARSE A ESCRIBIR
La condición existencial del trabajo es paradójica. Por un
lado, el discurso de la normalidad dicta que es necesario trabajar para vivir,
trabajar para ganar el dinero que nos permita sostener una vida, trabajar para
emplear nuestro tiempo y nuestra energía en algo productivo. Pero, desde otra
perspectiva, parece pertinente citar el título de la novela de Milan Kundera y
decir que “la vida está en otra parte”. Si es cierto que el ser humano está
llamado a realizarse, a ser más que los confines que lo limitan, quizá el
trabajo no sea la mejor manera de conseguirlo.
A mediados de la década de 1980, Charles Bukowski se encaminaba
ya a los 70 años. Para entonces era, irónicamente, un autor respetado, un
escritor que de las márgenes del vagabundeo y la vida desenfrenada se asentó en
el canon de la literatura estadounidense, no con plena comodidad, pero había
ganado ese lugar y lo defendía con suficiencia.
A esa época pertenece la carta que ahora compartimos. Grosso
modo, se trata de una disertación en torno al trabajo y sus consecuencias sobre
el ser humano —así, casi filosóficamente. Bukowski eligió este tema porque el
destinatario fue John Martin, publicista de Black Sparrow Press que en 1969 le
hizo una proposición extraordinaria: le pagaría 100 dólares mensuales con tal
de que Bukowski renunciara a su trabajo y se dedicara únicamente a escribir.
Bukowski, que llevaba casi 15 años trabajando como cartero para el servicio
postal de Estados Unidos, aceptó de inmediato y un par de años después entregó
a Black Sparrow Press su primera novela: Post Office (traducida como Cartero en
español).
¿Un golpe de suerte? Probablemente. Quizá tan importante
como tener el talento suficiente para responder a eso. O, por lo menos, el
deseo de hacerlo.
12 de agosto de 1986
Hola, John:
Gracias por la carta. A veces no duele tanto recordar de
dónde venimos. Y tú conoces los lugares de donde yo vengo. Incluso las personas
que intentan escribir o hacer películas al respecto, no lo entienden bien. Lo
llaman “De 9 a 5”. Sólo que nunca es de 9 a 5. En esos lugares no hay hora de
comida y, de hecho, si quieres conservar tu trabajo, no sales a comer. Y está
el tiempo extra, pero el tiempo extra nunca se registra correctamente en los
libros, y si te quejas de eso hay otro zoquete dispuesto a tomar tu lugar.
Ya conoces mi viejo dicho: “La esclavitud nunca fue abolida,
sólo se amplió para incluir todos los colores”. Lo que duele es la pérdida
constante de humanidad en aquellos que pelean para mantener trabajos que no
quieren pero temen una alternativa peor. Pasa, simplemente, que las personas se
vacían. Son cuerpos con mentes temerosas y obedientes. El color abandona sus
ojos. La voz se afea. Y el cuerpo. El cabello. Las uñas. Los zapatos. Todo.
Cuando era joven no podía creer que la gente diera su vida a
cambio de esas condiciones. Ahora que soy viejo sigo sin creerlo. ¿Por qué lo
hacen? ¿Por sexo? ¿Por una televisión? ¿Por un automóvil a pagos fijos? ¿Por
los niños? ¿Niños que harán justo las mismas cosas?
Desde siempre, cuando era bastante joven e iba de trabajo en
trabajo, era suficientemente ingenuo para a veces decirle a mis compañeros:
“¡Eh! El jefe podría venir en cualquier momento y echarnos, así como así, ¿no
se dan cuenta?”.
Ellos lo único que hacían era mirarme. Les estaba ofreciendo
algo que ellos no querían hacer entrar a su mente.
Ahora, en la industria, hay muchísimos despidos (acererías
muertas, cambios técnicos y otras circunstancias en el lugar de trabajo). Los
despidos son por cientos de miles y sus rostros son de sorpresa:
“Estuve aquí 35 años…”.
“No es justo…”.
“No sé qué hacer…”.
A los esclavos nunca se les paga tanto como para que se liberen,
sino apenas lo necesario para que sobrevivan y regresen a trabajar. Yo podía
verlo. ¿Por qué ellos no? Me di cuenta de que la banca del parque era igual de
buena, que ser cantinero era igual de bueno. ¿Por qué no estar primero aquí
antes de que me pusiera allá? ¿Por qué esperar?
Escribí con asco en contra de todo ello. Fue un alivio sacar
de mi sistema toda esa mierda. Y ahora estoy aquí: un “escritor profesional”.
Pasados los primeros 50 años, he descubierto que hay otros ascos más allá del
sistema.
Recuerdo que una vez, trabajando como empacador en una
compañía de artículos de iluminación, uno de mis compañeros dijo de pronto:
“¡Nunca seré libre!”.
Uno de los jefes caminaba por ahí (su nombre era Morrie) y
soltó una carcajada deliciosa, disfrutando el hecho de que ese sujeto estuviera
atrapado de por vida.
Así que la suerte de, finalmente, haber salido de esos
lugares, sin importar cuánto tiempo tomó, me ha dado una especie de felicidad,
la felicidad alegre del milagro. Escribo ahora con una mente vieja y con un
cuerpo viejo, mucho tiempo después del que la mayoría creería en continuar con
esto, pero dado que empecé tan tarde, me debo a mí mismo ser persistente, y
cuando las palabras comiencen a fallar y tenga que recibir ayuda para subir las
escaleras y no pueda distinguir un azulejo de una grapa, todavía sentiré que
algo dentro de mí recordará (sin importar qué tan lejos me haya ido) cómo
llegué en medio del asesinato y la confusión y la pena hacia, al menos, una
muerte generosa.
No haber desperdiciado por completo la vida parece ser un
logro, al menos para mí.
Tu muchacho,
Hank
[Traducción de Juan Pablo Carrillo Hernández]
No hay comentarios:
Publicar un comentario