lunes, 23 de mayo de 2016

Shakespeare


Ayer se cumplió el aniversario de Shakespeare y en estos 400 años sin el bardo hemos aprendido a vivir con él. Al momento de su muerte, Shakespeare era un escritor reconocido pero no demasiado famoso. No se le consideraba un genio, ni siquiera el mejor dramaturgo de su época. La influencia de otros escritores hoy casi olvidados como Fletcher, por ejemplo, rivalizaba con la de  Shakespeare y hasta la opacaba. Lo mismo puede decirse de la obra de Ben Jonson. Tanto Fletcher como Jonson sobrevivieron a Shakespeare. Pero el verdadero reconocimiento tarda más que las vidas que les dieron origen. A fines del siglo XVII todos se habían rendido ante la obra dramática del poeta que había muerto el 23 de abril de 1616.
Hemos gozado de su prodigiosa poesía, de la estructura de sus dramas y de la configuración de
sus héroes y quizá hemos aprendido algo en el camino. Gracias a Shakespeare sabemos, por ejemplo, que un individuo puede estar lleno de virtudes pero que basta un gran defecto para destruirlo. Otelo, el rey moro de Venecia, es un gran gobernante y un hombre probo, pero tiene un gran defecto, el de la inseguridad respecto de Desdemona.

Hemos aprendido también que en las relaciones entre padres e hijos no siempre la hija más honesta es la menos fiel. El rey Lear no lo entiende así y su ingenuidad arrogante es responsable de la muerte de Cordelia.

Hemos aprendido también que el amor puede ser invivible al tiempo incluso a la muerte y que la traición puede ser redimida. Es lo que hace que la reina Hermione vuelva a la vida en Un cuento de invierno.

Los abogados pueden aprender que la interpretación exacta de un contrato puede salvar la vida  de un hombre, sobre todo de un hombre amado tal como lo muestra Portia en El Mercader de Venecia.

Y todos sabemos, gracias a Macbeth, que la sede de poder llevada a extremos solo puede acabar en la destrucción de quien la tiene.

Las lecciones de los padres son parte del legado de Shakespeare. Si un padre muerto se nos aparece como un fantasma y nos dice “No me olvides”, un hijo no puede resistirse a su llamado. Se ve obligado como Hamlet a descubrir y castigar al asesino de su padre, aun cuando es un tipo al que no le interesa la acción.

Y al final, en medio de tantos muertos, Shakespeare nos muestra también que el amor puede triunfar como ocurre en Mucho Ruido y Pocas Nueces o La Comedia de las Equivocaciones, donde el azar está del lado de la felicidad.

En la Dama de La Bravía, en cambio, el amor es un juego de poderes, algo que no está lejos de la realidad en muchas parejas. 

Pero quizá la primera gran obra de Shakespeare, Romeo y Julieta nos enseñó para siempre que el amor sin obstáculos sin vencer no merece ningún respeto. Es curioso porque es una obra de un amor eterno que ocurre en solo tres días y está llena de muertos. Fue la primera en la que el robo de una carta provocó una gran tragedia.
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Alonso Cueto/LR/24 de abril 2016



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