No he visto en Rusia nada más grandioso, mas conmovedor que el sepulcro de Tolstoi Apartado y solitario se alza ese egregio lugar de peregrinación, cubierto por las sombras del bosque
Un sendero estrecho conduce hasta el túmulo que no es mas que un cuadrado de tierra apilada que nadie vigila, que nadie cuida, sombreado, únicamente, por unos cuantos árboles enormes que los plantó León Tolstoi personalmente
Su hermano Nicolai y él, habían oído decir a un mujer de su pueblo que el lugar en que se plantaban árboles sería un lugar de dicha, por eso, habían hundido la tierra, medio jugando, unos cuantos retoños Solo mucho mas tarde, anciano ya, recordó aquella promesa hermosa y manifestó, entonces, el deseo de ser sepultado bajo esos árboles plantados por él mismo
Ni una cruz, ni una corona, ninguna losa sepulcral, ningún epitafio
Esta enterrado en forma anónima exactamente como un vagabundo Encontrado, al azar, como un soldado desconocido
Nadie está privado de acercarse a su sepulcro, al cerco de madera que lo rodea No está cercado Nada cuida el último sosiego del desasosegable...
Pero aun la sencillez imponente destierra todo afán espectacular
El viento sopla como verbo divino sobre la tumba del sin nombre, ninguna voz más
Ni la cripta de Napoleón bajo el arco marmóreo de la Catedral de los Inválidos, ni el sepulcro de Goeth en el Panteón de los Príncipes, ni los monumentos funerarios de la Abadía de Wetminster, conmueven tanto con su aspecto como ese túmulo magnifico en su silencio...
En el cual se oye el susurro del viento, esa tumba sin mensaje y sin palabras.
(Zwigh Stefan, en su libro El mundo de ayer)
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